martes, 8 de diciembre de 2015

NAVAJA JJ. MARTÍNEZ-RESTAURANTE LA ESTACIÓN-BOCAIRENTE


Las pueblas se iniciaron cabe fuentes si el guerrear lo permitiera, que si no, se empinaban en recuestos y se subían a los mogotes y cabezos. Dejaban los ejidos para pasto y las llanadas de ribera para el veguerío. No se tendían los decumanos con las mientes fijadas en la facilidad de levantar solares de las casas de los vecinos. No tenían los que las ocuparan ganduleo de bajar al estero, a la mina del venero, a las alamedillas para aguar. 



Se iban las bestias por las trochas y las combas se vencían en zigzagueo armonioso; por veces, cuando las márgenes de  riscos eran estrictas, se tomaba el camino de los cortados y el barranqueo. Que cuando llegaran los trenes, no hubo forma de que las estaciones se sentaran en las plazas, en los antozanos despejados de las iglesias sedes. Mediaron entre pueblo y vía los ríos y tajos de azogues. Así en tantas líneas de la RENFE, como la que uniera los Barcelonas con Granada pasando por la sequiza cuenca del Almanzora (se tiene memoria que al pasar por Tíjola, en la provincia de Almería, se vieron las reatas de mulerío que se partían hasta el delicado puentecillo de maderos para salvar la riada inverniza). 

En Bocairente la estación estuvo al otro lado de la sima, en cara que la montaña enfrenta el pueblo; este fue puesto por encima del socavón formidable del barranco torrentero. Se ha dicho estuvo ya que de ella queda el nombre y la obra, que no los trenes y el tránsito. 

Siempre se comtemplan sus gruesos muros que se hacen en prismas rectangulares, se adivina en los vanos la reciedumbre y en los colores desvaídos el verde de la vida provinciana de entonces con sus vaivenes y afanes en los que se oyera el silbido del factor con su cromado silbato de Sheffield mientras señalaba su orden con la banderilla grana. Y partieron los convoyes con el paisanaje. 
Si se pudiese se quedaría en una de estas, se sanearían los marcos del ventanerío, se pintarían de verde cuartelero o azul de inmensidades para añoranzas del mar. Cuántas noches cabe la lumbre que ablienta el humo cuyo hilo ascendería hasta el ámbito celeste de las torres y los palomos. 



Por estas, y por otras, se fue al restaurante de La estación de Bocairente. Lo lleva un extranjero con modos pulidos, alto de zancas y de alargadísima nuca, como los holandeses son. El menú de tapas debe ser el que se demanda para que el gasto en el  condumio no arruine la jira. Se eligen cinco platillos-tapas de una lista en la que se echa de menos algo tradicional del contorno. El precio del menú, si se calcula por separado el coste de cada una de las entradas, puede ser ventajoso. El servicio es apremiante y se tuvo que poner calma en el frenesí pues en menos de un cuarto se dispusieron los cuatro primeros y se llevaron los restos de los que a medio comer estaban. Salvada la prisa, se ha de elogiar el manteleo, la vajilla (que no es de Santa Clara ni cartuja pero no está desportillada), y el agradable ambiente del salón de cristal. Se bebió un blanquillo chardonnay de Huesca que es el de la casa. Pulpo, ensalada de bacalao (excesivamente salado), un foie con jalea de rosas, unas bravas en confit, y una rebanada a la toscana. El postre cundió: base abizcochada, crema helada de café y frutas de otoño.











Se sirvió de navaja. Una de los JJ Martínez, de las de golpe o pistón tales las había en aquellos 70 sino antes. Ahora las han retornado con un estupendo punzón que dice ESPAÑA. Esta es la que debió salir en la película de La isla mínima. La que usaban las cuadrillas del ICONA cuando encendían la lumbre para prepararse un arroz con conejo y pimientos asados en el Layón de Bayarque. Solo faltara para que le trompe d'oeil se diese con felicidad que la hojilla se ensuciara con el óxido azul del buche de  los palomos que cruzan el río hacia la Estación.

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