jueves, 27 de julio de 2017

6 NAVAJA MULTIUSOS FRANCESA-COUTEAU MULTIFONCTIONS- RELATO "LAS NAVAJAS DEL VERANO".



SEXTA PARTE:  LA RESOLUCIÓN, EL CAFÉ DEL TIEMPO Y DOS MACHAQUITOS AMARGOS

En los sillones orejeros del casino se sentaron cuchillero y profesor ante la panorámica de la cristalera.
-Pídame, Rafael, por si viene antes de que yo regrese, un café descafeinado de sobre, cortado, con sacarina, y del tiempo.
-No vengas con melindres...¿del tiempo es con hielo, no? Pues dilo así, que no te vas a sacudir el mote del lomo. ¿Y dónde vas?
-A la farmacia de Reche. Ahora le digo.

Trajo Manolo, el camarero titular del casino, la comanda. Wízner no tocó la suya hasta que regresó el profesor.
-Nada, he ido a preguntar por si habían vendido material de cura... Ya sabe, mercromina, vendas...
-Pero si eso es corriente, no sé dónde vas a parar.
-Pues a la mano. A lo que me parece, los arrebatadores del olivar no se valieron de herramientas de corte sino que arrancaron los árboles como si se tratase de hortalizas.
-Existen los guantes, Antonio.
-Y la improvisación, Rafael. Quienes lo hicieron no eran jornaleros del campo, ni sabían bien cómo hacer aquel trabajo.
-Y eso lo lleva a …
-A preguntar en el dispensario. Ya me ha dicho Juan Cristóbal, el celador, que en estos días nadie ha ido a una cura de manos. En la otra farmacia no ha habido suerte.
-¿En la de Reche sí?
- No lo sé aún. Déme media hora y se lo confirmaré. Háblame mientras de los Escudero. ¿Cómo trapichean en lo de las antigüedades? Peristas a lo que creo, también vacían pisos y casas en toda la zona, y hasta en los Madriles, dicen.
-No estás cojo, Antonio; sabes más que yo. Pues ya los ves, mueven mercancía sin ocultarse. Si vamos hacia la fuente vieja allí los verás ahora, están en sahariana de lino, cerveceo y cambalache. Se les ve sacar y meter cuadros, mueblerío de iglesia, esculturas de bronce, escayolas. Vamos, eso lo sabrá hasta tu amigo el cabo.
-Ya. Están denunciados, y se hace la vista gorda porque de los delitos, los suyos no son los graves. A veces compran mercancía a los payos, cantareras, lebrillos, romanas, navajas viejas, trillos, alcuzas, cromos antiguos... y mucha carcoma.
-Y hasta navajas de descarte, que estamos en vivar cuchillero.
-Sí. Yo lo que quiero saber es cómo lo venden fuera del pueblo.
-Que yo sepa, dicen que se los ha visto en el rastro de Madrid. Allí están dos o tres hermanos, padre o tíos de Dionisio, el gitano con el que hablamos.
-Vale, ya adelantamos. ¿Les ayuda alguien más?
-Hombre, se les ve con otros gitanos y no solo de la comarca; no sé, de la Solana... Y a veces les trabaja algún rumano.
-¿Rutanos? -lo dijo sin ironía el profesor.
-No. Aquí hay alguno que de tanto en tanto se llevan para cargar, montar sus paradas donde vendan, en el rastro, por ejemplo....
-Pues ya está. ¿Tiene usted ahí el móvil?
-¡Joder, Antonio, un profesor sin teléfono! No sé a qué espera. Tenga.
-No me lo dé, no sé el teléfono del cuartelillo. Me pasaré ahora después.

Tras algunas reconvenciones del cuchillero bien recibidas por el filósofo, dejaron el casino con cita fijada en horas no caniculares.

En ese momento, cuando el lento crepúsculo de la anochecida se va cuajando, salía el vecindario a los paseos por la travesía. Los obreros de los escasos talleres, el mocerío de los supermercados del polígono, los que laboraban el campo... todos ahora aseados y con ropilla fresca. A esta tropa recién duchada veían pasar cuchillero y profesor por los ventanales del Casino.

-¿Qué te ha dicho el cabo, Antonio?
-Se lo he dicho yo a él. En la farmacia de Reche el mancebo es exalumno mío.
-Y todo el mundo te conoce por tu afición tanto o más que por tu profesión.
-Me ha dicho que sí, una rumana o búlgara blanca compró vendas, Betadine, algodón... Y la judicial ha hecho lo que debía. Se han encontrado al marido con las dos manos llenas de borregas reventadas.
-¿Qué borregas? Sea usted cristiano.
-Bambollas. De pena. No podrá coger herramienta en una semana al menos.
-Colorín colorado... Pero eso creo que tú y yo ya lo supimos el otro día.
-Una cosa es la verdad y otra la justicia.
-Antonio, que se apañen entre ellos. Mira que te lo tengo avisado.
-Los Escudero sin agua porque Anastasio y su pozo para el goteo los desabastecen. Por cierto, ambos pozos, ilegales.
-Como el noventa por ciento en La Mancha. ¿Y lo de la navaja francesa? ¿Cómo ha quedado?
-Es con seguridad mercancía de ellos. Como me ha dicho usted, venden antiguas que compran a cuchilleros de aquí y de Albacete, más las que arramblan de los pisos que vacían o que reciben de sus trapicheos.
-En la navaja no ponía el nombre de su dueño, Antonio.
-Fíjate, a veces ceden piezas a una tienda virtual: Zonacolección. La llevan gitanos de Madrid de la calle Carneros.
-¿En el rastro?
-Claro. La navaja la han retirado de la venta. Está la descripción pero no la foto. Responde a la que encontraron en la finca de Anastasio. 
-No me cabe la menor duda. Al Escudero que dirigía los trabajos de desarraigo se le caería...
-Seguro.
-Es una firma, lo sabes.
Antonio, profesor de filosofía, bajó la cabeza y se abismó en las geometrías de la vieja baldosería  hidráulica.
-Ahora todo está en la calidad del cante jondo del rumano.  -Ante el gesto serio de Wízner, tuvo Vizcaíno que aceptar prevenciones-. Sí, ya sé, uno mafioso y corruptor, los otros, chalanes, peristas, cambalacheros de ventaja...
-Un muchacho amargado, varios guardiviles guasones... Y no ha habido muerto que llevarse al coleto.
-Pero sí un pringado.¡Manolo -se dirigía al camarero que en la barra aburrido, repasaba un Marca del día anterior- ponnos dos Machaquitos con hielo! No nos amarguemos -dijo impostando ahora la  voz .
-Dos... -repitió en voz queda Wízner.
-Ya.
-...pringados.

FIN















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QUINTA PARTE: CEREZAS EN AGUARDIENTE Y CODORNICES
Estaba de cara a la alacena Antonio Vizcaíno en trance de elegir algún melindre con que empezar el día cuando oyó, primero un pitido de coche, y casi sin intervalo el voceo de su nombre.
-Que me ha dicho el cabo que los Escudero han venido al cuartelillo esta mañana.
- ¿Qué? -Hacía el profesor el gesto del auricular para dar a entender que no oía-.
-¡Coño, Antonio, que no puedo gritar como el tío de los colchones¡ Los Escudero han ido al cuartel, y no saben nada de lo de la iglesia...
-Vale, Rafael.
-Me ha dicho -silabeaba Wízner para que el profesor oyera y leyera labios- el cabo en el bar que te lo dijera.
Levantó el brazo para mostrar comprensión y acabar las prisas del cuchillero. Abismado, se dirigió al poyete de la alacena y tomó un frasco de cerezas en aguardiente; se sirvió y mojó en el licor delicadamente ferruginoso una enorme magdalena de horno.
Fue así, recuperando un trozo de magdalena del fondo de la copa tallada, que a Vizcaíno le llegó en un instante sin destellos la luz de la clarividencia.
Descolgó el teléfono y marcó.
-¿Marcial? Soy Antonio Vizcaíno.
-Instituto de educación secundaria de Santa Cruz de Mudela. Dígame.
-Oye, Marcial. ¿Tenéis ahí gomas de riego?
-Yo siempre tengo gomas de riego -rio lúbrico el bedel interino pero eterno-.
Las bromas abiertamente sexuales del sexagenario le rebentaban tanto como su indiscreción.
-Marcial -No se atrevía a decirlo del modo recto, y las perífrasis no le venían-. Marcial, tenéis -se santiguó Vizcaíno- la manguera preparada, digo, en buen estado, digo, en funcionamiento, digo si la has visto hoy.
-Antonio, estás verbenero. El verano te está sentando bien. Manguera preparada y en orden de revista, que decían en la mili.
-Marcial, no nos aclaramos. Me refiero a la del patio. -Evitó decir manguera, lo que contrariaría al bedel-.
-Sí, hombre, sí. Ya lo he entendido. Está mojada, en el jardín.
Jaque mate.
-Bueno, gracias. Dile a Aurora que se ponga si está ahí.
Era la bedel con la plaza fija, viuda y con hijo en 2º curso de la dichosa ESO. Tenía vivienda en el mismo centro educativo.
-Aurora, soy Vizcaíno;¿habéis tenido algún destrozo en el centro, del tipo que sea?
-Sí. Hola lo primero, Antonio. No... bueno, sí. Han aparecido en la valla dos manchones de pintura en espray. Justo por donde yo salgo, no por la principal ni por la que salís los profesores.
-Ya. ¿Y tú te acuerdas, que estás siempre en conserjería y ves pasar delante de ti a todo el instituto, qué alumno de los que cursan religión se negó a hacer la confirmación?
-Sí, diga, diga...Sí -Insistía Vizcaíno al no tener ninguna respuesta y estar la línea libre-.
-¿Es que no lo sabes? Fue Toni.
Ahora era Vízcaíno el que se quedó mudo.
-¿Toni? ¿Tu Toni? Es que yo nunca lo he tenido como alumno. Ya sabes que yo doy filosofía, y en estos niveles se elige entre esta o religión.
-Ya lo sé. - Se había rehecho algo la bedel-. Es que yo sé que tú eres muy despistado. Pero ha habido muchos problemas con mi hijo. Le han amargado la vida sus compañeros de curso. Todo empezó cuando amenazó al niñito hijo de la presidenta de la Asociación de padres y madres porque no quería que se refieran a él, a mi hijo, como “el hijo de la portera”.
-Algo de eso sí que oí...-Intentaba excusarse el profesor-.
-Llegó a las manos dos veces cuando oyó que se referían a mí como “la portera”. Todo se lio, mi hijo es débil, y se cebaron.
-Se negó a tomar la confirmación por esto, ¿verdad?
-Fue el único del grupo que no quiso.
-Bueno, ¿dónde guardáis los objetos que los profesores confiscamos a los alumnos?
-Pues salvo si es de valor, como un teléfono, que se queda en el despacho del Jefe de estudios, lo demás lo ponemos en una caja aquí, en la misma conserjería.
-Ya. En esa caja habrá algún cúter y botes de pintura en espray, ¿no?
- Cúteres, bastantes; y, sí, algún que otro bote de pintura. Tengo la caja delante.
-¿Y navajas?
-Seguro que habéis quitado alguna, y de hecho igual hay; pero tendría que vaciar la caja y mirar despacio.
Ya tenía Vizcaíno la averiguación hecha, y no colgó sin antes pedirle a la conserje una pequeña diligencia que el propio profesor calificó como menor, pero que no dejó de inquietar a la atribulada mujer.

Por la tarde noche se pasó por la fragua de Wízner y puso en antecedentes al cuchillero, salvo el de mencionar el nombre y la filiación del menor, aunque sí dejó explicadas los motivos de su comportamiento.
-Bueno, Antonio, hasta que los padres no te lo confirmen...
-No hará falta, lo sabes. Con que el chaval sea amonestado por su madre o padre, que es lo que yo pretendía, ya me vale. Y le ahorramos la conmiseración pública de compañeros y psicólogos.
-Así que el muchachillo ha remedado la primera acción, la de los olivos, y lo ha aplicado a su caso particular.
-Con la innovación de los monigotes amenazantes. Pero no olvide que este es un caso de venganza noble, sí, no se ría, cambie “venganza” por “defensa” ante un grupo de gilipollas que la emprenden contra el compañero débil. Y los gilipollas no tienen edad.
-Sean Anastasios, Escuderos, o alumnos de la ESO.

Como estaba el cuchillero entretenido en su afición, que pedía aquellas horas para ejercerse, fuera de los calores fuertes del pleno día, se fue Vizcaíno dubitativo. Optó finalmente por cenar en el bar del paseo un par de codornices asadas sobre lecho de papas al aroma de laurel del “dolce stilnuovo”, que así las pedía.

(CONTINUARÁ)









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CUARTA PARTE: OTRA NAVAJA Y UN SUSPIRO
La noche de verano era clara, y corría el mismo aire de la mañana pero ahora era aura benéfica por lo que Vizcaíno acompañó a Wízner un buen trecho. Los jazmineros exhalaban gratísimo perfume tras los enrejados y las tapias. Se despidieron al pie de la leve cuesta que conducía al domicilio del profesor, con cita mañanera fijada.
Tuvo Vizcaíno pesadilla tras haberse endilgado inmúmeras tajadas de bacalao frito y una pipirrana fría. Soñó que buscaba una cuchillería en la plaza vieja, y que tras encontrarla, no se le abría la puerta. Las piezas estaban dispuestas como en mesa parada, las veía pero no las alcanzaba. Golpeó la puerta y dio varios aldabonazos.
En esas se despertó entre los pitidos de un vendedor de melones:“Melones manchegos, de la gota de miel”. Tras maldecirlo fuertemente, se vistió aseo previo hecho y se fue sin desayunarse al Marimonte.
-Como no venías, Antonio, ya me he tomado lo mío. Pide tu..., ¿cómo la llamas, colación? Sí, tu colación -Se reía el cuchillero entre refulgencias verdes de sus ojos chispeantes-. Y añadió:-Y venga, que hay qué contar.
Tomó un café de sobre con leche fría, en vaso alto de cristal; y de capricho se metió un suspiro de la media docena que había comprado en lo de Donato.
-¿Y?
-Pues hay otra navaja.
-¿Cómo?
Excitaba la atención Wízner con medidos silencios.
-Esta mañana me he ido a ver lo de la iglesia. Y entre los rosales, caída y pintona, estaba esta. -Mostró un pequeño cortaplumas de no más de seis cms con las cachas rojas y limpias-. Toma, ábrela .- La cedió al profesor-. ¿Qué?
-Pues, que con esto se pincha, pero de cortar, nada.
-Joder, ¿por qué no miras el punzón? Y cálate las gafas.
Lo hizo Vizcaíno y se quedó fijo, llevando la navajuela mínima a donde mejor incidiese la luz.
-¡Es su punzón! ¿No será usted el pinchagomas? -Zahería ahora el profesor con blandura.
-Mira, esa debe tener sus más de treinta años. Tiene la hoja algo oxidada, de estar guardada en caja.
Se retrotrajo el cuchillero a su trabajo de montador y a la actividad de los talleres de la época. Le costó tiempo y mano izquierda a Vizcaíno que su compañía se centrase.
-¿Y el destrozo de la iglesia? Usted lo ha debido de ver bien esta mañana.
-Pues aparte de las gomas, han cortado los rosales más pequeños por el tallo; a los más grandes los han podado a lo bruto. Esos no echarán flores ni hogaño ya, ni el que viene.
-Serán los mismos de lo de Anastasio. Ahora sí que estoy confundido.
-Piensa que el domingo viene el señor obispo a celebrar una misa con los chavales de la confirmación de esta temporada. Habían pintado los zócalos de la fachada y puestos más plantas tanto en la plazuela de la puerta de la iglesia como en la mediana del paseo. Arrayanes, me ha dicho mi mujer. Que por cierto, rosales no han arrancado, que no son tontos, pero sí de estos recién plantados... Sin espina, sin haber arraigado prácticamente.
-Les debe haber resultado más fácil que coger la verdura del supermercado.
Llegaron un poco más tarde los guardiaciviles a tomarse el café acostumbrado. En cuanto vieron a Antonio Vizcaíno, se fueron a ellos.
-Han cortado la manguera que tenemos en el lavadero de la caseta que hay tras la casa cuartel. El sargento tiene un cabreo de un par de cojones. -Y rieron los dos jóvenes recién salidos de la academia entre gestos de contención-. La compró para lavar los coches oficiales y hasta ayer solo se había lavado el suyo...
-¿Han encontrado algo? ¿Una navaja? -les preguntó Vizcaíno, el profesor.
-Sí -respondió el de la risa menos floja-. Una verde con el águila. Aitor.


-Cachondeo se traen estos dos. -Fue el comentario de Wízner cuando salieron del Marimonte una vez que también los dos guardias se habían ido chisposos.
Se llegaron a continuación a la iglesia para que el profesor viera los monigotes pintados en un infame trampantojo que remedaba mármol serpentino. Como amenaza eran ridículos, y más parecía que dos niños hubiesen echado partida al ahorcado utilizando la pared. Tras comprobar el estado de las gomas de riego y los tajos en los arriates de rosal, Wízner se despidió de Vizcaíno sin promesa de parlamento nocturno no sin antes contrastar breves conclusiones.

Pasó el día holgazaneando entre los libros de su despacho hasta encontrar uno sobre la lengua poético de Góngora. Le pareció lo suficientemente irreal como para abstraerse de toda circunstancia. Hasta que ya muy avanzada la tarde decidió llamar al cabo de la judicial para aclarar lo del tajador de gomas.
-¿Rodríguez? -empezó con el apellido el profesor, pues ambos compartían nombre y no tenía la cabeza para diálogos de besugos.
-Sí, ya sé por qué me llamas. Me han contado los guardias que han estado con vosotros esta mañana.
-Aclárame lo de la navaja y, primero, lo de la manguera del sargento.
-¿Qué te voy a decir? Un güevonería del sargento, que ha pensado que los guardias están para lavar coches...
-Eso me ha parecido. ¿Y quién ha puesto la navaja ahí?
-Imagínatelo... La navaja es del...
-...mismo sargento -y rio el profesor sin gana, más por haberlo previsto que por la puerilidad de la felonía.
-La guardaba en su taquilla -rio el cabo entre silabeo balbuciente. Y continuó:-Lo demás te lo puedes figurar. En la compañía ya saben de sus manías; pero me tocará contener lo que el mismo sargento ha definido como “conflicto interno de disciplina con derivaciones operacionales”. -Las risas, siguiendo la teoría de los vasos comunicantes, se extendieron por la línea en las dos direcciones-.
-Oye, a todo esto, cabo, sabes cuántas gomas más hay en el pueblo, o mangueras …
-Pues en cada corral, una manguera; y gomas de riego, quizá en el instituto y en el colegio. Te digo las del pueblo, céntricas. Porque las de los bomberos y las del retén de incendios están fuera, más allá del polígono. Y luego en los adosados, fígúrate.

-¿Y lo de la iglesia? Eso no parece una broma...
-Gamberrada gratuita, o venganza.
-¿Contra la iglesia? ¿Habéis recibido alguna denuncia de inquina vecinal?
-Venga -repuso el cabo, que ya empezaba a conocer bien al profesor-, habla en cristiano, que hemos topado con la iglesia.
-Sí, sí. -Afectó risa cortés Vizcaíno-. Quiero decir si hay vecinos que se puteen mutuamente y haya habido denuncias cruzadas.
-Que expliquen esto, no.
-¿Los Escudero?
-Sin duda, no.
-No, claro.
Moría la conversación con monosílabos y la acabaron pronto. La ocupación de Antonio Vízcaíno, alias Prefecto, profesor de filosofía, fue elegir el lugar de la casa desde donde mejor contemplar el encendido color del cielo antes de la veladura de la noche.








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TERCERA PARTE:  LA NAVAJA Y EL SOLAZ DE LA CERVEZA

Ya estaban los murciélagos rozando la glicina medrada del quiosco de la plaza cuando asomaron, cada uno por una calle, los dos, Vizcaíno, alias Prefecto, profesor de secundaria, y Wízner, cuchillero retirado. Habían quedado en el cuartel para, una vez terminado su servicio, hablar con el cabo de la judicial. Se trataba de que Wízner examinara la navaja que había sido tomada de la finca, casi hundida entre los tormos.

Estaba ya el guardia civil, de paisano, esperándolos frente al jardincillo de la puerta; sobre su cabeza, una orla en azulejo: Todo por la patria. Tras las presentaciones de Rafael y el cabo, este abrió la palma de su mano izquierda para mostrarla.

- Sí que es maciza. -Y la sostuvo Wízner, calculando el peso con un suave movimiento de balanza-. Efectivamente, cachas de hueso, que no de ciervo...
-Yo no dije ciervo, Rafael -cortó Vizcaíno.
-Ya, ya, no seas picajoso. Tiene por los menos seis o siete elementos. -Y los fue recitando-. Hoja grande, pequeña, sacacorchos, lezna, abrelatas, destornillador... -Y empezó a abrirla-. ¡Puf..., está fuerte, fuerte! La hoja grande no tiene holgura y el muelle, mírelo - se dirigía al cabo- pistonea de maravilla. No tiene filo -y repasó con el pulgar la línea ideal de corte-, no tiene.. No creo que cortaran todas las gomas con esto, ni todas ni...
-¿Ninguna? -razonó Vizcaíno, que en esas disquisiciones se abstraía tanto que olvidaba que no eran ellos, Rafael y él mismo, la propia policía.

-Ninguna. Si han cortado las gomas, con esto seguro que no.
-O sea, que se les cayó del bolsillo pero no la llevaban para la faena. -Intentaba aclarar ideas el guardia civil-. ¿Y quién puede tener en el pueblo una navaja así? Porque ya me ha dicho Antonio que es francesa y por los materiales...
-Acero al carbono, hueso, aluminio... -dijo en voz el aludido.
-Sí, y con la llave enganchada y el cordel... Parece de capricho, no de batalla.
-Claro, claro. Esa debe de ser vieja. -Alargó el brazo Wízner y se quedó mirándola fijamente mientras se atrevía a dar una cifra-. De unos sesenta años o más.
Le tomó la navaja el cabo al cuchillero y desplegó de nuevo la hoja.
-Está manchada, fíjese. - Repasaba con el dedo pulgar la hoja sucia-. Ennegrecida y con relumbres verdes.
-Sí -dijeron al unísono tanto el cuchillero como el filósofo, pero este le cedió la voz al primero:- Han tratado de cortar, es posible, los troncos; la savia de la corteza verde ensucia mucho estos aceros, ¿sabe? Abra usted ahora la sierra.
El guardia civil solo la encontró tras las indicaciones mímicas de sus interlocutores y la pasó al cuchillero ante la imposibilidad de desplegar el adminículo. Wízner lo logró con esfuerzo, y a continuación la mostró.
-Mire, están los dientes llenos de hebrillas de corteza. Pero, vamos, con esto no cortarían, creo, ni uno solo. Esto se embota...
- Y queda inoperativa -completó la idea el profesor, como solía.

Se estuvieron un rato no muy largo, haciendo cavilaciones en edad, materiales, bondades, procedencias, idoneidad, estorbo, valor... Hasta que llegaron a lo que más convenía al caso.

-¿Y quién puede perder una navaja así? O mejor dicho, ¿quién puede tener en el pueblo una navaja así, de anticuario?
-Hombre -se dirigía Wízner al cabo midiendo palabras-, algún caprichoso...
- O alguien que mueva antigüedades.-Quiso completar la respuesta claudicante de Wízner Vizcaíno-. Aquí los que cambalachean con eso se sabe.
-Pero yo no digo sospechas, para decir algo hay que saberlo. -Acabó de entenderlo todo Vizcaíno en la respuesta de Wízner, y de sus vacilaciones infirió la absoluta confirmación que sin palabras ya habían sacado ambos por la mañana-.

Con la armonía que daba el momento previo a la anochecida, dirigieron los tres, de consuno, el camino a los bares de la carretera para refrescarse del polvo del día con un cerveceo contenido.

(CONTINUARÁ)






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SEGUNDA PARTE:    EL CASCABEL Y LA MEMORIA DE LA CERVEZA

-¿Quién es el renacuajo?- inquiría Vizcaíno alargando la mandíbula.
-Una de la tropa de los Escudero. Compraron la finca esa que ves.
-¡Vaya, así que esos son los que ahora también negocian fincas...!
-Sí, sí. Y casas en el pueblo -completó Wízner. A continuación le hizo fijarse al profesor en una obra que había dentro del contorno limitado con un cipresal-. Pero bájate, vamos a ver si tú y yo nos enteráramos de algo. -E hizo con gesto que el profesor de secundaria abriera la puerta del coche y saliera prevenido-.

Remanecían de la provincia de Albacete, aunque algunos incluso les ponían origen en el límite de Valencia allá por Almansa si no más lejos. Estos romís se dedicaran al chalaneo ya hace, pero eso ya era viejo. Todo esto y más se lo había referido más de una vez Wízner a Antonio Vizcaíno, cada vez que veían a uno de ellos con librea de domingo estarse en la travesía del pueblo tomando cañas y departiendo toda la santa mañana.
-Niña -tomó la iniciativa Wízner ante la cortedad de su compañero-, dónde vas con esa bestia con la calor que hace. -Y señaló, como declamando, con el brazo primero al cielo y luego al poney modorro.
-Pues ya ve, tío Rafael, a darle un paseo. Si es que aquí nos aburrimos...
-¿Cómo se llama el poney, criatura? -se ganaba confianzas el cuchillero.
-Borrego -dijo pronta la gitanilla.
-¿Y no sería mejor bañarte en la balsa esa que tenéis ahí? -intervino Vizcaíno una vez abierta la brecha.
-Está seca, nos hemos quedado sin cuartos para terminarla -dijo con vozarrón de locutor un gitano espléndido como botón de muestra de su raza que vio llegar el coche y se llegó a oler-. Llevamos casi cuatro meses liados pero...
-No te amurries, muchacho, que más se tardó en levantar el Escorial.
-Diga usted que sí - se rio palmeándose el volumen acalabazado de su abdomen, y se desabotonó parcialmente la camisa que le constreñía, dejando en temblor dorado una gruesa cabeza de Cristo.

Saltó, pues, al quite Rafael Wízner y hablaron con Dionisio Escudero, tío de la niña. Le comentaron el destino de la excursión y, disimulados, le refirieron lo que ya se sabía en todo el pueblo acerca de los olivos y las gomas. Dionisio, probo en socarronería, se hizo de nuevas y con muy corteses palabras y dichos, como suelen, se despidió de ambos llevando a la niña consigo.

No bien se hubieron ido gitanilla y gitano, le sonó el móvil a Wízner, que se estuvo hasta cinco minutos asintiendo y moviendo su brazo libre hacia Vízcaíno.
-Era mi mujer. Novedades...
-¿Y eso?
-Pues que han amanecido las gomas de riego de los jardines de la iglesia rajadas, y los zócalos de la fachada del templo con monigotes amenazantes. Además, una manguera que tenían siempre caída en el pequeño parterre de los rosales también ha sido racionada en trozos.

Se dio en pensar muy brevemente en la contradicción lógica de “monigote” y su atribución “amenazante”.

-Mi mujer -continuó el cuchillero- me llama para prevenirme. A ver si me han hecho destrozo en mi parcela.
-¡Nos ha jeringado el raja gomas...! ¿Tiene usted enemigos declarados, Rafael? -La chanza era para dar tiempo a que el magín se pusiera en temperatura de funcionamiento óptimo-.
No obstante, antes de continuar camino a la huertecilla del cuchillero quisieron menos este que el otro, que tenía prisa en inspeccionar su pequeño sistema de riego, llegarse al mismo lindero de la finca de Anastasio. Como no había más de trescientos metros, se fueron andando con las manos puestas de visera, al tiempo que de tanto en vez el profesor, labrador poético y vano lletraferit, despuntaba las sumidades secas al hinojal que crecía en la cuneta.
-Lo de estos no es grave, que el agua es para mojarse el culo y no para viñas ni panizos.
-Si te has fijado, ahora en casi todas las fincas han hecho obra para convertir las casuchas de los caseros en chalés. Y en todas, del abrevadero han hecho balsica.
-Para el solaz del domingo. -Tenía Vizcaíno muchas feas costumbres y la peor, la de completar frases a todo quisque-. Disculpe lo de "solaz" -quiso en vano adelantarse a la chanza del cuchillero-.
-No te voy a tener en cuenta la palabreja, ni te voy a sermonear con aquello de que te mereces el mote.   -Y se reía vivo Wízner silabeando “Pre-fec-to”-. Bueno -continuó-, el caso es que conforme subimos el acuífero se ahonda, y encima de menguar, cada vez tiene más setazos. -Lo miró el profesor fijo, y Wízner le sostuvo la mirada subrayando la intención por un ligero cabeceo, por lo que no tuvo este que darse a comprender mejor-.

Desde la orilla, que Anastasio había puesto alambrada espinosa, vieron las manchas oscuras de la sazón del goteo y los tormos levantados entorno al agujero de donde había sido arrebatado cada plantón. Todo estaba chafado por multitud de huellas sobre el polvo. “De dos o tres personas al menos” propuso Vizcaíno sin fe. Los fragmentos de las gomas de riego habían sido llevados a las lindes. Escudriñaron, a iniciativa de Wízner, la entrada por el camino que conducía a la casa de la finca. Nada vieron extraño, solo débiles huellas de rodaje de una dúmper que estaba aparcada bajo un blanquizo nogal.

-O sea -recapituló el profesor-, ni huellas claras de neumáticos o pies, ni rastro de los olivos, ni señal de robo en la casa, ni rotura del motor del pozo, ni nada. ¿Tanto valen los plantones? ¿Qué pueden hacer con ellos?
-No lo tengo claro, Antonio. Parece que han sido arrancados como los nabos, tirando de ellos en vez de usar un escabillo, una azada... ¿No ves?, las paredes de los agujeros no son lisas como bocado de mula en remolacha.
-A lo tío Diego, vamos -empleaba Vizcaíno su gracejo regional.
-Ha debido de ser costosa la faena, pues en este campo ya tenía Anastasio algunos plantados de hace dos y más años, y no creas que eso es césped de piscina o alcacel de cebada. Ahí están, fíjate en la entrada, parecen caballones hechos por tractorista. Esos socavones son de árboles, pequeños eso sí; pero de plantones, plantones, nada.
A todo asentía el profesor mientras miraba fijo el campo, oteándolo. “Brava labor de bizarros, entonces” pronunció entre dientes.
-Y ya está -continuaba Wízner - muy entrado julio, estos olivillos no prenderán fácilmente.
-Más de dos manos, por lo que usted dice; y sin herramientas de ruido. ¿Darían con esto por casualidad e improvisaron? 
-No lo creo, Antonio.
-Ni yo. 

Se vinieron al coche, callando, con los ojos oblicuos el profesor, como los ponía al encontrar una hebra de la que tirar. Como Wízner se apercibiera, se lo comunicó:
-Ya estás rumiando algo.
-Y usted también, Rafael. Pero a ver quién le pone el cascabel...
-Pero aquí no hay gato.

A esas horas, ya el sol era un marro sobre los sesos calientes. Chasqueaban ambos en vano la lengua buscando memoria de humedad y cervezas.

-No diga más -soltó Vizcaíno justo mientras subía su ventanilla-. Pues la navaja, Rafael, que hable la navaja y callen las lenguas.


(CONTINUARÁ)