jueves, 27 de julio de 2017

4 NAVAJA MULTIUSOS FRANCESA-COUTEAU MULTIFONCTIONS- RELATO "LAS NAVAJAS DEL VERANO".








CUARTA PARTE: OTRA NAVAJA Y UN SUSPIRO
La noche de verano era clara, y corría el mismo aire de la mañana pero ahora era aura benéfica por lo que Vizcaíno acompañó a Wízner un buen trecho. Los jazmineros exhalaban gratísimo perfume tras los enrejados y las tapias. Se despidieron al pie de la leve cuesta que conducía al domicilio del profesor, con cita mañanera fijada.
Tuvo Vizcaíno pesadilla tras haberse endilgado inmúmeras tajadas de bacalao frito y una pipirrana fría. Soñó que buscaba una cuchillería en la plaza vieja, y que tras encontrarla, no se le abría la puerta. Las piezas estaban dispuestas como en mesa parada, las veía pero no las alcanzaba. Golpeó la puerta y dio varios aldabonazos.
En esas se despertó entre los pitidos de un vendedor de melones:“Melones manchegos, de la gota de miel”. Tras maldecirlo fuertemente, se vistió aseo previo hecho y se fue sin desayunarse al Marimonte.
-Como no venías, Antonio, ya me he tomado lo mío. Pide tu..., ¿cómo la llamas, colación? Sí, tu colación -Se reía el cuchillero entre refulgencias verdes de sus ojos chispeantes-. Y añadió:-Y venga, que hay qué contar.
Tomó un café de sobre con leche fría, en vaso alto de cristal; y de capricho se metió un suspiro de la media docena que había comprado en lo de Donato.
-¿Y?
-Pues hay otra navaja.
-¿Cómo?
Excitaba la atención Wízner con medidos silencios.
-Esta mañana me he ido a ver lo de la iglesia. Y entre los rosales, caída y pintona, estaba esta. -Mostró un pequeño cortaplumas de no más de seis cms con las cachas rojas y limpias-. Toma, ábrela .- La cedió al profesor-. ¿Qué?
-Pues, que con esto se pincha, pero de cortar, nada.
-Joder, ¿por qué no miras el punzón? Y cálate las gafas.
Lo hizo Vizcaíno y se quedó fijo, llevando la navajuela mínima a donde mejor incidiese la luz.
-¡Es su punzón! ¿No será usted el pinchagomas? -Zahería ahora el profesor con blandura.
-Mira, esa debe tener sus más de treinta años. Tiene la hoja algo oxidada, de estar guardada en caja.
Se retrotrajo el cuchillero a su trabajo de montador y a la actividad de los talleres de la época. Le costó tiempo y mano izquierda a Vizcaíno que su compañía se centrase.
-¿Y el destrozo de la iglesia? Usted lo ha debido de ver bien esta mañana.
-Pues aparte de las gomas, han cortado los rosales más pequeños por el tallo; a los más grandes los han podado a lo bruto. Esos no echarán flores ni hogaño ya, ni el que viene.
-Serán los mismos de lo de Anastasio. Ahora sí que estoy confundido.
-Piensa que el domingo viene el señor obispo a celebrar una misa con los chavales de la confirmación de esta temporada. Habían pintado los zócalos de la fachada y puestos más plantas tanto en la plazuela de la puerta de la iglesia como en la mediana del paseo. Arrayanes, me ha dicho mi mujer. Que por cierto, rosales no han arrancado, que no son tontos, pero sí de estos recién plantados... Sin espina, sin haber arraigado prácticamente.
-Les debe haber resultado más fácil que coger la verdura del supermercado.
Llegaron un poco más tarde los guardiaciviles a tomarse el café acostumbrado. En cuanto vieron a Antonio Vizcaíno, se fueron a ellos.
-Han cortado la manguera que tenemos en el lavadero de la caseta que hay tras la casa cuartel. El sargento tiene un cabreo de un par de cojones. -Y rieron los dos jóvenes recién salidos de la academia entre gestos de contención-. La compró para lavar los coches oficiales y hasta ayer solo se había lavado el suyo...
-¿Han encontrado algo? ¿Una navaja? -les preguntó Vizcaíno, el profesor.
-Sí -respondió el de la risa menos floja-. Una verde con el águila. Aitor.


-Cachondeo se traen estos dos. -Fue el comentario de Wízner cuando salieron del Marimonte una vez que también los dos guardias se habían ido chisposos.
Se llegaron a continuación a la iglesia para que el profesor viera los monigotes pintados en un infame trampantojo que remedaba mármol serpentino. Como amenaza eran ridículos, y más parecía que dos niños hubiesen echado partida al ahorcado utilizando la pared. Tras comprobar el estado de las gomas de riego y los tajos en los arriates de rosal, Wízner se despidió de Vizcaíno sin promesa de parlamento nocturno no sin antes contrastar breves conclusiones.

Pasó el día holgazaneando entre los libros de su despacho hasta encontrar uno sobre la lengua poético de Góngora. Le pareció lo suficientemente irreal como para abstraerse de toda circunstancia. Hasta que ya muy avanzada la tarde decidió llamar al cabo de la judicial para aclarar lo del tajador de gomas.
-¿Rodríguez? -empezó con el apellido el profesor, pues ambos compartían nombre y no tenía la cabeza para diálogos de besugos.
-Sí, ya sé por qué me llamas. Me han contado los guardias que han estado con vosotros esta mañana.
-Aclárame lo de la navaja y, primero, lo de la manguera del sargento.
-¿Qué te voy a decir? Un güevonería del sargento, que ha pensado que los guardias están para lavar coches...
-Eso me ha parecido. ¿Y quién ha puesto la navaja ahí?
-Imagínatelo... La navaja es del...
-...mismo sargento -y rio el profesor sin gana, más por haberlo previsto que por la puerilidad de la felonía.
-La guardaba en su taquilla -rio el cabo entre silabeo balbuciente. Y continuó:-Lo demás te lo puedes figurar. En la compañía ya saben de sus manías; pero me tocará contener lo que el mismo sargento ha definido como “conflicto interno de disciplina con derivaciones operacionales”. -Las risas, siguiendo la teoría de los vasos comunicantes, se extendieron por la línea en las dos direcciones-.
-Oye, a todo esto, cabo, sabes cuántas gomas más hay en el pueblo, o mangueras …
-Pues en cada corral, una manguera; y gomas de riego, quizá en el instituto y en el colegio. Te digo las del pueblo, céntricas. Porque las de los bomberos y las del retén de incendios están fuera, más allá del polígono. Y luego en los adosados, fígúrate.

-¿Y lo de la iglesia? Eso no parece una broma...
-Gamberrada gratuita, o venganza.
-¿Contra la iglesia? ¿Habéis recibido alguna denuncia de inquina vecinal?
-Venga -repuso el cabo, que ya empezaba a conocer bien al profesor-, habla en cristiano, que hemos topado con la iglesia.
-Sí, sí. -Afectó risa cortés Vizcaíno-. Quiero decir si hay vecinos que se puteen mutuamente y haya habido denuncias cruzadas.
-Que expliquen esto, no.
-¿Los Escudero?
-Sin duda, no.
-No, claro.
Moría la conversación con monosílabos y la acabaron pronto. La ocupación de Antonio Vízcaíno, alias Prefecto, profesor de filosofía, fue elegir el lugar de la casa desde donde mejor contemplar el encendido color del cielo antes de la veladura de la noche.








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