En achetant un couteau 1515 chez Maison Jamart-Au grand rasoir
Después de que llegado se hubo a la Estación central de Bruxelles poco se anduvo hasta la plazuela donde estaba y aún está. En declive su plano, se vio en cuanto se accedió por la calle que enfrentaba el escaparate: Jamart coutellerie. Nunca se tuviera tanta suerte que sin buscarla, en los primeros pasos que hollaron la vieja ciudad, se diera de bruces con una de la que se buscaran informaciones previas al viaje. Tanto dolió no parar la derrota y continuar con los mundos que se perturbara el corazón de tal manera que fatigas, vahídos, deliquios, alucines, penas, contracorazones, quimeras y llantinas interiores llegaran a la vez y en turba al decaído y levantado ánimo.
Socarrón rubicundo y detenido, mayor pero despejado, meticuloso en sus detalles de venta...Se asombró este hombre de albísima cabellera (a lo que parece todos los boticarios de filo tienen canas como chopos blancos) se asombró, digo, de que desde la España (no aquella que los sojuzgó fiera tan bien traída en La kermesse heroïque) España del sur se viniera un mengano a comprar navajuelas finas a la tienda, con chapurreo de francés.
"Nous devrions marcher à Valencia", le soltó a la mujer que lo acompañara, su esposa al parecer. Como se volviera allí más de una ocasión aquellos días -y en otros de otros viajes- se matizó la impresión de pobre suficiencia de aquel vendedor con una botica tan bien puesta, como lo están aun los estancos allí, que más palacios que tiendas son por escaparaterío, género, cristales, rótulos y puerta. No se movían allí los artículos a la venta que más cara de tránsito in articulo mortis puso toda ocasión que se le visitó. "Yo no afilo nunca mis cuchillos salvo los pocos que tengo en uso" se le contestó cuando se ofrecía con disimulo directo a ocuparse de amolar las hojas de mi colección. Oups!!!
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