Con
tener aquellas y otras pláticas, no se acordaban de los
mandados que les sirvieran de excusa para dejar tan temprano los
cobertores.
Iba
Plinio con un delgado trocillo de palo duz en la comisura, que muchas
toses tenía y se la había vedado el fumeteo. Se cansaba con el
palique y era Wízner quien, tan telendo, excitaba la conversación.
-¿Y
qué usaba usted para cortar tanto racimo? Porque esa que yo le regalé, la colorá, es demasiado justa para tanto corte...
-Pues
un tranchete con hoja de interrogación... Que la suya, para la tajada de tocino cuando se daba de mano en los almorzares.
Hizo
oído instantáneo Wízner al escuchar la palabra.
-"Tranchete"...Y
sabe usted el nombre que le toca a la herramienta.
-Mi
suegro. Era él quien tenía siempre una en la DKW; y como nos echaba
mano, yo le cogía herramienta. Otros tiraban de tijeras; pero los
más, navaja.
Y
como viera que su compañero mientras que entornaba ojos despedía
suspiro, continuó con las precisiones.
-Ya
le digo, una linterna de petaca y un tranchete en la DKW, junto con
un ovillo de alambre.
-Con
eso -dijo Wízner a contrapié- seguro que a él le bastaba para
arreglar en el corralón, en la casa y en los campos todo lo
menester.
-Y en
la furgoneta. Por cierto, que también recuerdo que traía alguna vez
una navajilla anchona, casi espátula. Con ella injertaba. El
cerezo del linde que me tocó en las particiones nos lo arregló él,
que antes no daba fruto.
(CONTINUARÁ)
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