Los convólvulos de las campanillas de encendidas corolas carmesíes o de pálidas tulipas llegan, desde los márgenes bravíos y abrazan las cañas sequizas del maizal. A Hefesto le da por buscarlas, con sus hojillas dúctiles, nudosas abarcando fachadas de edificios huyentes. Difícil le fuera buscar las raicillas -tantas veces se ha dicho que las tienen en Las Ingalaterras, que las tuvieran en los Parises, en las Bruxelas...en Alcoy-, que los frutillos son vanos. Antes bien, le agrada el cañaveral cautivo, agrilletado por la evanescencia de los nudos vegetativos. Y el Majestic de Oporto es un atildado escaparate.
Se justificó la señora:"Todo está ahora mal aquí; que antes no". Y Hefesto entrara en el cuchitril de Alibabá enarcando cejas y columna vertebral como cazador de nízcalos. Encontró y regateó lo que la dueña, sentadilla en silla castellana de cuero grabado, quiso. "Sí, 55 euros. ¿Viene usted mucho?" Se le mintió y la dueña hizo sus conjeturas.
Nadie de Oporto, de los que allí suspiran, acude a la merienda. Solo los turistas. Los hay, de estos, de dos castas: los que solo prueban café, y los muy equivocados, de faltriquera, que yantan y piden oportos. No hubiera que hacerse esto. Pero insensatez Stendheliana, con sus vahídos, mueve a creerse marqués de las vajillas y amo de fámulos melifluos...
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