domingo, 27 de septiembre de 2015

11 NAVAJAS PORTUGUESAS: LAS NAVAJAS PORTUGUESAS Y EL VINO DE OPORTO (3)



Obnubilado, acúdase a las boticas para tomar los azules con mesura; solo después de que el ànimo se quede en buena disposición, mírese con detención a los ámbitos celestes de las aguas estuarias; siéntase que reverbera sobre uno mismo contenidos prismas del aire, celestes. Quede para el fin, los espejos que azulean las fachadas donde se guardó el espíritu de aquellos que se trajeran de ultramar las especias. 



Las vitrinas, los expositores, los paramentos, las vidriadas de las sacristías se miran en las celestías marinas sobre los cielos portuenses. El aura es delicadamente salina, como los vinos; y tan solo medran oros en las amontonadas de las frutillas de bacalao. Qué blandura en la ciudad que habla con sibilinos arruyos. Es una ciudad desaparecida apenas y ándase tras su rastro. Puede este ser tomado en los carteleríos de los negocios. Gráficas letras de oro sobre el manteo de un benefiado de catedral o en el mandil de un mancebo.  



El homo faber de la sofisticación estuvo aquí; fue el relojero que componía cronómetros de barco, que en sabonetas puso ruedas en los chalecos de los brasileiros ricos, que a los paisanos del terrón sazonado dioles sus relojillos de mano. Antes, estos prestigiados artífices, aprendieran del medieval mester de la forja pensando en sus fraguas. 



















Puede, empero, aún toparse con el campesinado que arrapa de los bancales mórbidas cornucopias. Son los mismos que retrató Sorolla tan cerca de aquí para la Hispanic Society. Malamente compuestos, se les ve en los puestecillos de Bolhao, ajadas teces, mudez sin contentamiento, afán dispuesto a la venta en las cajas de bodegones flamencos. No tienen las pulcritudes del homo mecánico, con sus manguitos y sus anteojos. Miran de soslayo pues nada ocultan salvo lo que no tienen. Aun pudieran tomárseles fotografía para la iluminación de un calendario de los meses, cada cual con sus trabajos. La edad media eterna que aquí aparece, junto al maquinismo y la burguesía de las noveles del diecinueve. En Oporto. 










martes, 22 de septiembre de 2015

10 NAVAJAS PORTUGUESAS: LAS NAVAJAS PORTUGUESAS Y EL VINO DE OPORTO (1)


Desde la eminencia del altozano de la catedral se echa la vista en vuelo azogado y en querencia discurre de derecha a izquierda, a reposar en la enfrentada orilla de Vilanova de Gaia. Lo que la sien del viajero ha medido en estrecho semicírculo, lo ansía también la voluntad desde la encimada: se dejará caer a favor de la pendiente, suspendida toda resistencia, hasta la orilla. La promesa del vino tibio, amansado, prieto manda respuesta al espírito  de 
 la sublimación de los licores. Y crúzase el puente.




Miente este licor en su origen portuense. Lo traen desde la alta meseta desabrida, cientos de quilómetros hacia la raya de España. Mostillo denso que es hecho mudarse para ser bautizado. Los ingleses -y cualquiera que quisiese el envío
 a ultramar- no pensaron tanto cuando en vez de que madurase allá en las alturas secas, lo pusieron junto al mar para que los grávidos toneles prontos se trajinaran al barco. Esta fue la suerte del viento del mar, que atempera la crispación alcohólica. Más es manufactura que origen lo que aquí, en Vilanova, se diera.



Quedan aún conquistas que hacer pues vino hay que no está en manos portuguesas de allá en su norte -las más cariñosas del mundo para el caldo-. Más suerte que ofensa cupiera ver aquí: ingleses son quienes más afición le han tenido y quienes su linaje han aclarado. Hoy las calidades y experimentos de esta sangre se arbitra no aquí, sino en las Islas pérfidas. Catas se dan a las mejores narices sajonas y según les venga, así harán el vino los bodegueros. Vaya, como el ancho de los trajes en Milán.










Los más avispados de los portuenses, como vieran que los ingleses cubrían su riñón a costa de aquellos trasiegos, algo convinieron para que algunas guineas de oro se quedasen en sus manos. La bolsa de la ciudad se construyó mirando a las bodegas de Vilanova pues el negocio allí era, y desde los ventanales se sentía madurar el mosto y contar los envíos. Eran estos próceres provectos, probos y atemperados; les bastara acariciar aquellas caobas, vislumbrar o  repasar
los dorados, tomar el viento del licor vaporoso para consolarse de los arduos negocios...




martes, 15 de septiembre de 2015

9 NAVAJAS PORTUGUESAS: LAS NAVAJAS PORTUGUESAS Y EL VINO DE OPORTO (1)

Las minas esquilmadas, los británicos, con las cuatro esquinas tomadas del océano, miraron el modo de soportar el sopor de los equinoccios y la modorra de la campiña solariega. La excusa fue la malaria, el mal de las aguas, el  picante, la falta de alicientes... Así que aplicaron el método de exportación aprendido y mejorado en el trasiego de opio.






Fue el modo de llevarse las cosechas fruto de error; y del infortunio fortuna sacaron: encabezaron aquellos vinos soleados, generosos y acaobados con aguardientes de uva. Se detenía la fermentación y mucho azúcar quedaba de la fruta, la falta de grados la diera el propio añadido aguardentoso. Nacían los mejores vinos. Uno de ellos (el otro, de famoso, no será nombrado), el Oporto.





Las bodegas se están allende la orilla, en Vilanova de Gaia. Crúzase por un puente industrioso, resultado de tumbar la torrecilla de Eiffel. En la cima de la villa se recorta lo que pudieran ser muros conventuales; pero cabe la margen del Douro, bodegas.














Cara a la ribera espirituosa, la Igreja de Sao Francisco, la más dorada de la cristiandad entera. Abruman dorados que expelen auras como si vidrieras tenues alumbraran donde no hay vano.  Pusieron aquí los portuenses mucho oro colonial, muchas mercaderías de ultramarinos. Sobre una carcomida cripta se levantaba el claustro (entonces y ahora arrumbado por la bolsa de la ciudad).