lunes, 8 de enero de 2018

I NAVAJAS ANTIGUAS RESTAURADAS POR RAFAEL WÍZNER RUIZ-ANCIENS COUTEAUX SPAGNOLS

INICIO: I LA RESTAURACIÓN DE LA NAVAJA DE ÓCCAM





Navaja capaora con punzón Arcos-Albacete

Abrió los ojos a la débil luz que, como cápsula, lo envolvía; había estado encendida toda la noche la lamparilla, velando la inquietud del profesor de filosofía. No se durmió hasta las cinco de la madrugada, y ahora el silencio del despertador lo había perturbado. Duró poco su desasosiego, no más de unos segundos hasta que comprendió que no iría al instituto pues ese mismo día comenzaban las melancólicas vacaciones de navidad.

Una vez abortado el conato de salto a la nada para que el frío lo tonificase -así hacía cada mañana durante los días lectivos- intentó restaurar la frágil ensoñación de su fatigoso duermevela.

-¿Hesse?, ¿El lobo de Hesse?; ¿la estepa de Soria?, ¿Machado y sus espinos?, ¿Doctor Zhivago?...

No llegó a  encontrar el hilo, y mentalmente se contuvo por no cagarse en Ariadna.

-¿Qué te pasa hoy, Jose?

Así, sin el acento ni la sal. Esos eran los buenos días que le espetaba el bedel, lúbrico y zumbón, del centro.

-Nada bueno...¿no ves que he venido al trabajo?, ¡coño!

Llegó a decíselo, cuando la cuerda con aquel pisaverde sesentón se acabó. Pero se había jurado poner a las aristas del tiempo, cara de diamante. "Si empleas buenas palabras, si las palabras encierran significados nobles, si el tono es cordial... el ánimo cambia. Todo será más límpido y las amabilidades ajenas florecen" -se había dicho. Claro, que la magia de las palabras, siendo él filósofo, eran de mago de primera comunión.

Aun antes de lavarse, una vez atendido apremio de próstata y tendido primer diálogo mental del día, se fue a la mesa en la que se peleaba con los autores, con las obras, con los siglos.

Le pareció que de aquel diccionario en dos volúmenes de la editorial Alianza le llegaba la portada y el aroma de las entradas florecidas.

-"¿Ferrater Mora...?, no, no".

Y mientras entornaba los ojos pleglados por pesadez y legañas, dio un golpe en la mesa; un grueso pececillo de plata había sucumbido sobre la portada de un diccionario de retórica.

Abrió cajones y rebuscó, hasta que dio con la pesa minúscula de una romana. La sostuvo de la anilla como tomaba las acerolas de las Alpujarras que ya no volverían. Se aquietó, y tentando el hierro patinado del objeto, se fue al bancal junto río  de Almería, con su abuelo partiendo un tomate mollar con la silueta del pie de un filisteo.

-"Y con la punta repartía la sal; sí, con la punta de la navaja".

No dio con el autor ni con la idea, pero el contacto con el hierro, el peso del tiempo que encerraba lo sacó del laberinto de desasosiego de una idea que le bailaba con desvaidura de pintura descascarillada.



Navaja grabada Galván

Por estas y otras ansias salió con la idea del encuentro, no la de la búsqueda. La navaja de Óccam -con la que solía amonestar a los alumnos menos sincréticos- debiera ser restaurada; que ya era solo chascarrillo, pensó, jamás útil cuando se tocaban afectos propios. "No hilo, pero sí aro" se decía; y salió de su casa nimbado el rostro por el vapor de su hálito.










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