sábado, 18 de febrero de 2017

2 NAVAJAS PARA NIÑO Y EL COLEGIO ALEJANDRO SEXTO DE JÁTIVA-COUTEAUX D' ENFANT











Con estas navajillas, o cortaplumas, uno se va huyente al panal del hombre, su infancia. El homo faber se inició lanzando piedras, uniéndolas con líneas imaginarias y trazando constelaciones. Empezó, su naturaleza hubo mandado, de homo ludens. El tablero fue la tierra misma, sin asfalto, amorosa en ser hollada, hendida, tatuada.  Por el eje mínimo de la navajilla de sacar punta a lápices con las tablas pitagóricas de las multiplicaciones se sube o baja al patio del colegio: Alejandro VI. No se exhibía navajerío, por innecesaria ostentación; pero algunos sí que las portaban sobre sí. No eran para juego, solo amuletos que salían de las bolchacas y lucían en las manos sucias de aquellos bribones.

Era sombrío el edificio, mal mantenido, húmedo de todas las humedades. Podría haber sido orfanato, centro de salud o mansión de señoritos abandonados. En sus ripiosos patios que lo circundaron sendas acementadas reduplicaban el contorno de palacete miserable. Entre los plátanos grandes espacios libres de asfalto se encharcaban y conformaban un foso insalvable sin katiuskas. Tras los temporales quedaba la tierra apelmazada, por tiempo empapada, y presta para aquellos juegos briosos del "estacaoret". En una rayuela se seguían las cuadrículas hendiendo destornillador, punta de limas o varas de encofrar. La dificultad se acrecentaba con la distancia desde la que se lanzaba el dardo. Hubo muchos diestros que los arrojaban con pericia circense, girando el  afilado juguete antes de clavarse. Nunca, al parecer, nadie quedó impedido ni maltrecho, ni amargo salvo por la derrota ácida.

Si no, las romas. Piezas de cobre del siglo pasado (se habla desde el entonces) se acometían en el suelo, sacándolas de una porción de espacio acotado previamente. A cantazos. No se conseguían aquellas romas de ningún secreter sino ganándolas al rival o en sustracción. O si no, el guac y las canicas, a bolazos certeros de balística de precisión, con parábolas, retrocesos y  ardites de billar. Pero no las navajillas, no. Los niños aquellos, la mayoría, estaban ya despegados de los caballones. Sí que quedaban vendimiadores que anduvieron las Francias y aparecían pasados casi dos meses desde que se iniciaba el curso. Niños de papá, pijillos, cuyos ascendientes poseían almacenes de frutas o talleres industriales, cortos pero más largos que el salario de obreros, funcionarios y guardiacivileo.

Se recordará a don Manuel, de manos huesudas y largas, prestidigitador de la bofetada y de su repiqueteo a dos manos, afecto al movimiento que sembró la desazón primero en Barcheta."Mira como los controlo, Pepe" -le decía a don José Prats, el rubicundo. Se encendía don José, maestro de matemáticas pronto a las iras,  cuando a la impensada cualquier criatura le causaba perturbación: un balón que le rozara el perímetro ideal de su persona, una mirada que se desanudase de su persona durante una tensa explicación, un saludo insuficiente  no recibido por su persona... Al contrario que don Francisco Durá, de injustísimo apodo que no se rebelará. Se pasaban las tardes tristes copiando ejercicios del libro de Senda. Copiar. "Haced el uno, dos, cuatro, seis, siete, ocho, nueve, once, trece, catorce... Ah, y también copiad el texto entero de la actividad inicial". Se paseaba de tanto en vez para sentarse, a renglones seguidos, en la butaca de escay, el rostro emparedado por las hojas de un periódico. Aprendimos, la verdad no se reconoció hasta mucho más tarde, ortografía con los ojos, y mucha. Fue, que ya es finado igual que los anteriores, perito calígrafo este don Francisco.

Otros muchos, cuya galería de rostros está en los Ufizzi de Florencia. Don Timoteo, que atemorizó a los párvulos con su corbata y la sequedad de carácter; don Eduardo Ibáñez el viejo, maestro insigne pegado a un trozo de paloduz, de comprensiones prolijo; don Eduardo Ibañez el joven, airado siempre, imprevisible, atarascado, nefando, de ominosa presencia; don Salvador Iniesta, del que se recuerdan los esquemas de historia sacados de sus propios estudios de magisterio, abstrusos y densos, así como sus clases de gimnasia dadas con dos manos derechas; don Sergio (o Sergi), que dibujó sin recato un pito-pene en la pizarra y nos comentó algo de humedades en no se supo qué vertiente, admirable, sin embargo, su sistema de enseñar francés, el mejor  que se ha tenido (sistema "machaca" lo motejó él mismo): "Voilà Daniel, un petit garçon qui est venu d' Afrique" (Robert, Nicole et le chien Patapouf vivían en su radio cassette y él los hizo salir). Otros muchos hubo, pero solo se dirá, por fin, a doña Mercedes, la directora; fue esta una mujer resuelta que ordenaba con el imperio  que se usó en el movimiento, destemplada alférez sino capitán hubiera sido con otro sexo. Su prima doña Remedios Laguía, en el González Vera, solo resiste la comparación. Se recuerda cuando aquellos maestros franquistas, algunos incluso de convicción, se estaban en sus reuniones, entonces los recreos se extendían por horas y, ante la imposibilidad de que hubiesen algunos de ellos vigilando al clamoroso rebaño, nombraban cuidadores a los más fornidos de entre nosotros cuya terribilita era probada. Mastines con brazaletes que conducían a los alfeñiques a la presencia del tribunal que los había había encumbrado. Santo oficio penoso en un interregno de pavor en el colegio de primaria Alejandro VI de Játiva.

Las navajas en Alejandro Sexto de Játiva no fueron comunes, alguna de cortísima hoja y apocada bondad  que me viene a la memoria, sacada de tapadillo en los recreos, sin ofensa. Que también sean, pues quimeras, estas navajas pueriles.


















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