lunes, 23 de mayo de 2016

1 NAVAJA A ESTAJE EN NACARINA ROJA DE RAFAEL WÍZNER



 De cómo le llegara esta faca a Hefesto daría para un capitulo de Azorín en la Búsqueda, o cabría en la primera parte de La forja de un rebelde de Arturo Barea en la que se enumeran todas las profesiones, todos los puestos, todas las mercancías de La ribera de curtidores. Acabó en ese crisol de arrumbamientos que resulta del vaciado de pisos, del expolio post mortem, del latrocinio y el remate. Esta fue peleada y se acordó un precio razonado -como ya no interesaba, el vendedor recibió la orden de rebajar los cuartos hasta que Hefesto asintiera-.

No se comprendía el jaez de esta robusta navaja; no las circunferencias en asimetría no buscada entre los dos plásticos que forman el mango, no los bocados en la nacarina que delimita su perímetro, no los limazos de muela a lo largo del muelle, no su diferente intensidad en su aplicación, no que la lengüeta que desbloquea también mordida. No.

Sabido es que Rafael es sutilísimo con las limas y limillas. Tanto lo es que más avispa o libélula que quema el metal parece, por lo certero y puntual -su precisión de relojero de antes se admirara-. Limpiose con contenida policía, se aprestó el filo sin pulir la hoja en la calle Bolsería y se le dio Aladín y lanilla de acero. El navajón de mitras de aluminio -lo pareciera de este metal flotante- no tiene holguras ni menoscabos salvo los dichos, es apretadillo y bien compuesto. Como su generosidad es cómoda, se usara para el tajo de chacinas y almuerzos de corte. Cumple  en absoluto y gozo diera y da. No se supo la mano que lo vistió de adornillos nerviosos pero ya no se preguntara.









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