Esta es la pasta de la que se merendaba, de tres colores -que no sabores-. Al corte, como los helados del kiosco. Marrón, ocre pálido y rosilla. Los tres sabían a nada, a parafina si eso. Y de esto nos mantuvimos. De los tres colores. Por eso se me fueron los ojos a esta pasta, de la que ya no se usa. Para comprobar cómo lo sintético puede envejecer como el metal, comidos las refulgencias y el brillo por los dientes de la luz.
(Aquí la hoja antes y después de pasarle la muela, que tuvo el pico con mellas y desvío; comido se la ha metal a la hoja, que antes la punta estuvo a menos altura.)
Piña de los trópicos, ibiscos, solaje de tés de flores, coral tigre... Cuando se viene la melancolía a aquellos años el color es desvaído, desolado, falto de matices. No de otra manera se puede tener en las mientes, como estas cachas lo están.
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