jueves, 27 de julio de 2017

2 NAVAJA MULTIUSOS FRANCESA-COUTEAU MULTIFONCTIONS-RELATO "LAS NAVAJAS DEL VERANO"









SEGUNDA PARTE:    EL CASCABEL Y LA MEMORIA DE LA CERVEZA

-¿Quién es el renacuajo?- inquiría Vizcaíno alargando la mandíbula.
-Una de la tropa de los Escudero. Compraron la finca esa que ves.
-¡Vaya, así que esos son los que ahora también negocian fincas...!
-Sí, sí. Y casas en el pueblo -completó Wízner. A continuación le hizo fijarse al profesor en una obra que había dentro del contorno limitado con un cipresal-. Pero bájate, vamos a ver si tú y yo nos enteráramos de algo. -E hizo con gesto que el profesor de secundaria abriera la puerta del coche y saliera prevenido-.

Remanecían de la provincia de Albacete, aunque algunos incluso les ponían origen en el límite de Valencia allá por Almansa si no más lejos. Estos romís se dedicaran al chalaneo ya hace, pero eso ya era viejo. Todo esto y más se lo había referido más de una vez Wízner a Antonio Vizcaíno, cada vez que veían a uno de ellos con librea de domingo estarse en la travesía del pueblo tomando cañas y departiendo toda la santa mañana.
-Niña -tomó la iniciativa Wízner ante la cortedad de su compañero-, dónde vas con esa bestia con la calor que hace. -Y señaló, como declamando, con el brazo primero al cielo y luego al poney modorro.
-Pues ya ve, tío Rafael, a darle un paseo. Si es que aquí nos aburrimos...
-¿Cómo se llama el poney, criatura? -se ganaba confianzas el cuchillero.
-Borrego -dijo pronta la gitanilla.
-¿Y no sería mejor bañarte en la balsa esa que tenéis ahí? -intervino Vizcaíno una vez abierta la brecha.
-Está seca, nos hemos quedado sin cuartos para terminarla -dijo con vozarrón de locutor un gitano espléndido como botón de muestra de su raza que vio llegar el coche y se llegó a oler-. Llevamos casi cuatro meses liados pero...
-No te amurries, muchacho, que más se tardó en levantar el Escorial.
-Diga usted que sí - se rio palmeándose el volumen acalabazado de su abdomen, y se desabotonó parcialmente la camisa que le constreñía, dejando en temblor dorado una gruesa cabeza de Cristo.

Saltó, pues, al quite Rafael Wízner y hablaron con Dionisio Escudero, tío de la niña. Le comentaron el destino de la excursión y, disimulados, le refirieron lo que ya se sabía en todo el pueblo acerca de los olivos y las gomas. Dionisio, probo en socarronería, se hizo de nuevas y con muy corteses palabras y dichos, como suelen, se despidió de ambos llevando a la niña consigo.

No bien se hubieron ido gitanilla y gitano, le sonó el móvil a Wízner, que se estuvo hasta cinco minutos asintiendo y moviendo su brazo libre hacia Vízcaíno.
-Era mi mujer. Novedades...
-¿Y eso?
-Pues que han amanecido las gomas de riego de los jardines de la iglesia rajadas, y los zócalos de la fachada del templo con monigotes amenazantes. Además, una manguera que tenían siempre caída en el pequeño parterre de los rosales también ha sido racionada en trozos.

Se dio en pensar muy brevemente en la contradicción lógica de “monigote” y su atribución “amenazante”.

-Mi mujer -continuó el cuchillero- me llama para prevenirme. A ver si me han hecho destrozo en mi parcela.
-¡Nos ha jeringado el raja gomas...! ¿Tiene usted enemigos declarados, Rafael? -La chanza era para dar tiempo a que el magín se pusiera en temperatura de funcionamiento óptimo-.
No obstante, antes de continuar camino a la huertecilla del cuchillero quisieron menos este que el otro, que tenía prisa en inspeccionar su pequeño sistema de riego, llegarse al mismo lindero de la finca de Anastasio. Como no había más de trescientos metros, se fueron andando con las manos puestas de visera, al tiempo que de tanto en vez el profesor, labrador poético y vano lletraferit, despuntaba las sumidades secas al hinojal que crecía en la cuneta.
-Lo de estos no es grave, que el agua es para mojarse el culo y no para viñas ni panizos.
-Si te has fijado, ahora en casi todas las fincas han hecho obra para convertir las casuchas de los caseros en chalés. Y en todas, del abrevadero han hecho balsica.
-Para el solaz del domingo. -Tenía Vizcaíno muchas feas costumbres y la peor, la de completar frases a todo quisque-. Disculpe lo de "solaz" -quiso en vano adelantarse a la chanza del cuchillero-.
-No te voy a tener en cuenta la palabreja, ni te voy a sermonear con aquello de que te mereces el mote.   -Y se reía vivo Wízner silabeando “Pre-fec-to”-. Bueno -continuó-, el caso es que conforme subimos el acuífero se ahonda, y encima de menguar, cada vez tiene más setazos. -Lo miró el profesor fijo, y Wízner le sostuvo la mirada subrayando la intención por un ligero cabeceo, por lo que no tuvo este que darse a comprender mejor-.

Desde la orilla, que Anastasio había puesto alambrada espinosa, vieron las manchas oscuras de la sazón del goteo y los tormos levantados entorno al agujero de donde había sido arrebatado cada plantón. Todo estaba chafado por multitud de huellas sobre el polvo. “De dos o tres personas al menos” propuso Vizcaíno sin fe. Los fragmentos de las gomas de riego habían sido llevados a las lindes. Escudriñaron, a iniciativa de Wízner, la entrada por el camino que conducía a la casa de la finca. Nada vieron extraño, solo débiles huellas de rodaje de una dúmper que estaba aparcada bajo un blanquizo nogal.

-O sea -recapituló el profesor-, ni huellas claras de neumáticos o pies, ni rastro de los olivos, ni señal de robo en la casa, ni rotura del motor del pozo, ni nada. ¿Tanto valen los plantones? ¿Qué pueden hacer con ellos?
-No lo tengo claro, Antonio. Parece que han sido arrancados como los nabos, tirando de ellos en vez de usar un escabillo, una azada... ¿No ves?, las paredes de los agujeros no son lisas como bocado de mula en remolacha.
-A lo tío Diego, vamos -empleaba Vizcaíno su gracejo regional.
-Ha debido de ser costosa la faena, pues en este campo ya tenía Anastasio algunos plantados de hace dos y más años, y no creas que eso es césped de piscina o alcacel de cebada. Ahí están, fíjate en la entrada, parecen caballones hechos por tractorista. Esos socavones son de árboles, pequeños eso sí; pero de plantones, plantones, nada.
A todo asentía el profesor mientras miraba fijo el campo, oteándolo. “Brava labor de bizarros, entonces” pronunció entre dientes.
-Y ya está -continuaba Wízner - muy entrado julio, estos olivillos no prenderán fácilmente.
-Más de dos manos, por lo que usted dice; y sin herramientas de ruido. ¿Darían con esto por casualidad e improvisaron? 
-No lo creo, Antonio.
-Ni yo. 

Se vinieron al coche, callando, con los ojos oblicuos el profesor, como los ponía al encontrar una hebra de la que tirar. Como Wízner se apercibiera, se lo comunicó:
-Ya estás rumiando algo.
-Y usted también, Rafael. Pero a ver quién le pone el cascabel...
-Pero aquí no hay gato.

A esas horas, ya el sol era un marro sobre los sesos calientes. Chasqueaban ambos en vano la lengua buscando memoria de humedad y cervezas.

-No diga más -soltó Vizcaíno justo mientras subía su ventanilla-. Pues la navaja, Rafael, que hable la navaja y callen las lenguas.


(CONTINUARÁ)

















































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