miércoles, 26 de agosto de 2015

5 NAVAJA PORTUGUESA: NAVAJA DE RELOJERO





 La sutilísima mirada que ata a los relojes con las navajas se funda en las visivas ataduras que expelen de sí los ojos; verdaderos cabos invisibles y reales tales los del enamoramiento. Teorías provechosas y desechadas por lo que nos iremos a la grosera consideración de lo humano como historia. Han sido los países del septentrión, los boreales aquellos que más precisión pareciera que de forjar navajas hayan tenido. Futilidades son, pues justo donde la tierra es yerma y los charcales se hielan que los servidores de la tierra cobijaban a los animales y se daban al obligado negocio de buscarse el invierno. Fue así que los brutos cantoneses ahítos de queso componían relojes allá en los Alpes, una vez que la hoz hecha alabarda no les fue ya necesaria en su constante servicio de mercenario.

Portugal también puede ser contado entre los felices países de la ferrería (como sus hermanos al otro lado de la raya: gallegos y astures) y del mazo. Los oficios la levantaron, y no solo los rústicos del cavar, segar o castrar. La inclinación mecánica -y aun micromecánica- pidió hoja sin filo, anchona y contenida; con su propia parábola. Encontrar recuerdos de cuando la burguesía montaba negocios de complicación técnica en las pujantes urbes, metrópolis o emporios es una felicidad. En la calle Sa da Bandeira ya no se haya la relojería (parece, además, que aquel famoso café -a Brasileira- adornado con sinuosos latones modernistas en la fachada vaya a cerrarse para poner franquicia).

Ahora en la plaza de la Batalha un pequeño taller de composturas vende relojes de bolsillo a turistas ricos. Internet, la pulsión global, también lacera aquí.





















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