sábado, 8 de julio de 2017

NAVAJA DE RAFAEL WÍZNER RUIZ CON CACHAS DE LEOPARDO-COUTEAU DE RAFAEL WÍZNER EN LÉOPARD





Con ser finales de agosto y habiéndose ido todos los madrileños y catalinos, el pulso del pueblo había vuelto a la atonía del tiempo provinciano tan querido por lo casineros, que la falta de novedades era acicate para la lección de asiento. En los sillones orejeros se encendió un disputa lentorra, con silencios más largos de los que la precisión mandaba, y rellena de digresiones debidas a que los magines de los disputantes estuvieran ya por las edades con pérdida de ralentí.



NAVAJA MACHETE ANCHA DE RAFAEL WÍZNER RUIZ
ENCABADA EN CACHAS DE RESINA CON INCLUSIÓN DE MOTIVO DE PIEL DE LEOPARDO



La había excitado, al parecer, el paso por las cristaleras de dos mochilas en las espaldas de sendas rubicundeces centroeuropeas, cargadas y compensadas por las anchura de unos pechos anchos y cabeceos de perrillos en alfombrilla de coche. El rumor llegó a los veladores donde Plinio y Wízner tomaban su café descafeinado de sobre con doble de azúcar en vaso de cristal.
-Los ojos más que el pecho, clariones... Nunca tuve unos así y los envidiaba.
-¿Como los míos? -se señalaba Wízner al suyos al tiempo que los abría y mariposeaba los párpados.
No entró a la cita Plinio, que continuó con su quimera ocular.
-Cuando se estrenó Mogambo... ¿Se acuerda usted? Una de safaris, con dos actrices americanas de astil con retahíla de banderas. Una era morena con ojos verdes, que se vino a España y se lio con una tropa de gitanos y toreros...
-Y picadores -remató el cuchillero jubilado-. Esa es la de Sinatra. Y me acuerdo. Pero yo era chico cuando la vimos en el cine.
-Y la otra era rubiesca con ojos claros, pero no me pregunte usted de qué tinta. Es la de Mónaco, que se despeñó en un accidente. La Grace Kelly -pronunció el nombre de pila por la ortofonía española-.
-Sí, pero la tengo despintada. La primera, no. Esa sí que era mujer guapa como pantera.
-No sabía que entendía usted de panteras... ni que fueran guapas -era ahora Plinio el chanceante.
-Mire que sí. Era por la época en la que vi la película. Al salir del salón de invierno (aquí hubo dos salas: una terraza y el salón del que le hablo) nos fuimos los zagales a la explanada de las eras. Paró allí un circo con dos jaulas de fieras. La tarde anterior ya las vimos. Pues bien, lo tengo en los ojos: nos encontramos al pie de la carpa, entre los vientos, una carretilla con unas balas de paja entre las que asomaba la cola negra de un leopardo. La toqué. Se podían distinguir las manchas como rosas bajo la negrura. Al parecer se había muerto esa misma noche.
-Sí que está usted recordativo hoy.
-Fíjese que salíamos de ver una de safaris, con leones, negros, salambós, fusiles de caza, taparrabos de pieles manchadas, selva y ...
-... Mujeres como panteras.
-Pero esas de las películas no son como las que vienen a ver la plaza cuadrada del pueblo. Estas no son tan finas, sino que diría que bastas. Las nuestras son menudas, no tan rubias, pero con más proporción.
-¿Proporción...? Eso son dichos de sabios, y de viejos. Si nos vinieran mocedades, no creo que las proporciones nos estorbaran -y remarcó socarrón Plinio esa palabra.
-Las nuestras también fueron rosas, y si se nos mide por ellas, aún lo sean, Manuel, que nosotros tenemos los chasis con estropicio.
-Sí, rosas entre la negrura -acabó conclusivo, meditadivo y consideroso Plinio.






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