NAVAJA SUECA
próximo a la comitiva corta. Agraces vientos de la uva reventada y finezas de dulzura ya se tomaban aun antes de cruzar la puerta de la ciudadela.
Quiere el cronicón de Rafael, dito Tarantello, poner al pequeño como mochuelo en fresneda podada: siempre oteando la atalaya. Ayudaba a calzar los pies de la pileta del mosto y el arromanador le permitía levantar los capazos con los ganchones de uva (no indica il Tarantello si el tío de Leonardo tenía aparceros a los que tomar cosecha o tuvo el lagar en usufructo, que necesidad tuviera de ver rendimientos de uva). Sin viga ni mencal ni chaveta, toda la jornada era un trajín de cargas que se amontonaran sin que se las tragara lagar.
No se dice qué de cántaras con mosto se lograban al fin de los dos días que estaba montado el castillo con las tablas. Sí, pero, refiere que este granuja, que lo fue entonces por edades, cuando no lo dejaran de carpintero, íbase al Palazzo comunale a contrariar. Y como impertinente quedaba, corriendo salía más risueño que infeliz. Acudía luego a donde los maestros de la piedra y allí sentábase so un lironero almez del que desgajaba vara con la que escarbar y aquietarse.
Así quiere el historiador que hendiendo encontrara una herrumbrosa navaja de hierro con más de diez usos de los que todos estuvieran cercenados, comidos, alisados, quebrados menos uno que rabo de fino cerdo pieamontés era mímesis. Probó Leonardo niño la industria de la herramienta; la clavó a lo que parece en tronco de almeza y donde pudo. Comprobado quedó que aquella uña retorcida y desecha entraba con muy leve fuerza aplicada en madera. Como al sacar el hierro este se descompusiese, debió pensar el ingenio que la forma y hechuras de aquella laña torcida era prodigio. Quiere el cronicón que Leonardo inventara sin inventar el sacacorchos (más entonces era adminículo para destapar lacres, cueros recios o maderas que ocluían tarros de esencias en casa de las bellísimas toscanas ricas y en los lupanares de Verona o Siena en ocasión de visitas de nota).
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