sábado, 14 de enero de 2017

XI NAVAJAS DE RAFAEL WÍZNER EN ASTA DE CIERVO-COUTEAUX DE RAFAEL WÍZNER EN BOIS DE CERF

NAVAJA A ESTAJE DE RAFAEL WÍZNER RUIZ EN ASTA DE CIERVO
















Como se paseaban Plinio y Rafael por la calle San Sebastián, vieran a hociosos, parados, quietos, jubilados o jubilosos con los molletes sentados en los trancos los menos, echando fotos sin cámara. Otros se estaban a la puerta de los bares, con azogue que les hacía salir o entrar en pulsiones repentinas.

-¿Ha visto usted? -acompañó Plinio la pregunta con el codo-. Ha sido pasar la muchacha de la churrería y todos estos tienen asuraciones.
-O las simulan -respondió Wízner-, que, ¿no ve?, les faltan mocedades.
-O les sobra baba, que se les cae en charcos.
-¡Bah! Se pasan el día en quimeras. Esta es la calle del "si"...
-Entiendo -repuso con prontitud Plinio-. "Si yo tuviera treinta años menos..., si yo no estuviera tan atado..., si ella quisiera..."
-Siempre ha sido así, pero ahora está la calle más concurrida que nunca
-Porque realmente "la calle del sí", sin condiciones, -quebró Plinio- no es una calle, es un polígono, un bar de carretera y una rotonda. Pero ahora lo que recuerdo es a una guapa, la más.
-No me diga usted -excitó Rafael.
-Una andaluza, de esa parte de Almería. Salían los señoritos del casino a verla pasar, los cincuentones los primeros.
-La tiene usted retratada, Manuel.
-Era joven, mucho; de no más de quince o dieciséis. Llegó con sus padres que fueron caseros en una quinta. La muchacha trabajaba, ¿sabe usted dónde?, pues en una churrería, como la Virtudes. Relimpia. Junco cargado de fruta, que decía don Lotario. Catral. Se espantaba los moscones con voz queda y palabras que las hacía acabar todas en ico.
-Echa usted lástimas, recordándola.
-Si se le faltaba, le bastaba con decir "Tente, cagarranche de buche colorao". Y todos se reían disolviendo murrias. 

Continuaron ambos, manos en los bolsillos, hasta la plaza. Como el silencio los tenía presos desde que doblaron la calle Cervantes, Rafael Wízner decidió romper los hilos largos del recuerdo de Plinio.
-Si no le incomodo, le voy a enseñar -le tendió la mano sacada de la zamarra empuñando un objeto- esta.
Plinio lo recogió, y aun antes de tenerlo en la mano, supo lo que era. 
-Así que aquí está -cambió el tono ensordinado de antes-. Mucho me han hablado de esta.
-Le habrán exagerado, y no olvide que aquí hay mucho socarrón.
-No lo creo, Rafael. Hasta en la oficina del banco se la alabaron antedeayer, que yo oí a Juan Castro decir "la navaja a estaje en ciervo más lucida que se hace hoy en Santa Cruz, la más hermosa del pueblo". 
-Sí que tiene usted, Manuel, memoria -se sonrió Wízner.
-Solo para los detalles -acabó Plinio.









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