NAVAJA SUECA
atempere del sonido de los calibres aceitados.
No resistían los rigores de las labrantías ni el bregar de las mulas, ni el escabucheo del huerto donde floran los gínjoles. Coche de punto, sí. Pero no fuentes de ríos, ni limpias acequias, solo pocillo argentado y proyectable con su bastón de empuñadura ebúrnea. Cajones en escribanías, en cajas de cedro que contuvieron tagarninas, brevas o puros, entre vitolas y cromos de emplumados indígenas. Si se tuerce el hilo que las conserva en su mano propia y cayeran en rabadanes, cabreros, porcateros, chalanes, gitanos sin casta o maestros de escuela y vinateros se menguaran, se malogran con certeza el indecible irisado de las cachuelas, los robines se comen el espejo y, de las hojas, se desprenden los ápices si es que antes no se tuercen o mellan. Tal sutileza contienen y precisan que lejos de ella se pierden. Otrosí otorgan bondad y la prueban, que toque son de altura, seso e industria. Sacan la cabrero de las cabras y al porcatero de la paridera, al chalán dan palabra y al gitanillo hurtan ayes y socarronerías, del dómine limaran asperezas y evaporan el agua, por fin, del vinatero.
Solo si se las toma de tanto en vez y se atesora de ellas sin menoscabo.
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