jueves, 10 de septiembre de 2015

8 NAVAJAS EN PORTUGAL: NAVAJA INGLESA Y NAVAJA SUECA

 







 


Los del septentrión, boreales, dipsómanos en soledades, se trajeron de aquella latitud el bloc y el pencil para echar cuentas. Como les salieron -y yendo mal poco arriesgaran- aquí pusieron emporios. Huelva, Los filabres de Almería son los dos que más me rozan. Chuparon el hierro de la sangre de serranías y marjales. Poco dejaron sino sueldos del hambre, vías enrobinas, trenes del mineral y juegos de patanes. 

Quien más miró a las islas fueron vascones, cántabros y burgueses mediterráneos. Y fueron amos a la inglesa. Hoy pululan los guiris mirando escaparateo. Les priva el café con leche hirviente a la hora del zénit solar. Acompañarlo suelen con bollos y natas. En Oporto las hay para ellos por doquiera que uno camine. Hermosísimas porciones expósitas en abigarramiento. Aturdidos, el dedo ponen a la más abultada o colorida o chorreante de cremas.




Se levantaron hoteles  con ínfulas, a la Victoriana; enmoquetado rojo y chapado en roble; latonerío en derredor cual camarote de corso; combinados a la ginebra, y almuerzos en bandejas de Sheffield colmadas de huevos y tocinetas. Cual el Grand hotel do Porto.


 Paseantes de ordeño, pronto los de Oporto quisieron y supieron dar a los pálidos lo que necesitaran. Amoldáronse a sus melindres y apañaron el bacalhau encofrándolo de papas. Los postres -mucha avidez mostraran- los inundaron de cremosidades enjundiosas, verdaderon floripondios en boles.



Como catarsis cómica veían o miraran. Los excesos católicos de las iglesias prosperan en las igrejas portuenses. El almíbar reparador de morbos es expande en estucos, trampantojos, imaginería, urnas o pastóforos. Las reliquias en pecera gozaron de mucho favor para señalarlas con el dedo de la perfidia. Y se daban cuenta de que estas eran semejantes en todo a las copas de postre que acabaran de tragarse: tulipas o barquichuelas en colmo de densidedades y empachos. 


Los pacíficos y suspicaces prohombres de Oporto imitaran los aparatos de los emprendedores-salteadores britanos. Modas en pañete de lanas y cuadros escoceses, recias zamarras con cuello tieso, relojes del gran Losada y navajuelas preciosas y bien labradas. No son como las que vienen, pero no distantes: 
























En sus correrías por Oporto no todo lo aprehenden los ingleses, que algo se les escapa -salvados la palidez, los sombreros, tatuajes, jergas, y narices altaneras-, pero no los licores.

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