SEGUNDA
PARTE: EL CASCABEL Y LA MEMORIA DE LA CERVEZA
-¿Quién
es el renacuajo?- inquiría Vizcaíno alargando la mandíbula.
-Una
de la tropa de los Escudero. Compraron la finca esa que ves.
-¡Vaya,
así que esos son los que ahora también negocian fincas...!
-Sí,
sí. Y casas en el pueblo -completó Wízner. A continuación le hizo
fijarse al profesor en una obra que había dentro del contorno
limitado con un cipresal-. Pero bájate, vamos a ver si tú y yo
nos enteráramos de algo. -E hizo con gesto que el profesor de
secundaria abriera la puerta del coche y saliera prevenido-.
Remanecían
de la provincia de Albacete, aunque algunos incluso les ponían
origen en el límite de Valencia allá por Almansa si no más lejos.
Estos romís se dedicaran al chalaneo ya hace, pero eso ya era viejo.
Todo esto y más se lo había referido más de una vez Wízner a
Antonio Vizcaíno, cada vez que veían a uno de ellos con librea de
domingo estarse en la travesía del pueblo tomando cañas y
departiendo toda la santa mañana.
-Niña
-tomó la iniciativa Wízner ante la cortedad de su compañero-,
dónde vas con esa bestia con la calor que hace. -Y señaló, como
declamando, con el brazo primero al cielo y luego al poney modorro.
-Pues
ya ve, tío Rafael, a darle un paseo. Si es que aquí nos
aburrimos...
-¿Cómo
se llama el poney, criatura? -se ganaba confianzas el cuchillero.
-Borrego
-dijo pronta la gitanilla.
-¿Y
no sería mejor bañarte en la balsa esa que tenéis ahí? -intervino
Vizcaíno una vez abierta la brecha.
-Está
seca, nos hemos quedado sin cuartos para terminarla -dijo con
vozarrón de locutor un gitano espléndido como botón de muestra de
su raza que vio llegar el coche y se llegó a oler-. Llevamos casi
cuatro meses liados pero...
-No
te amurries, muchacho, que más se tardó en levantar el Escorial.
-Diga
usted que sí - se rio palmeándose el volumen acalabazado de su
abdomen, y se desabotonó parcialmente la camisa que le constreñía,
dejando en temblor dorado una gruesa cabeza de Cristo.
Saltó,
pues, al quite Rafael Wízner y hablaron con Dionisio Escudero, tío
de la niña. Le comentaron el destino de la excursión y,
disimulados, le refirieron lo que ya se sabía en todo el pueblo
acerca de los olivos y las gomas. Dionisio, probo en socarronería,
se hizo de nuevas y con muy corteses palabras y dichos, como suelen,
se despidió de ambos llevando a la niña consigo.
No
bien se hubieron ido gitanilla y gitano, le sonó el móvil a Wízner,
que se estuvo hasta cinco minutos asintiendo y moviendo su brazo
libre hacia Vízcaíno.
-Era
mi mujer. Novedades...
-¿Y
eso?
-Pues
que han amanecido las gomas de riego de los jardines de la iglesia
rajadas, y los zócalos de la fachada del templo con monigotes
amenazantes. Además, una manguera que tenían siempre caída en el
pequeño parterre de los rosales también ha sido racionada en
trozos.
Se
dio en pensar muy brevemente en la contradicción lógica de
“monigote” y su atribución “amenazante”.
-Mi
mujer -continuó el cuchillero- me llama para prevenirme. A ver si me
han hecho destrozo en mi parcela.
-¡Nos
ha jeringado el raja gomas...! ¿Tiene usted enemigos declarados,
Rafael? -La chanza era para dar tiempo a que el magín se pusiera en
temperatura de funcionamiento óptimo-.
No
obstante, antes de continuar camino a la huertecilla del cuchillero
quisieron menos este que el otro, que tenía prisa en inspeccionar su
pequeño sistema de riego, llegarse al mismo lindero de la finca de
Anastasio. Como no había más de trescientos metros, se fueron
andando con las manos puestas de visera, al tiempo que de tanto en
vez el profesor, labrador poético y vano lletraferit, despuntaba las
sumidades secas al hinojal que crecía en la cuneta.
-Lo
de estos no es grave, que el agua es para mojarse el culo y no para
viñas ni panizos.
-Si
te has fijado, ahora en casi todas las fincas han hecho obra para
convertir las casuchas de los caseros en chalés. Y en todas, del
abrevadero han hecho balsica.
-Para
el solaz del domingo. -Tenía Vizcaíno muchas feas costumbres y la
peor, la de completar frases a todo quisque-. Disculpe lo de "solaz"
-quiso en vano adelantarse a la chanza del cuchillero-.
-No
te voy a tener en cuenta la palabreja, ni te voy a sermonear con
aquello de que te mereces el mote. -Y se reía vivo Wízner
silabeando “Pre-fec-to”-. Bueno -continuó-, el caso es que
conforme subimos el acuífero se ahonda, y encima de menguar, cada
vez tiene más setazos. -Lo miró el profesor fijo, y Wízner le
sostuvo la mirada subrayando la intención por un ligero cabeceo, por
lo que no tuvo este que darse a comprender mejor-.
Desde
la orilla, que Anastasio había puesto alambrada espinosa, vieron las
manchas oscuras de la sazón del goteo y los tormos levantados
entorno al agujero de donde había sido arrebatado cada plantón.
Todo estaba chafado por multitud de huellas sobre el polvo. “De dos
o tres personas al menos” propuso Vizcaíno sin fe. Los fragmentos
de las gomas de riego habían sido llevados a las lindes.
Escudriñaron, a iniciativa de Wízner, la entrada por el camino que
conducía a la casa de la finca. Nada vieron extraño, solo débiles
huellas de rodaje de una dúmper que estaba aparcada bajo un
blanquizo nogal.
-O
sea -recapituló el profesor-, ni huellas claras de neumáticos o
pies, ni rastro de los olivos, ni señal de robo en la casa, ni
rotura del motor del pozo, ni nada. ¿Tanto valen los plantones? ¿Qué
pueden hacer con ellos?
-No
lo tengo claro, Antonio. Parece que han sido arrancados como los
nabos, tirando de ellos en vez de usar un escabillo, una azada... ¿No
ves?, las paredes de los agujeros no son lisas como bocado de mula en
remolacha.
-A
lo tío Diego, vamos -empleaba Vizcaíno su gracejo regional.
-Ha
debido de ser costosa la faena, pues en este campo ya tenía
Anastasio algunos plantados de hace dos y más años, y no creas que
eso es césped de piscina o alcacel de cebada. Ahí están, fíjate
en la entrada, parecen caballones hechos por tractorista. Esos
socavones son de árboles, pequeños eso sí; pero de plantones,
plantones, nada.
A
todo asentía el profesor mientras miraba fijo el campo, oteándolo.
“Brava labor de bizarros, entonces” pronunció entre dientes.
-Y
ya está -continuaba Wízner - muy entrado julio, estos olivillos no
prenderán fácilmente.
-Más
de dos manos, por lo que usted dice; y sin herramientas de ruido.
¿Darían con esto por casualidad e improvisaron?
-No
lo creo, Antonio.
-Ni
yo.
Se
vinieron al coche, callando, con los ojos oblicuos el profesor, como
los ponía al encontrar una hebra de la que tirar. Como Wízner se
apercibiera, se lo comunicó:
-Ya
estás rumiando algo.
-Y
usted también, Rafael. Pero a ver quién le pone el cascabel...
-Pero
aquí no hay gato.
A
esas horas, ya el sol era un marro sobre los sesos calientes.
Chasqueaban ambos en vano la lengua buscando memoria de humedad y
cervezas.
-No
diga más -soltó Vizcaíno justo mientras subía su ventanilla-.
Pues la navaja, Rafael, que hable la navaja y callen las lenguas.
(CONTINUARÁ)
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