domingo, 5 de octubre de 2014

NAVAJA A ESTAJE DE DON RAFAEL WÍZNER EN ASTA DE PAVÓN REAL 1






Vínose a orillas de la mar, hasta el Levante, desde las amplitudes ciudadrealeñas. La buena crianza no consintió que cruzara los límites provinciales sin avisar a sus clientes, a los que él nombra como amigos. Y lo son, pues no da sus afilagranadas herramientas de filo a otros. Fue así que se convino en el encuentro.

Mal oraje se trajeron los de La Mancha, y cuando llegó Hefesto y la gentil compaña al hotel playero, había nube. En el patizuelo entre edificios que era la entrada estábase sentadilla toda la excursión venida de Santa Cruz bajo los toldillos de unos parasoles mustios. Esparcidos como se vieron, diríase que acababan de bajarse de un Ferrobús o de de un borreguero de los que ya no pasarán más. Había de todo pelo, y las caras a la sucia luz de la atardecida les agrandaba los rasgos con los sombrajes; pero no tanto que no se adivinaran pobladismos cejones, crespos pelambreríos que exageraban cabezas, pernerío corto, y belfos fuera de horma.  Linaje de la tierra eran , y su casta noble se ha de entrever con detención. Son los mismos que el Sordo  pintó en el alzamiento.

"¡Don Rafael!", y se volvió vivo con jispe joven.  Recortejano, tenía fragua bajo un terrón y allí sacó coraje para criar y dar instrucción a sus satélites. Esto y más nos contó ya puestos a la mesa con los labios en un cafecillo cortado. 

Muy telendo habló allí, junto a la mujer, de la profesión de cuchillero; la que agora solo toma por placer las más de las veces. Tiempo le sobra para enjoyar las navajillas, para grabarlas con precisión de compostura de relojero, para encabarlas con fulgores y amolarlas con la delgadez de rayo solano que penetra en herrado portalón.

"¡Ahí la tiene!", y soltó con suavidad sobre el tablero un paquetejo liado de papel traslúcido, por no decir un caramelo grandón (me la había apalabrado meses hacía pero no se esperaba tan en punto su promesa). 
Mejor era de lo que se mereciera; y se ponderó la obra como se supo, con justicia. Brillaron los ojos de don Rafael, no más de lo que antes lo hicieran pues seguro de su pulso anduchea. Verdean como esteros junto a las encinas de las sembradías y entonan con su apellido teutón. Un alemán de La Mancha que amansa el acero.



Acullá, en los llanos, apenas la tierra se atreve contra el cielo, y los cibantos y motas, y los gajos se rodean lisuras bárbaras. Y los hombres se agrandaban en viña y panes. Pero enantes, que ahora no. "El campo comía mucha navaja". Ya no queda oficio ni aperos ni utillajes. Así pegó la hebra del recuerdo el hombre de los ojos vivos. Trabajó diez años para los Martínez (JJ), y delicioso nos contó la fiesta de bodas del patriarca.
"Dieron chocolate y tortas, bajo la higuera. Es lo que antes se tomaba". "Lo vi mucho no hace y le hablé de aquel día, de la brega que dieron unos diciendo que allí no se comía". 

No es este cuchillero esgarracolchas, y siempre se movió buscando para comer -que creo que no muchos días lo hizo a hinchapellejo-. Para Ismael Laguna montaba navajas con la fornitura que este le proporcionaba, como tantos otros que estuvieran en el arrimolineo de los almacenistas. Penurias de horas sin cuento forzados los obreros y las familias (las mujeres -la suya mismo- mientras echaban manos perforando platinillas,  plásticos, maderas o cabos estaban con el pie moviendo la cesta-cajón-cuna en las que las criaturas se desgañitaban). Fue cuando la despensa era  hojas de tocino y cuerdas de uva del año, alguna orza de chacina en aceite y otra con tomate en sal. No, no les amañanaba en el catre esperando el desayuno de churránganos.

Así que breve y catral refirió sus recuerdos, con memoria fresca y sin ausión, se fue por el palo de la familia. No consintió que sus hijos siguieran atados al banco y les dio estudios, los que pudo, que fueron bien aprovechados. Y aquellos enderezaron muy bien a las hijas-nietas. Está muy orgulloso, que son afanosas en los estudios y en los trajines de la casa, y con honrosas matrículas dicen bien de sus abuelos. 

Se allegaron a la puerta del hotel, junto a nosotros, para despedirnos entre seriedades y chanzas.
Catral se nos antojó don Rafael Wízner Ruiz. Y así nos despedimos de ellos y de la cohorte manchega.  












No hay comentarios:

Publicar un comentario