jueves, 30 de abril de 2015

12 NAVAJA BUSTOS: LA SOMBRA DE FRANCISCO DELGADO TRUJILLO (PACO MULAS)



Los Delgado son familia larga de pueblo, como lo son todas las estirpes rústicas debajo de cualquier tormo. Ejemplo lo es Francisco Delgado como eslabón -o broche- de la saga menestral. Hijo y hermano de cuchillero, por atar corta la cuerda. Nació en el 20 y su primera fragua la tuvo en la calle Maestro Vivar. Se dice que en esa ocasión, como no tuviera motor, afilaba en lo de Otilio, al que pagaba en especia con la proporción de una por doce. Las suyas las vendía a J.J. Martínez y a otros. Dicen que bordaba el cuerno vacuno al que taraceaba con lentejas y cintos. De punzón marcaba TOLEDO o ALBACETE.

Siempre Paco Mulas trabajó en ajeno, en taller diferente o dándole su manufactura a terceros. Estos fueron también los Bustos. La fornitura le era entregada y él la devolvía en industria. Por todo Santa Cruz fue lo mismo, de tal modo que no fuera posible averiguar quién hacía qué (es consenso allí atribuir la navaja al dueño del taller que la marca -pero no todos los ángeles tienen la misma mano, se sabe-). Así se trabajó en muchas partes, incluso el Corte Inglés (en algunos pueblos andaluces cercanos a la Mancha, se cortaban camisas con la etiqueta triangular verde, en talleres precarios).

Conservó el arte que otros olvidaron o apartaron por labores más llevaderas; y fue él quien a finales de los 90 aún componía modelos que ya ningún taller ni obrero montaba, como las que no tenían forros con cachas de vacuno (pero siempre sin su nombre: BUSTOS...).


Cuando esta se eligió, el feriante dijo "Paco Mulas" (sin forros, panzona...). Pero no se me alcanza si fuera de él o solo compuesta a su manera. Me da por pensar que sean de este artesano, piezas que han sido acaparadas por docenas y que aún duermen en el barracón de la feria. Traqueteados, mil veces guardados y desembolsados, apretados como guijarrillos y lanzados al mostrador, puestos en expositor a la brava e imantados estos filos. Una vez y ciento cada fiesta pueblerina o capital. El artesano quizá viva aún, ya cerca del centenar, pero no labra tiempo hace. 






Tapitas superiores harto desiguales en sus mitades, pero todo lo demás casi lo oculte: los forros que no tiene, el cierre firme, los limazos y el asentado muelle, el corte de las cachas y su regular conformación, la hoja anchona... y todo en 11,5 cms de circunspección santacruceña.









jueves, 23 de abril de 2015

11 NAVAJA BUSTOS: NAVAJEROS DE SANTA CRUZ EN LOS TRENES

A las vías también se iban los santacruceños a aliviarse el hambre. Era con nocturnidad en trenes, y tomaban los que iban dirección a Madrid o los que se bajaban a Andalucía. Como fueran estos su emporio de pobreza, no sacaban billete casi nunca. Huían los vendedores del Servicio de Información de la Guardia civil, que de paisano vigilaba el trenerío. Aquellos lo evitaban dado que la venta de cuchillerío no estaba permitida.

Historias contaban de aprehensiones de mercancía de filo que los infiltrados les tiraban bien por la ventanilla (otrora sí que se podían abrir), bien por la taza del váter. En el disimulo buscaron escape, y escondían el negocio con otro: ofrecían café o zumos. En latas de conservan limpias y acondicionadas (el hojalatero les diera forma de cántara) llevaban el café al que se añadía leche condensada.

Había navajero que no arriscaba y solo voceaba de tapadillo en las paradas de un cuarto de hora al menos que los trenes solían hacer en las estaciones, y así evitar a la brigada. Cuando en los coches iban quintos, los vendedores, que tenían el olfato muy fino, acudían todos a la estación.

Los trenes que solían esperar eran el de media noche a Algeciras (o el mismo de regreso a las 6 de la mañana), el de Granada ( a las 2 de la madrugada), y el Coche Correo (a las 2.30 horas).



 Juan Aranda (1927) empezó, como otros, tarde a vender en los trenes. Cogía líneas hacía Aranjuez, Albacete, Baeza o Valencia. Como no era navajero, compraba material a Julián Galván, Paco Mulas o a los Bustos. Estuvo en la venta hasta la jubilación, y su hijo le tomó el relevo.

Julián de la Rubia se puso a los cuarenta a vender, y siempre con mercancía de otros, que no era navajero tampoco. Cuenta (véase el libro La navaja de Santa Cruz de Mudela) una aventura en la que por huir del revisor se subió, él y un compañero -Leopoldo Ruiz-, al techo del coche que se metía en un túnel. El compañero cayó al suelo desde el tren. Sobrevivió y llegó a ser...maquinista de RENFE.


 Félix de la Rubia (1917) sí que vendía sus propias navajas, pues tenía fragua en la calle Sur 17 (calle donde, por cierto, la tiene hoy Francisco Valencia). Hacía el trayecto de Santa Cruz a Valdepeñas varias veces durante la noche.
 Usó Agustín de la Rubia de cinto y talega para llevar mercancía. Cuenta que dado que había varios vendedores a la vez en los vagones, solía remolonear hasta quedarse el último y aprovechar que los viajeros ya estaban despiertos y con mejor humor que cuando el primer navajero pasara con sus ofrecimientos.

 Concepción de la Rubia (1946) fue navajero que componía sin fornitura ajena sus navajas (muelles, hojas...todo lo hacía en el taller familiar). Punzonaba Albacete.

 Aurelio Ramírez de la Rubia, mutilado de guerra, se dedicó al estraperlo y a la venta de bebidas y navajas en los trenes. Se le podía ver con una gran cesta  llena llena de refrescos que con una correa llevaba al hombro. No solía comprar billete pues le salía mejor pagar  medio cuando el revisor -si es que no miraba a otro lado- lo pillaba. Así estuvo hasta que empezó a cobrar pensión de mutilado de guerra.


 Navaja corriente de  pistón, hojilla cortaplumas inoxidable. Esta misma nacarina aún la usa Rafael Wízner cuando quiere acordarse del oficio.


No es la mejor de las Bustos, habrá que fijarse no mucho para ver que la hoja no puede cerrarse sin forzarla para que se despegue del forro que le impide acomodarse entre las cachas. Grave defecto si uno ha de valerse de ella pues cada vez ha menester andarse con esta precaución. Navajilla de niño que los Bustos repartieron por ferreterías, y tienduchas desde Barcelona a Almería.



 Mejor es esta que la anterior. Otro cortaplumas chico de hojilla de olivo. Está bien acabada, con esas cachas en madera tropical embutida en latón (con pernillos de lo mismo). Podrían ser estas las que se vendieran en aquellos trenes que ya no pasarán.







viernes, 17 de abril de 2015

10 NAVAJA BUSTOS: LOS RIFADORES

Los catalanes de sus manos hacen panes...y los manchegos navajas para comérselo. Aunque convertir las navajas en pesetas (otra palabreja catalana) nunca ha sido fácil -y menos antes-. Feriantes al margen, la rifa fuera otro modo cercano sino vecino al primero. 


Usábanse mesujas plegables de carrillo, más largas que anchas para vigilar la mercancía y embaucar a la parroquia. Se cubrían con "tablillas" en las que había sujetas una o más cartas de la baraja española. Se vendían estas tablillas para finalmente cortar una baraja (bien el rifador o uno de entre el público). Ganara quien tuviese en la tablilla comprada la carta del corte.


A veces, si no se habían vendido todas las apuestas, ganaba el artesano-navajero-rifador; como no quisiera perder parroquianos, se podía seguir cortando baraja hasta haber ganador. Otra forma fue la de la tómbola. El advenimiento del euro también encareciera el juego, y se vendían papeletas a diez euros para premios de hasta 30 navajas. Se refiere en La navaja de Santa Cruz de Mudela que haya pueblos en los que la costumbre no era comprarlas sino ganar las navajas en la rifa, como en Calzada o Moral de Calatrava.







Rafael Bustos Muñoz, del que ya se trató, fue infante cuchillero -y tomara la comunión por primera vez con una navajón en la mano- Terminó, obviando décadas de taller y aleccionamiento a hijos- en la rifa por pueblos de la provincia, de Albacete  y aun Jaén.

Es posible que las navajas presentadas en la serie de entradas sobre Bustos hayan sido hechas por él o por su hijo Rafael Bustos Valencia (por cierto, este "Valencia" lo ata a la familia del demiurgo Francisco Valencia, que merecería él solo unas buenas docenas de entradas...).








viernes, 10 de abril de 2015

9 NAVAJA BUSTOS: 3ª PARTE. LOS FERIANTES DE SANTA CRUZ DE MUDELA: SE VENDEN NAVAJAS BUSTOS

Como ya se dedicó una entrada al puesto de Santos en los Redondeles de Albacete, ahora no hará falta nada  más que una pequeña noticia de la familia. Es curioso que el pariente en la bibliografía que aparece como el primer feriante de la saga, Francisco García de la Torre, aprendiera el oficio de uno de sus dos hijos, Francisco García Cantero (1929). A este lo puso de aprendiz a los tiernos nueve años; pero el muchacho no era apañado así que le instó a que se dedicase a las navajuelas facilonas de pistón cortadas a mano. Se hizo así; y al partir el hijo a la mili, el padre se dispuso a montar estas navajas de pistón pues de ver a sus hijo ya aprendiera. El padre, espabilado, descubrió que si compraba la fornitura ya cortada, el trabajo era menos y el dinero más: Ramírez de Albacete fue su provedor. Las piezas las vendía en las ferias con el punzón García o G.


 El otro hijo fue Santos García Cantero. Feriante como tres de sus cuatro hijos. En Santa Cruz siempre se ha tenido como cierto que su exposición de navajas en su puesto era la más variada, la más compuesta, la mejor. El propio Santos era el encargado de este menester.







Cuando se visitó el puesto, el amo de él, de la estirpe García (o Santos, pues la personalidad del padre lo convierte en personaje insigne en la historia ferial de España). se ofreció para compra un machetillo de columnillas hecho por el padre. Se ignoraba que el padre supiese del oficio. Desde luego el hijo sí que lo aprendiera bien... Y se cargó con una mochila de Bustos.



domingo, 5 de abril de 2015

8 NAVAJA BUSTOS: 2ª PARTE. LOS FERIANTES DE SANTA CRUZ DE MUDELA: SE VENDEN NAVAJAS BUSTOS


(...) Audaces, llegáronse hasta Torrelavega -me informó el puesto de Santos-, pero no tanto a Levante (quizá por la competencia de Albacete). Los puestos se colmaron de plastiquerío y castizo (para el niñerío y la mocedad -cuando se quería comprar gafas ahumadas, o collares y pendientes de gitana, o guitarrillas, botas de vino, correas...no se acudía al Corte inglés, ¡quia!-). No faltaban los jornaleros del tajo campero, los aprendices del cuero, los pastores de abejas y los cabreros siempre todos faltos de filo. Los más espabilados acabaron más en el comercio que en la fragua, por lo que se especializaron en la venta y ambulación. Compraban ya la mercancía terminada, muchas veces apretando pesetas y céntimos a los artesanos. Aún quedan de estos, menos, y de aquellos, pocos.

Como hacían también allá, al otro lado de los Pirineos, los que abandonan sus poblachos en el Macizo Central buscando peonadas aquí, con la madera o el ganado. Estos se llevaban navajas que de retorno en sus Francias acabaron siendo copiadas en Laguiole. Claro que luego los de Thiers, otro pueblo junto a un río que es parasitado en mazos, los copiaron a su vez. Pero, sì, allí cogían sus navajas y se iban también a buscarse sus francos con los filos. Igual que allá en Santa Cruz de Mudela.