miércoles, 6 de febrero de 2019

NAVAJA DE CAMPESINO COURSOLLE-COUTEAU DE PAYSAN COURSOLLE. (LOS LABRADORES DE BAYARQUE)

LOS BANCALES DE BAYARQUE
(NAVAJA COURSOLLE-COUTEAU DE PAYSAN COURSOLLE)






Fue el padre Adán. Se llevó, al parecer, dos piñoncillos de manzana en los quijales en la hora de su desalojo del Paraíso. Eva, la hacendosa, los tomó, y de ellos nació uno dulce y otro borde, simientes de todos los malus del hortus universalis. No parece cierto, del todo -claro-, lo del manzano del Génesis. El Pseudoantonio de Garonne, tomado por Argimiro eremita, y recogido en un beato enajenado este  por el francés y estudiado por aquel Gibbon clásico de la caída del imperio, muestras da de que era en verdad azufaifo o ginjolero que sacó espinas en memoria del pecado del primer degustador que hubo.

Sea esta la relación del primer campesino que fue la mujer germinal. No sucedió la agricultura a la caza ni a la recolecta de bayas. Mujeres y niños que se quedaban en el nidal, atendían a la planta inmóvil. Escardaban las laderas para que el asparagus tomase luz y se engrosase tal que al ser cercenado, estallase en savia dulce. De la avellaneda, aclaraban los plantones con afán parejo a lograr fruto gordal. Del nocedal, de la pineda real y globulosa, de la peraleda...Tomaban cuidado del huerto salvaje y lo doblegaban al fin. En el morral primitivo, cargado de sativas bellotas, guardaban alguna más hermosa y carnal para acabar hundiéndola en aquel margen. Tomaran así constancia en ver que la tierra tenía matriz feracísima. Desviaban con grava y arcilla un regato de una llovida para conducirla al trigo magro, a la híspida cebada, al garbanzal. Más era gusto que hambre, según se piensa, que en aquellas edades doradas era la sobreabundancia -sino en todo el orbe, sí donde la humana raza domesticó pájaros, piedras y plantas-.

Simultaneidad, pues, en el cazador, en el buscador de trufas, en el apicultor, en el ganadero, en el labrador. Que se labraba con palos de roble o de elástico almez. Rayando el suelo y sembrando. Luego vino la acequia, que traía el agua de la fuente y de la nieve a la gualeja, como las de Bayarque cabe el río Bacares. Tan próspero se hizo el paisano en matar hambres que trocó especia por dinero. Pero habrá de recordarse que de las almajaracas luego se hacía la huerta, y de los bancales se sacaran los dioses al que se dedicaban las primicias. 

El hombre anudado a la tierra se iluminó en los calendarios de labores, en los bárbaros libros medioevales. Aquí se ven la labranza bucólica, la siembra esperanzada, la pujanza feliz, el vendimiario, los hielos y el calor que agostan. Todo y más se viera en la vega de aquellos Bayarques. Se arrancaban las papas del patatal y gordas como tejones se asaba su carne nueva en ascuas comunales; se iba al tomatal y de frutos como abarcas de filisteos se merendaba a punta de navaja y sal; íbase a las paletas a desayunarse con los chumbos y su rocío, acudíase a la higuera de cuello de paloma para guardarla y aliviarla, lo mismo al añoso peral del Marchal chico para beber y comer peras de pan en la sazón de su jugo y en la bondad de su carne granulada como el maná. Y de la granada, aguardiente; y de la viña, montado sobre la acequia de la Polaca, el lagar para sacar mistelas. Apacentábanse hasta el ganado menudo de las abejas. Y se domaban las almezas para cayado de labrador que sostenía fatigas de continuo tráfago. Todo en Bayarque, en su vega, que ya no existe. Ni el labrador con su navaja y su reloj, atendiendo a las horas del campanario bajo la alamedilla vibrante.



La misma para el pastor que para el labrador (y lo fuera para el jornalero, el yesaire, el colmenero, el hornero o el chambilero); que en los secanales o en la menguada vega lo uno no quitó lo otro, sino que pedía muchos oficios la necesidad de aquellas sierras, ásperas y mondas.

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