En aquel valle encumbrado de Pedumbria vivieron hombres minúsculos tales que se dijera de ellos que tuvieran pies en los hombros. Pseudoestrabón cuenta que se sostenían de carne de ratas alpinas muy crasas, enjundiosas y pingües, que de una sola veinte pedumbros tomaban bocado. Cuadra con la noticia la marmota alpina que allí vivía más abundante y regalada que ahora. Se bajaban taimados, con plumas de urogallo de tocado, a las chozas de los pastores y como mamones, tomaban de la ubre de las recia vacada leche. Por veces se traían con ellos alguna cabra para desayunarse de ella a placer.
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Helvetos rudos en pos subían las quebradas hasta donde los cembros cedían dominio a los edelweis raros. Por collados secretos se pasaban los diminutos a su lar y quedaban allá salvos en tierra incógnita. Se leyó por un metropolita de Meteoros en el biblioteca del emperador de Alejandría que un decurión feroz crucificado por dulcificársele el carácter pasó entre ellos una invernada en la que se sostuvo con el fruto de la aceveda y agujas de abeto avinagradas que ellos, el pueblo mínimo, adobaba con mixturas montanas de herbajes raros y musgos.
De un burgrave teutón se dice en el registro del procurador eclesiástico de Thal que de peregrino al apostol Yago, se llevó en jaula de perdiz a uno de ellos en obsequio del obispo mitrado de la sede compostelana, Fábilo Osorio. Lo dejó suelto este por el jardincillo enclaustrado de la residencia abacial para verlo deambular. Como se extasiara con unos escaramujos le ofreció en abundancia tal que vino a reventar. Enterráronlo en una maceta de rosales caninos que llevaron en obsequio al palacio de Raxoi.
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La nación menguada fue casta medrante que no obstante su tranco breve saltara de isla en isla a la rayuela con lo que alcanzaron el extremo de la tierra toda: la isla de Flores. No fueron estos portento sino por la alzada, que en lo que no se dice fueron de gracia colmados, sin miembros embarazantes ni hidropesias ni hipertrofias ni encanijamientos. Hombres enteros de proporción divina sin remiendo. A tanto llegaran que bravos se criaron en aquellos paraísos sino que terminaron en manducarse a los otros isleños que no eran de su nación menguante. En esto sí rayaron de feroces.
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