martes, 15 de agosto de 2017

NAVAJA TAPITAS DE RAFAEL WÍZNER EN PALO DE SERPIENTE (NAVAJAS EN BAYARQUE Y TÍJOLA)











La culebra -que aquello de la serpiente no se escuchó hasta que en la catequesis de San Pedro de Játiva se la mentó- tuvo -y aún tiene- filamentosas adherencias en su significado. Se la viera en los altares, a los pies de la bóveda celeste sobre la que la Inmaculada practica pilates. En las capillas reverberantes las sombras las cobijaban, en las predelas deslucidas se mantenían en una detención constante a la espera.

Antes se oyó de ellas mucho, en Tíjola y en Bayarque, de las Almerías. Contó el abuelo Isidro que se iban al corral para buscar la ubre colmada de la cabra parida y amamantarse. Así se lo contaran a él mismo -si es el que caso que no fuera testigo-. Por los tejados, en los alerillos sobresalientes se empinaban también. Esto último se tuvo por fantástico al desconocerse la muelle y recia constitución de este reptil. Con el telón de la literatura descorrido, se excitó la imaginación inflamada con Alfanhuí el aventurero. Aquella culebra de escarcha, nocturna, que se cobijaba en un jardín cerrado cabe a un pozo. Mucho gustó leer en el Senda aquel fragmento, tanto que se leyera toda la historia con el placer de recobrar la frescura de la sangre fría.

Una vez, viniendo del Collao de Bayarque con los hermanos y el abuelo, y el hatillo de cabras, se encontrara una en aquella acequia que bordeaba el camino por lo alto, somera y estricta que pareciera obra de niños. Estaba desmayada, bañada por un hilillo de agua, tibia en su contenido cuerpo de cordón de zapatilla. Como se la tomara para ser mostrada a la breve expedición, acertó a verla una mujer, que venía en burra con verde para los animales.
-Me ha dicho un pajarito -decía siempre la abuela Remedios- que tú le has echado una culebra a una señora que iba montada en una bestia.
-¿Una señora?
Se le dieron las explicaciones, no cumplidas, que no fueran así exigidas. Nada más dijo la abuela. Creyó ella al niño y el niño al pájaro.

Ya de mocico de 14 años, en las fiestas de Bayarque, se iban unos, los que pedían el pisso, vestidos como los locos en el día del mundo al revés que todos los pueblos tenían, con una camisa en el cuello, anudada. Completa y larga. Camisa de culebra. Se buscaban estas para curar afecciones de garganta.

Y luego en Tíjola, también se deslizó.

Encontraron una en el tejado de una caseja baja del callejón que partía por la mitad la calle Oliveti, en la travesía del Amigo. Pero fue primero en esta calle de Oliveti enfrente de su número 16, en el empinado terrero que ocupa ahora el 23, la de Francisco León. Escarbando en la tosca con un palitroque, salió una culebrilla delgada como lazada de moño. Se empinó sobre sí y fue lapidada, bajo la sombra de las piteras una tarde tórrida de las de antes.

Siempre que se iba con el abuelo Ramón a la Estación, se tomaba en busca del río seco (el Almanzora) por el camino del lavadero que llevaba a la balsa del pueblo, la Canalilla. Siempre, de ida o vuelta, se detenía uno en sus muretes mochos para ver los cristales del agua sin el azogue. Las ovas imperaban en el cuadrado de sus límites. Se paraban junto a nosotros los caballitos del diablo a mojar el culo, y parecían adivinarse los renacuajos de los sapos que se escondían entre los junquejos escasos. Nada de esto sino la media docena de culebras que enrolladas sobre sí se estaban sin moverse en el fondo, rojizas como los arreboles de la tarde que allí mismo declinaba. Nos esperaban siempre, y nunca parecían despertar de su sueño de agua.
A veces, al entrar en las curva del camino que la rodeaba, el margen derecho, orlado de cambrones escondía a más de una abubilla que era sorprendida en su incesante escarbeo. Volaban confundiendo aquella hora con suavidades de atardecida...

Otra vez, en la acequia que trascurría cabe la balsa, acertáramos a interrumpir la excursión de una culebra grande, con dos rayas paralelas en su dorso, oscuras. Fue sacada de ella y acabó apedreada no sin servir después como lábaro ominoso con el que se incordió a dos gitanas maldicientes en la plazuela de los chinos de esta misma Tíjola. Una culebra de escalera, la misma que una tarde de recolección de capota por encima de los Cortijicos se halló por la cuadrilla de niños (Rafa, Paco, Antonio, el primo y Pedrín de Anita). El mayor de los hermanos la cogió, negra y menuda, con escalones blancos sobre sí. Del extremo, para mostrar valentía; no se matara sino que se la devolvió al empolvadísimo carretera sin tráfico en su orilla.

Muchas veces más se vieran en su sombra, cuando dejaban la piel seca entre los pinchos de las alcaparreras o a los pies de la retama.


NAVAJA TAPITAS DE RAFAEL WÍZNER EN PALO DE SERPIENTE






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