martes, 4 de agosto de 2015

1 NAVAJA PORTUGUESA MARINERA







Al igual que de los lugares de Castilla cabreros y rabadanes salieron al mar, en Portugal pronto se salieron de los sombrajes del carvajal, se sacudieron las acuminosas hojuelas de los chaparros, huyeron de las flexibles ramas de los fresnos y viéronse cabe la mar.

Don Henrique puso embudo por tal de que de aquellos porcateros se hicieran argonautas. En el Algarve tendió la redecilla pues la pobreza de los hijos del encinar es acicate, y más cría aletas que estorba, pues las hambres pueden con la mar oceana. En aquella universidad de los horizontes marinos se engañó con números, sextantes, relojes, leyendas y honores a los más insensatos. 

Era aquella de la raza de la que apenas quedó simiente -que  si quedara aún conquistaran los mares venusianos-, del mismo modo que no se encontrarán dioses comiendo sardinas en el Pireo. La misma postración que ilustraría la debilidad de los pueblos hoy. Pero entonces, hubo mareantes que de sus propias venas azules sacaron mapas con los contarnos de la Guinea, de las islas medias Atlánticas, del cabo Bojador. 

Es por esto que se componen -quizá por yerro- aún navajas de mar, con punzón enhiesto, hoja caída y anilla para su fiador. De hierro, carbono y cromo para que no se enrobinen. Lástima de Don Henrique, pues tal acero no fue el mismo de su cuchillo de parada; y a él no se le ponía oscuro el metal en sus naves, que entretenimiento era para el marinerío. 














De este cachaje se usó también en España; y se encuentran de la casa Aitor, Iher...y en otras ya de Albacete. Eran los 70, y  ya el carbono fue arrumbado por la modernez. No han vuelto más las navajas con el color de las sardinillas.



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