martes, 30 de abril de 2019

3 NAVAJAS DEL RASTRO DE MADRID-COUTEAUX AUX MARCHÉ AUX PUCES: NAVAJA MEXICANA RAMÓN HERRERÍAS SOLA



NAVAJA MEXICANA
 "IMPERIAL MÉXICO"



LAS NAVAJAS DE RAMÓN HERRERÍAS SOLA

No tomó bien la comba Ramón Herrerías Sola, serrano de Almería, y fuese a la emigración tarde, pasada la guerra. Fue maestro hambrón por las cortijadas de la la sierra de las Estancias, y solió llenarse el buche pobremente sino de bellotas caídas de los ralos chaparrales. Imitó  la diáspora de los grandes líricos y tomó barco que desde Barcelona atracó en el muelle del mineral en el puerto a los pies de la ruinosa Alcazaba. No fue voluntad firme Ramón sino que dejó caer la ocurrencia una mañana fría en la que retumbaban los cañonazos en los cerros: "En cuanto pueda, para Méjico". No pudiendo desdecirse allí paró.

Cómo viviera allí, solo lo podría escribir Fielding. Minero, bracero, pescador, cocinero, ranchero, rabadán, fámulo y, en la cumbre de su fortuna, reinventado maestro. Al parecer le levantó la hija a un potentado que lo tenía contratado como asentador menos por oficio que por paisanaje, que también era de aquellas Andalucías. Le puso este una academia al yerno arribista y allí les enseñaba la zeta a los cuates socarrones.  Por cierto, de la casta de este bienintencionado protector remanece el presidente de la plaza Monumental de México DF, Rafael Herrerías. 

Ya no tuvo más inquietudes Ramón Sola salvo las de la escritura. Cuentos, poesías gruesas, libelos contra la dictadura (que repartía entre los compatriotas escocidos), ensayos sobre novatores contemporáneos... Para lo que nos interesa, convendrá decir que siempre fue solícito de lejos, resolvía la ausencia de la patria enviando paquetes a los familiares que allá quedaron. Al principio café, carne de lata, y camisas de trabajo o finas. Entrando ya el siglo en su tercio último, incluyó alguna moneda de plata, cinturones charros, pañuelos y... alguna navaja o dije.

El hermano, ida una hermana a Barcelona, acaparó aquellos recuerdos de indiano que mostraba en el baile agosteño. Y lo que no ponía sobre sí, lo mostraba envuelto en lazadas. Cómo acabaran aquellas monedas de plata, aquellos delicados adminículos... Fallecido el receptor, fue el hijo disoluto quien lo malbarató a un vendedor de viejo de Oria, cuya mercancía sacaba en pueblos de Valencia y en Madrid. Así es como los dijes microbianos han venido saliendo en puestos en la Plaza del campillo del niño del nuevo mundo. Pero esta sino es una de las enviadas por Ramón Sola, de Tíjola de Almería, pudiera serlo, que en el campillo se logró.









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