sábado, 24 de octubre de 2015

3 NAVAJA FRANCESA LAGUIOLE ROSSIGNOL


Son dignísimas estas Rosignol, de mecánica sincrónica, impecables; firmes y afinadas, relucen después de que las compusiesen allá por, tal vez, los ochenta. Admira cómo se conservan, sin robín, sin máculas, sin aspereza. Despertaron estas el continuo interés por le couteau laguiole. Que este también declinó por un tiempo por imposible que nos pareciera. No fue la única casa, pero sí la más prolífica (tanto fabricó que sus remanentes aún se venden décadas después, -si es que no estuviera errado-).




Fue la grandona, de 12 cms, de la que se habló en la primera entrada de la serie sobre las navajas del oiseau. Esta abrió el portón del castillo. Y mucho se ha maltratado, y mucho se ha cuidado. Conserva el nervio que retiene, solo la hoja ha tenido que ser pulida y rebajada por los rayos que un amolado deficiente le grabó. No creo que las españolas de teja corrientes de la misma época estén tan mozas, tan mantenidas y de tanta utilidad. Envidia de que las casas que las labran aquí no las apañen de tal modo que abracen tradición y trabajo, que sean aparentes pero flojas, que la rareza de sus materiales sea malgastada en mecanismos y modelos banales.  









No se sabía de que hubiesen moscas de tal calidad ni de tal otra. Que no se sospechase de que se disecaban los heminópteros con forja o con soldador. Sí se atesora todavía la rareza, común en las Rosignol, de su robustez, de su fúlgido resplandor en mitras, de sus chasquidos sordos, de las suavidades de su comba de caligrafía enhiesta, de las redondeces constantes de sus pernos, y de los setos que ajardinan troquelados su espina dorsal sin mella.



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