La madalena de Proust está hace tiempo tan dura como florecida. A mí lo que me priva para pescar en la corriente del tiempo son los objetos no perecederos, de metal. Relojes, forja mínima o máxima, armerío, rejerío, escultura figurativa, monedas, herramientas de oficios de techo o de descampado (agricultura-pastoreo), y navajerío.
Hay navajas en su bolsilla, dentro de su pijamilla de cartón o plástico, con sabanaje de publicidad-consejos de mantenimiento que nunca las he abierto desde que las poseo; espero como el catacaldos a que la ocasión anímica sea la conveniente para descorchar. Puedo revivir los ruidos de Les petites Champs-Elysées donde la famosa cuchillería, lo mismo con el bullicio y frescura del París primaveral en julio por la cercana Avenue de l'Opéra donde también estuvo, quizá, la más famosa del país. Con otras soy menos paciente y dado el poco uso que les doy, las apreso de tanto en vez para apurar el aroma que ya se esfuma irreparabile...
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