domingo, 22 de enero de 2017

XII NAVAJAS MACHETE DEL NÚMERO 2 DE RAFAEL WÍZNER-COUTEAUX DE RAFAEL WÍZNER







NAVAJA MACHETE DEL DOS EN ESTAMINA

















Llegado que hubo Rafael Wízner, se le abrió el portalón, cruzose el patio enlosado a la andaluza y se le recibió en el comedor, con las empolvadas aspidistras relucientes como rastro de caracol. Trajinaba Alfonsa, la hija del jefe jubilado, pero perpetuo, de la policía municipal de Tomelloso con los escasos  preparativos del vermú.

-Entra arrecido, Rafael; arrímese a las enaguas que debajo hay una piña, y arregóstese.
-Pero si yo otras veces rompía con estas manos los hielos del abrevadero y los de la pila del corral -mirábase ambas manos Wízner.

Puso una latilla de conservas ya abierta sobre la mesa rodonda , y depositó un vaso alto y grueso y uno mediano y corriente ante cada uno.
-Siéntate, Alfonsa -la requirió Wízner- y toma algo o caliéntate.
-Yo no tengo el estómago para vinos a esta hora de la tarde, que ustedes más vicio tienen que necesidad de engullir, que hoy no se han ido a andar los dos como suelen, y mucha hambre no han tenido que hacerse -miró a su padre con falso enfado.

Una vez hubo la hija de Manuel salido del comedor fue Wizner el que en tono bajo observó:
-Si no la conociera se diría que aún le dura la amargura de la separación o la de la edad, que todas se van soliviantando en entrarles vejez.
-Bah -suspiró Plinio-, Alfonsa siempre ha sido muy sentida y es ese regomello constante lo que tiene. Ahora me parece que se ha chanceado de nosotros.

Se metió la mano en el bolsillo profundo Wízner y dejó ir sobre el hule un envoltorio pequeño.
-Ahí va un caramelo -se rio mientras pinchaba en dos intentos navajuelas.

Una vez deshecho el envoltillo de telilla de algodón asomó una navaja lucida, que proyectó ascuas en el grueso vidrio del vaso de vermú.
-¡Hostias y panes benditos! Luce como el espadín de gala de mi uniforme.
-Del dos -se explica Wízner-. Pero termine de desenrollar la tela, que viene otro. Ese que tiene en la mano es de estamina.
-¿Estamina? Parece raylite, la misma chapa de las sillas de la cocina.
-El cacho me lo ha dado Pepe Castro, un retal. Se pule de maravilla, y ya ve usted qué efecto. Negro y rojo...
-La misma anochecida, el sol que se esconde en las tenebruras. Y no se lo alabo bastante -le bailó el caldo de gallina apenas en su comisura.

Manoseó con delicadezas Plinio el machete del dos; lo abrió con un chasquido que se proyecto en un abarquillamiento de satisfacción en los labios de Wízner. Sacó el segundo el jefe jubilado de la policía municipal de Tomelloso.

-De madera violeta o palo violeta, o yo qué sé... Dura es, que gasta las sierras antes de nada. En lo de Francisco me han dicho que se usa para hacer guitarras, que el distribuidor se las vende también a un guitarrero de Baza, en Granada. Pero el cacho es el que me ha enviado el cliente.
-¿Y este filo? -señaló Plinio la punta del nuevo machete-. Esto es para apuñalar y que la hoja hienda carne y  resbale en el costillar.
-Me lo piden mucho los cazadores. Yo se lo pongo al machete más como detalle. Pásele la mano y no encontrará aspereza. Pernillos bien limados, lentejuela avellanada y enrasada. Un capricho. Corte usted, Plinio, aunque sea ese canto de pan. ¿Ve? Como la mantequilla.
-¡Padre -ordenó en alto Alfonsa desde la cocina-, tómese ya la pastilla, que luego me cuesta a las tantas despertarlo para que se la embuche!
-Como la misma mantequilla -respondió por lo bajo Plinió, ¿ve usted?




















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