lunes, 19 de diciembre de 2016

V CONJUNTO DE NAVAJAS DE TAPITAS DE RAFAEL WÍZNER RUIZ-COUTEAUX ESPAGNOLS DE RAFAEL WÍZNER

RAFAEL WÍZNER ENSEÑA UNA PANOPLIA DE NAVAJAS A PLINIO








Pudieran haber sido vistos por las erillas, orillando los olmillos secos que menguados siguen un cauce seco hecho caminal. Diríanse uno a otro:

-¿Viera usted aquel museo de Londres en donde tantos animalejos tienen en conserva de salazones? -dícele Plinio de Tomelloso a Rafael de Santa Cruz, con socarronerío.

-Me habla, claro, del Museo de historia natural, ese que es de cuento. Pues sí, vivamente.

Dirigieran la vista a la lejanía, donde los pinos reales, a la casa del obispo (que en todos los pueblos buenos, de mucha labranza y caserío rico, siempre las hubo) como vislumbrando con los ojos entornados las alas invisibles del crepúsculo.

-Es usted un hombre muy viajado, Rafael -rompe Plinio el momentáneo callar.

-Lo que yo no he visto, otros ojos  me lo contaron. Ha de saber que mis hijos y mis nietas  me traen lo que yo no alcanzo. Muy coloridas las vitrinas, con pajarerío de plumas de níquel, de hierro color de llave de iglesia, de bronce, de cobre, de níquel y aun de alpacas... Y no le digo de los colores de la corona de la Virgen, que en los escarabajos que tienen allí puestos se sacaran todos.

Ha mirado Wízner no con los ojos cerrados de la memoria sino que ha improvisado al mirar los cuadros de barbecho de la comba suavísima del secanal que tienen por delante. Ha encontrado los encendidos y tenues vislumbres del metal con que trajina, y en el rosicler del ocaso tiene una enciclopedia cifrada con los fulgores de las centellas que súbitas viven y mueren.

-Más sabe usted de tonos que mi mujer, y ni la Rocío la de la churrería viste con tantos matices como los que usted enumera.

-Es que, sabe usted, en un asta de toro de lidia están todos los colores, los del sol, los de la tarde y de la anochecida, los verdes de la primavera y los oros del verano...

-Se ha dejado usted el otoño...

-No -le ataja cordial Rafael-, que el rojo de los jaraíces está también; que a veces una sanguina como esa que se cuelga allá ahora que el sol declina -señala al ocaso-, ese color rojo, le digo, también se encuentra.

-Vamos, vamos, Rafael que sin salir de su comedor usted tiene el día, la noche, las cuatro estaciones y, si no para, un museo de animalejos muertos -respondió ofreciéndole en vano de su petaca caldo a Rafael.

-Le llevaré yo no a Londres sino a la calle Santiago a enseñárselos todos en una panoplia, después me dirá...










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