Aquellos que intentaron sacar lustre al arte mediante desescombro en pintura o dibujo todos tuvieron una. De Mucha queda testimonio en el catálogo de la Moderní Galerie que publicitaban quincallería (que los oscos praguenses no le tuvieran afecto óbice no fue para que levantaran vista al divisar la Obecni dum con la mandíbula caída).
Parece que las blandas tierras que uniera el camino jacobeo fue vena de difusión de la viña y de sus adminículos para el manejo. Aquellas burgraveses regordetas y colmadas de bondades que purgaban sus desvaríos galantes con la visita a Compostela el día del apostol, se hacían acompañar por sirvientes húngaros que les movían los baúles (no menos de cuatro) en los que mercancía llevaran para obsequio de monjes de Cluny (afectos al clarete fresco) o de hospitales y señoríos en los que el tajo siempre fuera preciso, con lo que quedaban obligadas unas y pagados otros.
Así el riesling claro que refulgía en las amatistas del obispo de los mitrados de Coblenza fue llevado de las riberas del Miño y aquel Hyeronimus Trago, avispado conocedor, puso en su herbolorio latino Neu kreutterbuch las blanquillas uvas, con lo que la memoria equivocó el sentido. Desde aquellos siglos se tiene creído por aquellos valles hasta donde llegó la romania que las cepas son germanas y no gallegas.
Fue comprada ya hace en la ferretería Molina de Játiva donde ya informaban que solo restos en una mala cajita de cartón había. La rara coloración de las cachiplásticas, entre el negro y el glauco, llevaron la vista; la fineza de la hoja y su forma espatular también. Se han ido pelando las partes de la virola y ha asomado el remache del eje, ojos dorados. Ya se dirá que se conoció a Becerra, a uno de ellos.
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