"Nos sentábamos en las lindes, a la sombra de las mimbreras,
a merendar. El Chico, el segundo, el abuelo y yo sacábamos de la bolsa el
avío: grueso pan de hogaza, engañifa casera, medio bollillo de aceite y, de la
faltriquera de nuestro experimentado tutor, una pizca de sal en un pañuelillo.
Habíamos cortado de su mata un bravo tomate de simiente del pueblo, de sus
buenos tres cuartos de quilo. Y de sendos resortes emergía en sucesión la
hoja, ora lanceolada, ora roma, de las navajillas. Y en mirífica paz
engullíamos la reseca pitanza, empujada con agua menos fría que caliente, y con
la mollar carne del tomatote. Mientras, tendidos en el pimentonal, cuatro cepos
palomeros acechaban bajo la paz arcádica de aquel huerterío".
Este pudo ser el arranque de la memoria que me tiene atado. Nunca
se ha cortado la cuerda de aquellas atardecidas de julio o agosto. Y una navaja
con cachas negras (seguramente de plástico) de punta caída y filo recto; hoy
sería una lambfoot, london o pied de mouton. Las de muelle de tejas y
palanquilla nunca me gustaron pues eran flojas y aquel enseguida se
descomponía y la hoja tomaba el baile de sanvito.
"Durante un mes tuve engañada a la abuela Enriqueta. Del
durillo para el bollo en el horno de Donato, yo ahorraba cuanto podía, a veces
todo. Y en un mes tuve la cuarentena de buenas pesetas con la que compré en
Casa Demófilo una Gómez con cachas de dominó y una cruz de Santiago, la
puntilla roma. Se perdió en una mudanza...Ahora recuerdo que durante varias
semanas tuve que compensar el ayuno de por la mañana con buenas meriendas de
conejo bien frito: meriendas de cazuela. Aquellas vacaciones no engordé tanto
como la buena mujer quiso. Y hasta ahora"
Ya me gustaron las brevas del árbol, los chumbos para desayunar, la
capota en sal, las migas, el conejo frito, la cervecilla en culos perdidos,
todo lo de la matanza - particularmente la morcilla de arroz-, los relojes de bolsillo ...y la
navaja.
Entonces aún se usaba como cubierto universal, y no había en casa
cuchillos hasta mucho después. Con ella se cortaba el trozo de embutido, el
pedazo de pan, se pinchaban las acetunillas de la pipirrana, y hasta se
cuchareteaba . Nunca, ninguno de nosotros, hizo el pavo con ella, nunca
tajamos ni fuimos tajados. Nunca hicimos abuso de la herramienta y siempre la
guardamos con respeto pues con esta a veces se santificaban panes (dibujando
sin hendir una cruz en su círculo y luego besando adminículo o materia).
Y es por eso. Ahora la Casa Demófilo, desdemofilizada, hace ya años que fue demolida sin respeto
de su blasón único en el pueblo. Ni la huerta, ni las personas. Pero aquí, entre
el sosegado recuerdo y la razón ... de la navaja.
Langres fue la ciudad de Diderot, el enciclopedista, cuyo padre fue navajero. El modelo de las fotos se llama así, "langres". Me gustan las navajas rurales, que en España han sido en buena medida copiadas de los franceses. "Copiar" puede cambiarse por "adaptar" para que suene mejor. Ya se mencionará este asunto de la copia mutua entre vecinos...
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