sábado, 19 de agosto de 2017

NAVAJA MACHETE DEL NÚMERO 2 DE RAFAEL WÍZNER, EN PALO DE SERPIENTE
















Se pasaron las culebrillas de Almería a Játiva. Aquí también escamearon siempre, en los retablos de las iglesias de San Pedro o bajo la bola celeste desde la que irradiaba su gracia la virgen de la Inmaculada, la de la medalla, en  el colegio de niñas del mismo nombre. Pero no solo en la penumbra de lo sagrado. En el colegio de Alejandro VI, solo de niños, que lindaba con el anterior, se diera la primera exposición de Hefesto en el curso de 6º de EGB, grupo C. Probablemente auspiciada por don Félix, maestro interino, que entre convicciones  entusiásticas amaneció allí, con su figura sino juncal sí de jayán desaliñado. Concitó este buen maestro joven simpatías, cercanías y aplauso infantil. 

Fuera la exposión preparada a partir de la Enciclopedia de la fauna  de Rodríguez de la Fuente. Versara sobre las formulas dentarias de los ofidios (mucho se extrajo de ella, de sus tecnicismos románticos, y se aprendiera hasta geografía, más que en todos los libros de sociales, con sus predios, yermos, cárcavas, desmontes, garrigas, torrenteras, farallones, atalayas...y un innúmero de buenos sustantivos que pintaron el rostro de España). Resultaba que en dibujos muy bien iluminados, al margen de los textos, se explicaban cuestiones de mucha especificidad de modo tan fino, que lo que no se entendía, con los ojos se alcanzaba o, al menos, lo pareciera.  Con mucha simplicidad -y no menos verdades- se indicaba con puntos rojos las incisiones que un oficio dejara en un mordisco ideal. Así, si había solo dos pequeñas marcas de circulitos anchos, resultaba que una víbora te había picado. "Dos pequeños puntos sanguinolentos en el dorso de la mano, es que os picado una víbora y tenéis ponzoña en el cuerpo". Interrumpió alguno de aquellos rufianes y para indicar que entonces había que chuparse la herida. A lo que se respondió mientras se echaba el índice sobre el pobre dibujo de la pizarra: "No es buena idea, pues si se tienen hemorragias internas, el veneno pasará al torrente sanguíneo". Así, información extraída de Sesión de tarde. Se explicó el mordisco siguiente: "Si tiene más puntos, no solo dos, y no están cerca uno de otro, la serpiente es de tierra y no es venenosa". Más se dijo sobre el porqué de cada "formula dentaria" antes de pasar al último dibujo: "Y si tienen muchos puntos y muy cerca, señal clara de que la culebra es de agua... Sujetan los peces resbaladizos para que no se los lleve el agua corriente con esos dientes pequeños, múltiples y finos". 

La exposición fue - y la tengo aún por ello- la mejor que se hizo entonces entre aquellos colegas de Alejandro VI, y bastante más clara y lucida que las que yo, Hefesto, tristemente después he dado. Hubo más, no obstante. No se quedaron ni las culebras ni Hefesto en los libros. Habrá de traerse cuando en una mañana fresca de octubre, buscando nízcalos en la comba suave de un chaparral por la sierra de Enguera, el niño se topó con una culebra de escalera que atendía la debilidad de los primeros rayos de sol. Se la apedreó, a esta y a otra que a muy escasos metros se estaba a lo mismo: "Mejor muertas que escondidas, que luego uno se despista y si pone la mano en una seta..." Fue reprendido con suavidad por el padre que oyó la explicación de los hechos. Nunca más se mató, a lo que se figura, ninguna otra culebrilla. Cuando el hermano pequeño, espabilado, bullidor, se hizo pescador sin que nadie lo adiestrara solía traerse criaturas encarceladas en botes de cristal. La madre se encontró uno de aquellos en el que dentro dos crías de culebra acuática de collar, delicadas como lombrices, se debatían en silencio. Pronto fue mandado Hefesto para darles suelta, y así hizo. Y en el castillo de Játiva, a la subida en un domingo de primavera una diminuta se tomó para impresionar a las mujeres de la cuadrilla; tan poco era que tomaron lástima de ella y recriminaron al bravucón. Alguna más se tomó por el lugar en otra ocasión con pobrísimo lucimiento del capturador-tomador de serpientes. 

En una difícil sinécdoque, se trocó el herpetólogo en culterólogo fracasado. Viera en las navajas, aparte de la forma, el frío, la sangre, las refulgencias, el imán de ojos y manos, su figuración en los retablos y la escasez, que mucho dura.



NAVAJA MACHETE DEL NÚMERO 2 DE RAFAEL WÍZNER, EN PALO DE SERPIENTE










2 comentarios:

  1. definición de "culterólogo" please, como no existe en el diccionario me interesa conocer el significado real, supongo que debe ser el "culturoso"

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  2. Disculpa el atrevimiento; se trata de un torpe juego de neologismo bárbaro a partir de un término latino: culter. "Culterólogo" sería el aficionado a las navajas, quizá en exceso (que es el caso presente). Muchas gracias por la visita y el comentario.

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