TERCERA
PARTE: LA NAVAJA Y EL SOLAZ DE LA CERVEZA
Ya
estaban los murciélagos rozando la glicina medrada del quiosco de la
plaza cuando asomaron, cada uno por una calle, los dos, Vizcaíno,
alias Prefecto, profesor de secundaria, y Wízner, cuchillero
retirado. Habían quedado en el cuartel para, una vez terminado su
servicio, hablar con el cabo de la judicial. Se trataba de que Wízner
examinara la navaja que había sido tomada de la finca, casi hundida
entre los tormos.
Estaba
ya el guardia civil, de paisano, esperándolos frente al jardincillo
de la puerta; sobre su cabeza, una orla en azulejo: Todo por la
patria. Tras las presentaciones de Rafael y el cabo, este abrió la
palma de su mano izquierda para mostrarla.
-
Sí que es maciza. -Y la sostuvo Wízner, calculando el peso con un suave
movimiento de balanza-. Efectivamente, cachas de hueso, que no de
ciervo...
-Yo
no dije ciervo, Rafael -cortó Vizcaíno.
-Ya,
ya, no seas picajoso. Tiene por los menos seis o siete elementos. -Y
los fue recitando-. Hoja grande, pequeña, sacacorchos, lezna,
abrelatas, destornillador... -Y empezó a abrirla-. ¡Puf..., está
fuerte, fuerte! La hoja grande no tiene holgura y el muelle, mírelo
- se dirigía al cabo- pistonea de maravilla. No tiene filo -y repasó
con el pulgar la línea ideal de corte-, no tiene.. No creo que
cortaran todas las gomas con esto, ni todas ni...
-¿Ninguna?
-razonó Vizcaíno, que en esas disquisiciones se abstraía tanto que
olvidaba que no eran ellos, Rafael y él mismo, la propia policía.
-Ninguna.
Si han cortado las gomas, con esto seguro que no.
-O
sea, que se les cayó del bolsillo pero no la llevaban para la faena.
-Intentaba aclarar ideas el guardia civil-. ¿Y quién puede tener en
el pueblo una navaja así? Porque ya me ha dicho Antonio que es
francesa y por los materiales...
-Acero
al carbono, hueso, aluminio... -dijo en voz el aludido.
-Sí,
y con la llave enganchada y el cordel... Parece de capricho, no de
batalla.
-Claro,
claro. Esa debe de ser vieja. -Alargó el brazo Wízner y se quedó
mirándola fijamente mientras se atrevía a dar una cifra-. De unos
sesenta años o más.
Le
tomó la navaja el cabo al cuchillero y desplegó de nuevo la hoja.
-Está
manchada, fíjese. - Repasaba con el dedo pulgar la hoja sucia-.
Ennegrecida y con relumbres verdes.
-Sí
-dijeron al unísono tanto el cuchillero como el filósofo, pero este
le cedió la voz al primero:- Han tratado de cortar, es posible, los
troncos; la savia de la corteza verde ensucia mucho estos aceros,
¿sabe? Abra usted ahora la sierra.
El
guardia civil solo la encontró tras las indicaciones mímicas de sus
interlocutores y la pasó al cuchillero ante la imposibilidad de
desplegar el adminículo. Wízner lo logró con esfuerzo, y a
continuación la mostró.
-Mire,
están los dientes llenos de hebrillas de corteza. Pero, vamos, con
esto no cortarían, creo, ni uno solo. Esto se embota...
-
Y queda inoperativa -completó la idea el profesor, como solía.
Se
estuvieron un rato no muy largo, haciendo cavilaciones en edad,
materiales, bondades, procedencias, idoneidad, estorbo, valor...
Hasta que llegaron a lo que más convenía al caso.
-¿Y
quién puede perder una navaja así? O mejor dicho, ¿quién puede
tener en el pueblo una navaja así, de anticuario?
-Hombre
-se dirigía Wízner al cabo midiendo palabras-, algún caprichoso...
-
O alguien que mueva antigüedades.-Quiso completar la respuesta
claudicante de Wízner Vizcaíno-. Aquí los que cambalachean con eso
se sabe.
-Pero
yo no digo sospechas, para decir algo hay que saberlo. -Acabó de
entenderlo todo Vizcaíno en la respuesta de Wízner, y de sus
vacilaciones infirió la absoluta confirmación que sin palabras ya
habían sacado ambos por la mañana-.
Con
la armonía que daba el momento previo a la anochecida, dirigieron
los tres, de consuno, el camino a los bares de la carretera para
refrescarse del polvo del día con un cerveceo contenido.
(CONTINUARÁ)
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