sábado, 13 de enero de 2018

15 ISSARD EN HUESO-COUTEAU BOULEDOGUE ISSARD EN OS CERFÉ

BOULEDOGUE ISSARD EN OS













Lo primero de la navaja bouledogue es que en este pecado de hybris, es más toro que can. Tótem en aquellas primeras ciudades del medio oriente entre ríos persas. De su potencia se infirió que había que ponerlo en un pedestal, esculpirlo en frisos y estelas, y hacerle cuentos. Después se domesticó el ser divino para que Ormuz, u otra potencia celeste, tuviera raciones de carne (estas, o los sacerdotes, que se delectaban con las asaduras y los jarretes). 


Más allá acaso, mantenido en jardines y alimentado con las primeras frutas del mango que crio la naturaleza por error, los indoarios, de tanto observar músculos y anatomías, además de probar su asado del que conocían suculencias, lo cargaron con más significaciones: guardia de su territorio, antonomasias de la procreación (los primeros bocetos del pancha tantra y aun del kama sutra lo tuvieron de emocionante modelo). Casi estuvo a pique el cornúpeta de ser tomado como bestia de monta, y así fue entre algunos vedas. 

Los franceses, cómo no, no se fijaron tanto en los diccionarios de mitología antigua y encargaron su estudio a matemáticos y lógicos con chateau y granja. Allí, con colaboración de vaqueros y carniceros, esculpieron vacadas con carne melosa de ternezas indecibles, les charolaises, les limousines, les blondes de Aquitania... Hubo algunas que alimentadas con los pastos más crasos, daban canales con aroma de mantequilla. El toro siempre. De razas montaraces y rústicas aprovecharon incluso las astas para encabar utillerías de relojeros.  En el centro de aquellos macizos centrales, el sagrado bovino de Creta fue aspersor de metaforismos. Así el de la navaja bouledogue. Potente y ancha, de grueso esqueleto, manejable si es sacada del morral, encadenada o sujeta de ronzal con anilla. 








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