jueves, 28 de enero de 2021

3 LOS RECUERDOS DE LA CASA III. NAVAJA DE RAFAEL WÍZNER EN MATERIAL ACRÍLICO-COUTEAU ESPAGNOL DE RAFAEL WÍZNER EN MATÉRIEL ACRYLIQUE







 LOS RECUERDOS DE LA CASA III

(CONTINUACIÓN)

     Lo miraba el cuchillero en su soliloquio y quiso este meter pizca de sensatez.
     -Cada cual pone su casa como le viene de lo suyo propio -sin propósito remedaba Wízner estilo y elevación- . Antigüedades, que no cacharros, tienen. Desde el callejón se ve un ventanón encortinado por el que asoma un santo, y las paredes con pinturas de figuras de ángeles, o yo qué sé.
     -Esos no usan su capa como sayo. ¿No has visto sus motos? Las tienen de revista, de museo.
     -¿Cambalacheo?
     -La pulcritud es miserable a veces, o siempre.
     No quiso esta vez tomar burla Wízner del prurito de elevación léxica de José Vizcaíno.
     -Así que estos se van de jira con sus motos a ... buscar. Encuentran. Por estos pueblos siempre hay quien no ve por él mismo. Los viejos venden lo que ven como cascarrias; los herederos desmantelan las casas de sus difuntos antes de malvenderlas o de renunciar a ellas por aquello de lo del impuestos de...
     -De transmisión patrimonial, Rafael.
     -Sí, eso. Si no lo compran ellos, se pierde. Los gitanos no creo que les pagaran más. Pero, ¿y los hurtos?
     -Tienes buena cabeza, Rafael. Pues quizá sean otros los que roban.
     -¿Pero para ellos?
     -Quizá, no.
     -¿Y se esconden estos de las motos? ¿De qué?, ¿de quién?
     -La competencia. Aquí el negocio de vaciado de pisos o casas no está implantado como...
     -En Cataluña, por ejemplo.
     -Estos son competencia. No sé si mejor para el paisano que para los vaciadores de pisos.
     Empinó Vizcaíno el vasillo de cristal hasta que atrapó el luquete de limón del carajillo entre los dientes. Luego insistió.
     -¿Has visto la casa por dentro?
     -Me tenías engañado, todo es por fisgar. La casa y nada más que la casa.
      Sí era Vizcaíno muy curioso pero de lo suyo, que excitaba con los estímulos diversos de la comida, del licor mesurado, de las arquitecturas, de los árboles, la poesía o los objetos.
     -¿Cómo era la suya, Rafael?
     -¡Anda, qué! ¿Y la tuya? ¿Estás royendo los granos de café?
     -Era...

     No dijo de los oros deslucidos entre galantes escenas apagadas, de refulgencias lejanísimas de meteoros en la negrura plegada de las cortinas que en casa de los abuelos hacían de puertas.

     Acabada la cavilación y el café, propuso el profesor ir a visitar en el callejón del Aire el ventanal  más historiado que había en el pueblo.
     -Por la noche, José, hay gente que se pasa  por gusto solo de ver el santo tras el cortinón, recortado en la claridad de la luz de las perillas.

     Se fueron, uno pensando en los ocres, los morados y cárdenos, los naranjas y oros mustios, las cortinas recias de verde severo, los muebles oscuros, las bombillas flojas de luz muertil, las estampas con patina enmarcadas; el otro, en la Montesa Impala.


                                            FIN