sábado, 1 de octubre de 2016

2 CUBIERTOS PLEGABLES-CUBIERTOS DE JIRA



Seguramente fuera el abate Bringas. No lo refiere el Diccionario biográfico español que sí da noticia de sus iluminaciones, encarcelamientos y dicterios. El atildado erudito D. Francisco Rico no entra por donde nosotros lo hacemos, pero sí que lo pinta como clérigo cerbatana, sablista y sectario. Este libelista sí que se paseó su desaseo por la rue Saint Honoré (así nos lo pinta ese exacerbado experiodista amigo de latines que es Arturo Pérez Reverte -que si se invirtiera apellidos favor sería para la imprenta y su acuciante brevedad-). Parece que se ganó la vida y se sacudió sus miserias, que no eran pocas, traduciendo a Rousseau y, lo que será más relevante a lo que nos incumbe, a Diderot.

Fue el abate ajusticiado el día que Robespierre perdió pie y cabeza, el tercer cercenado de cabeza aquel día histórico. Seguramente se lo mereció cumplidamente aquel fervoroso sanguinario y delator, traidor de amistades. Pero nos conviene verlo antes de aquel día en que el invento de Guillotin logró histórica notoriedad. Bufón agudísimo, encanallado libertino frecuentó hoteles y palacetes en los que era atracción antes de que la revolución enturbiara la movida ciudad de París, cuyos pizarrosos tejados y elevados floripondios remedarían los de un camposanto no a mucho tardar.  De cómo aquel aragonés carpanta y remendón, sublime tiralevitas, se agostó a la sombrá del conde de Aranda está bien documentado. No lo está, a lo que parece, sus codeos con libreros y con pensadores. Diderot, el enciclolpedista, tuvo padre cuchillero fino, de los que hacían estuches con forro de raya y cubiertos de gentilhombre en oro, carey y ébano. 
 Para boutique de la rue Saint Honoré parece que compuso, a partir de un estuche inglés que le vino de Bretaña, unos cubiertos cuyas longitudes se escamoteaban para contenerse. Fuera obsequiado el jocobin fou español con uno de aquellos. Como quiera que el de Bringas viviera a salto de mata, lo colocó a unos compatriotas en el hotel del embajador español. No se gastara los luises en adquirir deleites de mozas de tienda que enlazadas como refinados productos eran el anzuelo para los que buscasen entretenidas que entretener. Llegó el estuche a Madrid y pasó por el arco de cuchilleros aligerándose de ornatos y luises que se trocaran en reales, platas y cuernos. Del galuchat se vino la cabritilla y la plata sobredorada dio los damasquinados. No circuló tanto que se tuvieran fuera de la corte pues se anduvo casi un siglo -quizá algo menos- para que los chocolateros, los negreros, los tenderos de los ultramarinos, los sombrereros, los boticarios, los oficiales de las infames guerras finiseculares los tuvieran; y aun los llevasen en los coches de los trenes que ya partieron. 












 



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