viernes, 10 de marzo de 2017

2 NAVAJA MACHETE WÍZNER EN ÉBANO-COUTEAU WÍZNER EN ÉBÈNE



MACHETE DEL NÚMERO 2 EN ÉBANO, 
DE RAFAEL WÍZNER












Se pasara la noche inverniza, lentorra y fría, aunque cuando se encontraron los dos en la puerta de la cafetería Montemar, el relente se veía caer sobre la pecera de luz de una farola encendida.
-Ya te esperaba, pero no tenía claro, Manuel, que vinieras a la oliva.
-Cuando me canse, me siento, si es que cuando lleguemos puedo salir del coche sin que se me traben estas rodillas de Dios.
-Te traigo, Manuel, así que tú te canses o me digas -le repuso enseguida con ademanes de manos y gestos vivos de cortesía.

Se entraron por la breve y empinada escalerilla que conducía a la barra. Dos cafés cortados, sin barrechas de anís y Veterano que pedían los obreros antes de irse al jornal.
-Lo que usted me contó anoche de don Antonio "El Pollo" ya pasó en mi pueblo hace no menos de quince años.
-Si es que lo que haya pasado en Tomelloso antes...-se socarroneaba Wízner.
-No siempre, Rafael; pero es pueblo largo y antes muchos cuartos bullían cada dos o tres vendimias, rareza fue que se juntasen dos años buenos.

Entre sorbos breves, soplando en un café ya templado. Ora uno, las más de las veces otro, Wízner, giraban sobre sí para lanzar saludos a este o a aquel. Recios dicterios, bromas cachondas, silencios. La barra era partitura, rollo de organillo de alegrías chocantes y de algunas severidades mustias.
-Pasó con un taxista tapado que llevaba viajeros a la estación en donde parara el TER, para abajo o para arriba. O a los emigrantes sin coche que venían a la agostada, cuando tenían visita a parientes fuera del pueblo, pues no se ataron los perros con longanizas...
-... Ni se les echan perdices escabechadas -entró al rebote Wízner.
-En Barcelona...-remató Plinio.
-Ni en Brazatortas... -remachó Wízner.
-Sí; el caso -continuó Plinio- es que Leufrido era -y será, pienso- un cromo. De los diez hermanos, era el tontuzo. La manilla contrahecha y el pie, que no pisaba cabal. Se movía como los autómatas esos que en la caseta de la feria parecen que pisan uva...
-Y que dan gana de apedrearlos del mal pergeño que tienen -se vengaba suave Wízner con medido desplante.
-A este también; y con gafas de culo de botella, boca en desmesura, pelo fino de un rubio sucio. 
-Chico cromo ese Resfriado...
-Leufrido, Leu-fri-do -silabeó Plinio cogiendo el vaso de cristal para apurar aun el solaje-. El caso es que se sacó una mulata.
-¿Se sacó? ¿De la manga?
-De la minga, creo.Una brasileña, puta de lupanar.
-Cada uno saca el ébano de donde puede -sonrió con malicia guiñando ojos de alcacel Wízner.
-Ha repoblado la comarca; cada año un mulatillo casi rubio. Yo le conocí creo que cinco, y no debió parar ahí.
-¿Pero no tenía tembleques este Lufrido? -quiso sonsacar y sacar risas Wízner ante el auditorio de dos carpinteros del aluminio en mono azul.
-Por eso mismo -interfirió uno de los operarios boqueando de risa.

Salieron a la calle Mayor ya disuelta la negritud de la noche. Parece que Wízner, camino del coche, tertuliaba con su compañero sobre cachas de ébano y otras oscuridades. Seguidos de una nubecilla blanca que nimbaba parachoques y escape, marcharon en busca de soles, a levante, donde los olivos tenían ya encendidas nostalgias de claridades.















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