martes, 22 de septiembre de 2015

10 NAVAJAS PORTUGUESAS: LAS NAVAJAS PORTUGUESAS Y EL VINO DE OPORTO (1)


Desde la eminencia del altozano de la catedral se echa la vista en vuelo azogado y en querencia discurre de derecha a izquierda, a reposar en la enfrentada orilla de Vilanova de Gaia. Lo que la sien del viajero ha medido en estrecho semicírculo, lo ansía también la voluntad desde la encimada: se dejará caer a favor de la pendiente, suspendida toda resistencia, hasta la orilla. La promesa del vino tibio, amansado, prieto manda respuesta al espírito  de 
 la sublimación de los licores. Y crúzase el puente.




Miente este licor en su origen portuense. Lo traen desde la alta meseta desabrida, cientos de quilómetros hacia la raya de España. Mostillo denso que es hecho mudarse para ser bautizado. Los ingleses -y cualquiera que quisiese el envío
 a ultramar- no pensaron tanto cuando en vez de que madurase allá en las alturas secas, lo pusieron junto al mar para que los grávidos toneles prontos se trajinaran al barco. Esta fue la suerte del viento del mar, que atempera la crispación alcohólica. Más es manufactura que origen lo que aquí, en Vilanova, se diera.



Quedan aún conquistas que hacer pues vino hay que no está en manos portuguesas de allá en su norte -las más cariñosas del mundo para el caldo-. Más suerte que ofensa cupiera ver aquí: ingleses son quienes más afición le han tenido y quienes su linaje han aclarado. Hoy las calidades y experimentos de esta sangre se arbitra no aquí, sino en las Islas pérfidas. Catas se dan a las mejores narices sajonas y según les venga, así harán el vino los bodegueros. Vaya, como el ancho de los trajes en Milán.










Los más avispados de los portuenses, como vieran que los ingleses cubrían su riñón a costa de aquellos trasiegos, algo convinieron para que algunas guineas de oro se quedasen en sus manos. La bolsa de la ciudad se construyó mirando a las bodegas de Vilanova pues el negocio allí era, y desde los ventanales se sentía madurar el mosto y contar los envíos. Eran estos próceres provectos, probos y atemperados; les bastara acariciar aquellas caobas, vislumbrar o  repasar
los dorados, tomar el viento del licor vaporoso para consolarse de los arduos negocios...




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