La más fina cuchillería del mundo fuera la de Sheffield, en la Isla Pérfida. No se tiene uno que fijar nada más que un instante, parar los ojos, cerrarlos y recordar otras que se vieron: sin cachas con arreboles o crepúsculos o alboradas, sin redondeces astronómicas de atlas celeste, sin delicados vanos para que la ungula saque las hojas, sin hojas opuestas que no se toquen ni entre ellas ni con las platinas, sin las mismas hojas con contrafilos y uñetas rectilíneas, sin platinas doradas y pernos lucidos, sin mecánicas de robótica humana de androide ferial... Fue comprada en el mercadillo de la plaza de la catedral en Barcelona. "No se preocupe usted, que no es para este, yo se la guardo". Soltara sin alteración fónica la anciana vendedora cuando un guiri casi me la quita de la mano para verla. Cumplió su palabra. Sabía bien quién iba a comprar y quien moscardeaba.
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