Portugal también puede ser contado entre los felices países de la ferrería (como sus hermanos al otro lado de la raya: gallegos y astures) y del mazo. Los oficios la levantaron, y no solo los rústicos del cavar, segar o castrar. La inclinación mecánica -y aun micromecánica- pidió hoja sin filo, anchona y contenida; con su propia parábola. Encontrar recuerdos de cuando la burguesía montaba negocios de complicación técnica en las pujantes urbes, metrópolis o emporios es una felicidad. En la calle Sa da Bandeira ya no se haya la relojería (parece, además, que aquel famoso café -a Brasileira- adornado con sinuosos latones modernistas en la fachada vaya a cerrarse para poner franquicia).
Ahora en la plaza de la Batalha un pequeño taller de composturas vende relojes de bolsillo a turistas ricos. Internet, la pulsión global, también lacera aquí.
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