sábado, 9 de febrero de 2019

EL RÍO BACARES EN BAYARQUE: NAVAJA DE COBRE CON NADADORA-COUTEAU MUTIPIÈCES ANCIEN



Los ojos solo tenían tormos, guijarros, chinas y cantos. Los cerros, pelados; y los almendros, sequizos... siempre. Se hicieron los ojos a las cambroneras, a las alcaparreras, a las paletas, al retamal deshojado. Las ovas ondulantes de las balsas, las ovas y verdines se acechaban. Y a sus criaturas. No diera aquel país quemado, lacerado, yermo para cristales corrientes, para que se somorgujen aquellas ninfas de los sonetos chapuzantes. Una vez, aún lo tengo presente, se dijo que un pez se había soltado en una poza del río Bacares, por debajo de la Cerrá. Se buscó el prodigio, y hasta parece que se recuerde lo que quizá no se dio. 






Muchas veces ha venido el sueño del río, el Jergalí, de Bayarque,  abundante y pacífico, constante en rumores de pájaras negras y ruiseñores. Espejo claro en su discurso, bajo las sombras tenues de los álamos blancos. Su seno era de arenas entre las que se debatían blandamente tallos acuáticos,  y en él se desenvolvía uno respirando agua.

No fuera aquí, en las alamedas, sino en la piscina del antiguo cuartel de Játiva. Sin lección se anduvo sobre las aguas, calientes y arremolinadas, con una turbamulta de niños boqueando. Se lanzó uno en impulso olímpico, y apareció en la Murta, la gran piscina de la ciudad quemada. Las golondrinas se venían a beber aquí, y los murciélagos erraban sobre los chopos anunciando el croar de las ranas desde las acequias del arrabal. Buceando se cruzó hasta la Albufera de Anna.

Se cumplió el sueño, aquel de vivir en un río, en el de los Santos de Alcudia de Crespins. Lo encauzaban en acequia, y lo desviaban para que arremansara en gorgo artificial y prístino, con acompañamiento de tencas, de madrillas y barbos. Se nadó en arrecife de secano sesteando en el verdor opulento de los mansos algarrobos. Este río cabía en una vena que se ha secado. 

El mar aparece en otro anexo, con sus propios velajes. El aire en salazón del faro del Pilar de la Horadada., al que el recuerdo ocultó sabio. Fuera para que se descubriera de nuevo el horizonte marino, aquel de la playa de Tabernes de Valdigna. La vastedad dilatada tras las escalerillas fue perturbadora -y siempre lo fue cuando cruzando el Sureste árido se lo adivinaba en recortes, siempre desierto-. 

El impulso del mar, de los ríos que visitábamos, de la zambullida que nos sumergió, nos aleja de la orilla sin posibilidad de surgir salvo en las cachas bruñidas de una navaja.








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