viernes, 31 de julio de 2015

2 NAVAJAS DE ALBACETE EN LOS TRENES:LAS NAVAJAS Y LOS VIAJEROS






"Tío Ramón, ¿almorzamos ya?" Y se desliaba la talega con los cantos de pan. "Ha salido buena la engañifa hogaño". Tajaban los viajeros la longaniza, el tocino de manta, el blanquillo y la butifarra. Servíanse de navaja: sujetaban vianda contra el pan mollar y devanaban porciones redondas o en rectángulos; con la mano de corte se llevaban las porciones a la boca. "Nos falta la bota". "Mire usted..."-y se iban a las minas, a los sembrados, al pinar, a los panes maduros, a la guerra-. En los compartimentos todo estaba apretado, viajeros y bártulos. Las cajas de la matanza, los macutillos para el aseo pronto, los maletones, el bolsillerío, la manta...

Todo tapizado con escay borgoña, y las paredillas de chapa. Allí se aprendió geografía con las vistas enmarcadas sobre los cabeceros. La catedral de Santiago, la de Zaragoza, las  Rías gallegas, Covadonga, la plaza de España de Sevilla...fueran ahumadas en viajes sin término. Se liaba el caldo para atemperar ardimientos y entretener dilaciones. Las historias breves o tendidas se ofrecían en la conversación cabal dado que la convivencia obligada y la crianza las espoleaban. Allí silencios, intermedios mesurados,  diálogos templados sin moderador, sin turbación, sin solapamientos de vocerío, sin dicterios. Se hacía pleita con la leontina: Isidro viste chaqueta rústica de espiga inglesa, y de su forro sácase Roskoff con agujas Breguet y cronometra.

El tren borreguero (más bien correo,  pero la incomodidad, y la morosísima demora los emparejaban) iban desde las Alpujarras hasta Montserrate de Cataluña entre trepidaciones, vahídos, traqueteos sin fin. Pitaba la máquina que acometía subidas de lomazos buscando meseta. De Andalucía a la Mancha. En Alcázar había cambio de coches y se esperaba el convoy su buen rato hasta conformarse. Algún anatema de desespero se lanzaba, con  sordina y amparo de noche. Se dormía con cabeceos, y el débil lucerío acompañaba a los viajeros en el pasillo que a ventano abierto se refrescaban con el frígido hielo nocturno. 

Por veces en el inestable silencio casi si oyera cómo corca el maderamen incierto la carcoma viajera. No había lectores en aquellos trenes correos, pero lección continúa se daba de urbanidad. "No, no, usted". Como viérase que la señora (lo eran aun las campesinas) entrada en edades era, cedíase puesto con crianza. Difluían las sombras fuera creando randas sobre los perfiles abotargados cuando fulguraciones sorprendían el sueño y se entraba en una estación. 

Hacia Levante se mira pareciendo que por encima de la llanura sembradiza se adivinara la claror primera. Va pareciendo que el tren acompasa la comba del valle y toma celeridades. Las cejas se enarcan ante los mogotes que se rodean y, cuando descúbrese el primer naranjal, extáticos los ojos contemplan arriscados. Se renueva el continúo parlar y la ortología pintoresca va nombrando el paisaje. El tren tuvo percance y estuvo parado mientras el relente lo asperjó de escarcherío que durará hasta el mar. 

En la estación de Játiva se apean Isidro y Ramón; en el departamento en el que han venido se adivina el reacomodo a que da lugar el desembarazo de bultos y personas. Se han despedido breves y recios. Desde dentro se ve que son aguardados por un matrimonio joven y dos niños que después de tomarles sendas maletillas y un bulto con forma de pernil, son besados con ósculos sonoros, como besándoles con eco que alcance a todos los que ellos representan...



Autorización expedida para José Hernáez Verdejo por Ricardo Lorente, de RENFE, para que pudiera vender sus navajas en la estación de Albacete.


En el libro La cuchillería de Albacete en el siglo XX se habla de dos cuchilleros de cinto que han alargado la práctica de la venta en los trenes hasta los noventa  del siglo anterior: Bocha y Fati. Arriba se mencionó el uso que de la navaja hicieran los viajeros. Muchos eran campesinos  u obreros que dejaron la azada por lo que no les era ajeno su manejo. Cuando el convoy se adentraba en Ciudad Real o Albacete, aún se oyó vocear navajas desde los andenes y por el pasillo de los coches. Los llevaban a puñados, particularmente los estiletes, como ya se dijera. No sé si fuera a uno de aquellos dos a quien se le atendiera con tan magnética mercancía. Mis abuelos, los de Hefesto, nunca recuerdo que les compraran, como viajaban ya pertrechados con navaja desde el pueblo y yo nunca les insistiese.

Amador Carcelén Corredor, Bocha, era hijo de padre cuchillero y él asimismo lo fue. La muy dura vida y lo magro de lo sacado (las navajas en las que excedió fueron las de teja en vacuno que las entregaban a Zafrilla, Álvaro García o Gómez) lo llevaran con 17 años a acercarse a la estación. No le fue muy largo comprobar que se ganaba más con menos pena. Y muy pronto encargó cinto y corrió a "ordeñar trenes", como se solía decir.

José Herráez Verdejo, Fati, (1933) fue de casta cuchillera pues sus tíos y abuelo lo fueran. De vendedor de periódicos pasó pronto a ayudar a sus tíos en la fragua familiar y a los 17, igual que Bocha, se dirigió a la estación con cinto nuevo: fue el más joven de los vendedores. Con 20 años decidió poner taller y tomar iniciativa en su profesión. Llegó a tener en los 60 una pequeña empresa con cinco obreros. Fati estaba multiempleado y simultaneaba ventas en la estación, trabajo en su taller y trabajo de acomodador en un cine. Se especializó en navajas de pistón con adornos en el recazo (sello familiar que Heredó de su tío Miguel). Finalmente consiguió entrar como trabajador en el Ayuntamiento pero sin renunciar a la venta y la artesanía. Así estuvo Fati vendiendo en los trenes hasta los 90 (el último del que se tenga constancia); con él se extinguió aquel voceo: ¡Navajas de Albacete, cuchillos y llaveritos!



 El Seco (a la izquierda), el Manco (a la derecha) y Poche, sin cinto (en el centro); los tres, cuchilleros de cinto. Archivo del MCA.

Me  los imagino entreteniendo la espera en algún bar cercano en el que jugarían al truque y se apostarían el pobre aperitivo de aceitunas o altramuces y vinacho. 

Fuera en los 50 cuando hubo en  la estación albaceteña hasta 34 vendedores-artesanos (pues era la manera con la que los pequeños talleres cuadraban cuentas sino es que sobrevivían). La RENFE impuso organización y de este modo no estaban todos todo el tiempo en todos los trenes. Los mayores trabajaran por el día y los jóvenes, de noche, como Amador Carcelén. Esta organización aún fuera más lejos, y RENFE expendió permisos como el de la foto superior; una de las limitaciones más curiosos fue la prohibir el pregón de la mercancía.






















Pero el menudeo de la venta se acabó cuando no hubo ya artesanos emprendedores de su estrechez que la practicaran. No hubo relevo de hijos, nietos o sobrinos, y más cuando los 60 trajeron más ganancias a los talleres que se valían sin esta ayuda. Por otro lado el propio tránsito ferroviario se aceleró y las esperas en las estaciones se hicieron insuficientes para la suasoria venta (la tristeza con la que las administraciones entendieron la actividad fue incluso mucho más determinante como para que Amador, por ejemplo, dejara de vender ya en el año del mundial de Naranjito). 

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