jueves, 16 de febrero de 2017

1 NAVAJAS DE NIÑO-COUTEAUX D'ENFANT



Cromos son, y finas películas visten con estampas, iluminaciones brevísimas de coches, caballos y caballistas, cartoons o -para adelantados- pin-ups. Brevísimas lanzas, ejes axiales por los que ascenderse el espíritu. Contra  bárbaros demonios talismanes, y minúsculas herramientas de oficios pueriles entre los párvulos aquellos.

No se fabrican apenas, y con penas se consiguen. Algunas vienen de detrás del telón de acero -¿de dónde sino?- y no se alcanza por cuánto seguirá su fábrica. Las que se encuentran en las pulgas suelen tener las ilustraciones ajadas, las cachas alabeadas como hélitros de escarabajo, empercudidas en los tegumentos que las ilustran. Con bailes locos de hoja, que dicen sí y no al tiempo, con resortes débiles yacen inertes, caídas de exangües manos de niño.

Aquí hubo las de Hermanos Payá, pero si la misma debilidad, hechuras distintas; sin iluminar. No éramos los niños de entonces consentidos, que se nos crio en  Esparta. Los mismos que no papábamos chocolate de cacao ni mantequillas lácteas, sino el sucedáneo.

Sí en las Ingalaterras, sí en las Alemanias, entre los checos y eslovenos, sí -con mayores solideces- entre los americanos que tuvieron ya antes de la Gran Guerra electrificados los dulces hogares. En Francia las hubo de diferentes castas, figurativas o remedos inútiles de las regionales (paso siguiente en el ascenso espiritual de estas lanzas mínimas fueron los Pradel multipiezas, de innúmeras coloraciones).

Da gozo verlas en abigarrado cromatismo, con sus dibujillos en inversión chocante, casi charras sobre el tapete uniforme. Se puede dar uno en adivinar maquinaciones infantiles, fantaseos de niñeces entretenidas. Se puede dar uno al devaneo de una torpe polilla en azogue tras los visillos de aquellas ventanas.









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