jueves, 25 de febrero de 2021

RAFAEL WÍZNER Y LA NAVAJA DE SPIDERMAN

NAVAJA MACHETE DE RAFAEL WÍZNER RUIZ









La tristeza de la fiesta que se termina se agitaba en las atormentadas hojas de los plátanos de la carretera. Como solía, habían caído unas gotas que refrescaban apenas el bochorno de los días de la feria septembrina. Corría un ventorrillo caprichoso que arremolinaba los cartones de los juguetes feriados, los vasos y el ajuar pobre caídos todos en el suelo sucio de los chiringuitos.
-Vamos a lo de Natalio y nos convidamos con un limón, ¿no te parece?
Y sí le pareció a José Vizcaíno, profesor de filosofía y diletante de ventaja en lo de remover sucesos y cernir delitos.
-¿Se conoce ya algo más de lo de la arquilla? Ya sabes, Rafael, que vengo de estar unos días allá en las sierras de los...
-... de los Fiambres -y abrió labios mientras apretaba dientes el cuchillero.
-¡Fi, Fi, la, la, bres! -y engurruñó la boca desorbitando ojos mientras aguardaba la risa bullente tras el capote tendido.

Habían robado una arqueta medieval de la casa abacial del cura párraco. Datada de antes del siglo XV, había sido esmaltada, y la zoomorfa decoración de grifos conservaba pedrería rica. Al parecer,  a algún curioso apañado le había parecido buena base para adosarle un mecanismo de secreto. Contaba con una llave gótica reproducida, que giraba, movía herrajes, pero no abría.
-Lo que se sabe ya se te lo dije esta mañana cuando me llamaste. El cura de la Concepción la iba a llevar a la capital pues el obispado había aceptado la petición del patronato de no sé qué museo para que la estudiasen. Hasta radiografías le iban a hacer, o la iban a poner en no sé qué pantalla para verle las tripas.
-¿Y qué hacía en el dormitorio del párroco? –preguntó cavilando Vizcaíno-. ¿No había sitio mejor?
-La han tenido siempre en la sacristía, y solo las beatas y el sacristán sabían de ella. Ahora ya se conoce, que ha salido en televisión.

En el quiosco de la plaza de los Reyes Católicos, Natalio limpiaba las cámaras con aire desmayado. Llevaba el mandilillo roñoso de las horas que había echado allí desde que el jueves pasado el alcalde leyera un pregón que daría vergüenza al párvulo más torpe.

-¿De menta? Queremos de limón…
Y es que el heladero ponía chambi de las cuajaderas menos solicitadas, según el cliente fuera de respeto o no.

Con el paladar seco y el ansia despierta, tomaron los pasos para el casino.
-¿Y qué dice el sacristán? Porque es el que está al tanto de las llaves y sabe la distribución de las distintas cámaras, pasillos, capillas, escaleras…
-Nada, José; ese está pergamino –rio Wízner-. Es de algunas quintas antes que yo. Pero si lo debes conocer. Es de los Luceros.
-Yo qué sé –bostezó Vizcaíno-.
-Llevas aquí más tiempo que los bancos del paseo y no te enteras… ¿Tu has visto las fotografías que tienen en la sala de arriba del casino, donde se jugaba a las cartas antes?
-Ni sé que hay allí una sala.
-Pues es una de las más curiosas; se ven a los hermanos Yélamos encima de la torre de la iglesia, agarrados a una cruz de hierro que, por cierto, de resultas de una tormenta se cayó.
-¿Qué? ¿Pero qué demontre hacían?
-En esa familia se ve que no conocen el miedo a lo alto, no saben de vértigos. Cuando había que colocar teja u obrar algo en cualquier iglesia pues los llamaban. Limpiaban las ventanas también esas de los santos.
-Vidrieras, Rafael.
-Sí… ya estamos con las precisiones.
Se enfadaba en simulación Wízner amoscando al profesor.
-Pues sí, hasta desde Sevilla los llamaban, a los hermanos, a los hijos, entre ellos al Lucero sacristán, y hasta algún nieto ya se subía sin alpargatas a esos riscos del río.

Condujo Wízner al profesor José Vízcaíno a la sala superior del casino y ante la foto enmudecieron hasta que aquel continuó con las razones.
-¿Ves? –y señalaba alternativamente a no menos de ocho fotografías enmarcadas a lo barato, todas de los Luceros- ¿ves?, no tendría más de veintipocos años, era un junco con los brazos de acero. Si te das cuenta, esas cuerdas son de pleita. ¡Y anda que tomaban precauciones! Boina, alpargates de esparto y soga borriquera.
- ¿Tú crees – señalaba Vizcaíno ojiplático parando mientes en las distintas generaciones de los treparriscos- tú crees que el sacristán habrá subido al campanario?
-No puede, está gordo como una nutria. Se casó con la hija de Donato, la del horno, y no le han faltado los bollos…
-¿Los hermanos?
-Se marcharon ya hará casi sesenta años a Barcelona y solo vienen …
-… a las fiestas. ¿A que sí?
-Pero son mayores, no están para bizarrías… Los traen los hijos, ya sesentones.

Tras tomarse sendos granizados, el profesor se despidió del cuchillero y se fue al cuartel a hablar con el cabo de la judicial. Como se le hizo tarde, no llamó a Wízner sino que fue a encontrarlo por la mañana a la fragua tras no dar con él en los dos bares donde se desayunaban.
-Ya está, pero no todo.
-¿Cómo lo hicieron? Pues por la casa del cura no pudo ser, que da a la plaza y con las fiestas…
-Había una cuerda por la parte de la torre que da a los corralejos.
-Penumbrosa y solitaria. ¿Quién echó la cuerda? ¿El sacristán desde dentro?
-Sí y no. Nadie la echó desde el interior. Alguien subió y llegó hasta la alcoba del cura que, por cierto, estaba en el real convidándose.
-Pudo dejarle las llaves a otro, José.
-El cura ha declarado que con lo de la arquilla, le retiró las llaves al ama y al sacristán. El mismo cura ha sido quien le ha dado cuerda al reloj y ha subido personalmente a la torre para girar la mano del engranaje. Además, ¿quién crees que se convidaba con el cura?
-El Lucero gordo.
-Claro. El caso es que subieron a pulso por la pared de ladrillo; no han puesto clavos ni han hecho hornacinas para poner pies. A pulso.
-Como un superhéroe de las películas.
-¡No me jeringues!, ¿que tú también las ves? Sí, como el mismo Spiderman. Una vez arriba, y con la arqueta en el morral, ató un cabo y se dejó caer. Por qué dejó la cuerda atada, no lo sé…
-¿Has visto la cuerda?, que tú cuando tienes la cuerda de la curiosidad no te tienes.
-De escalada, profesional.
Calló Wízner esperando, como sabía, que su compaña se reconcentrase y alcanzase reflexión. Ocurría siempre, con más o menos dilación.
-Lo del robo está claro, pero el cabo no hará nada por el momento.
Volvió a ensimismarse y a callar. En espamos mentales se resolvía el profesor aquellas  ocasiones.
-Aparecerá. No la tiene el Relamido, a lo  que creo.
Era el Relamido receptor de mercancía robada y de antigüedades distraídas, célebre por su porte de sportmen y su epicureísmo acendrado en los estudios pardos de la universidad de la vida.

Como Vizcaíno no arrancara el magín a gusto del cuchillero, este se puso a moldear un muelle de navaja a estaje. En esas ocasiones se ponía el profesor mercurial por lo que Wízner le daba soga y suelta.


Ya de vuelta, fue a la sombrilla de una higuera tropical del paseo cuando, mientras callaban profesor y cuchillero a la espera de decidir rumbo, le sonó el móvil dichoso  a Vízcaíno.
-¿Sí? Dime Toni –le llamaba el cabo de la judicial.
-¿No me dijiste que me tendrías al tanto de lo que pescaras?
-Poca pesca, pero sí barruntos. Creo que el arca aparecerá mañana si es que no me equivoco.
-Pero ¿me acerco a lo del anticuario y le aprieto o qué?
-No estaría mal asegurarse de que no ha salido del pueblo.
-¿Y de esos escaladores del pueblo de los que te han informado? Del sacristán no hemos  averiguado nada, nada nos ha dicho. Se hace el gagá, José.
Sobre la socarronería del sacristán hablaron, pero no podían echarle el robo encima. Repetía lo mismo cada vez con variaciones en los detalles, y luego se disculpaba  por su desmemoria para la cual se tomaba pastillas. Ya el cabo le dijo si estas pastillas eran para evitarla o para provocarla.

Quedó el profesor con el cabo a las doce del día siguiente y colgó el teléfono.
-Ha sido Spiderman.
-No me vengas con sornas. Sí, ... o Superman.
-Que sí. No me muevo de que han sido los Luceros.
-No los de las fotos…
-Claro que no. Uno de los nietos de los de la foto.
-El Lucero sacristán no tiene hijos, José.
- Sí los que vienen de Barcelona.
-Devuelve lo embuchado…¿qué?
-Uno de ellos, o todos de consuno. Han querido ampliar los trofeos. Una fotografía más, puesta en…
-No en el casino. Eso es como decir que han sido ellos.
-Bueno, aun así, sería un triunfo. Imagina el titular; los Luceros protagonistas de un robo, falso pero noticioso. O en las redes sociales, todos los asnos se asoman a ese ventano.
-¿Y no se lo dices al cabo? La arqueta puede estar en peligro, se puede estropear con un golpe… ¿Vas a dejar que estos titiriteros tengan su función?
-Donde esté, está segura. Mañana, o esta noche aparecerá, antes de que se vayan los forasteros del pueblo. No es eso lo que me tiene curioso. Por cierto, en el asiento del arca hecho por el titular de la parroquia pone que tiene la llave una marca en forma de tridente...
-O de cuernos de demonio, podría ser... Yo la he visto.
-Dobles, cuernos dobles, Rafael; que están superpuestos parcialmente como los de la marca segoviana de güisqui que tiene usted trasconejada en el botellero del aparador.
Miró de soslayo al cuchillero, y dibujó una falsísima sonrisa de jóker en su cara.
-¿Quién pudo, Rafael, ponerle un mecanismo de secreto al arca? Dicen que fue un vecino de aquí.
-Nada he oído.
Fruncía los labios el cuchillero dibujándosele una estupenda uve invertida.
-Una familia de herreros y de cerrajeros. Dicen que unos eran alemanes, de los que vinieron aquí a repoblar estos desiertos hace ya algún siglo. A este pueblo llegaron, pusieron forja, y emparentaron con herreros.  Mecanismo y llave se le añadieron a la arqueta poco antes de mil novecientos.
-¿Para qué lo harían, José? –preguntaba con la más engolada candidez el cuchillero.
- ¿Encargo?  
-No lo creo, ¿cerrar el arca sin que pueda abrirse si no se está en el secreto?
-¿Para probarse?
-¿Cómo los Luceros?
-No –engurruñó hocico el profesor-, como Spiderman.

Soltaron ambos una estupenda pedorreta de bullente risa y se acaloraron lo suficiente como para tener que refrescarse.