Nunca ha parecido que mi amigo me escuchara ni aun que me oyera. Desde muchachos he ido hablando yo y desatendiendo él. La navaja. Las ha recibido de mí alguna, y otras más, tampoco tantas, se ha comprado él por aquello de acompañarme en la afición desaforada. Alguna vez se vino a donde estuvieran, en el rastro, por las calles del barrio chino, a la tienda del cazador y pescador, al chamizo del feriante.
Dejó de asentir cuando nos separamos para emprender los trabajos de nuestras vidas lejos cada uno del otro aunque cada vez que nos hemos sentado, ha habido filos que se abrían.
-¿Tú sabes quién fue el padre de Diderot?
-Apenas sé quién es Diderot. El de los diccionarios, ¿no? -le respondía.
No pensaba nunca en que él, también Antonio como yo, pudiese conocer una raya más que el que las colecciona desde que recibió la especia sagrada allá en el siglo de la mula y el colador.
-Fue cuchillero. En Langres.
El jodido sabe francés y pronuncia bien los nombres.
-Langres, o sea, el langres es un modelo de navaja francesa que aún se usa para capar gansos y arañar las trufas -me inventé por no quedar nunca debajo.
En realidad, me hubiera gustado hacer algún viaje con él a donde languidecen las navajas, a Santa Cruz de Mudela, a Albacete, a Alcaraz cuando vivía Adolfo, au Petits Champs Élysées... Porque creo que siempre me escuchó. Se le quedaron los nombres y sus virtudes de los cuchilleros del pueblo manchego y es capaz de retener los linajes que a mí se me olvidan. Sí, siempre me escuchó.
De Rafael Wízner se quedó con todo aunque él no lo viera nunca. Pero de eso se hablará después. Creo que cuando la profesión en la que se ocupa mi amigo lo abandonó él no quiso perderse y empezó a escribir. Nunca dijo que fuera a tirarse el moco con un novela. "Cuando me jubile, entonces aprenderé a pintar. Y pasaré a limpio unas docenas de poemillas".
Ha debido desengañarse del todo en su oficio pues vino el otro día con el cuento de que le revisara yo una novela. ¡Una novela!
-Subráyame los aciertos, solo.
Me advirtió de que no podría ser leída por nadie.
-Tú tampoco la leerás. Es para lectores sin prisa que estén dispuestos a tropezar. Como un libro de fotografía sin imágenes.
-Resúmeme el argumento -le pedí.
-Una trampa. Los argumentos solo valen cuando no hay historia.
Quería que yo viera si cuando trasciende el asunto de la cuchillería es acertado o hay errores de bulto. Me señaló los pasajes en un borrador y yo no supe qué enmendarle. Se fue contrariado, como si yo no quisiese hacerle el favor.
-Me has engañado. Tú dices las cosas algo mejor que yo, con más memoria.
No lo convencí de que era verdad.
-He metido una descripción, la mejor del libro, en la que pinto una de tus navajas que te fabricó Rafael Wízner.
No consintió en leérmela y ni siquiera me orientó para buscarla.
-Cuando me compres el libro la buscas si es que acaso te das cuenta de lo estés leyendo. Sutil como un filo.
Ahora que me dispongo a leerla. Ahora vale por esta noche o el sábado o en Navidad. Pero sé que la tendré que leer. Se lo debo.
Han sido muchas horas aguantando historias y efusiones que se ha vengado como hubiera de esperarse, a navaja.
Me quedan muchas palabras. Él las colecciona fuera del diccionario.
-Que cojas el granete y metas allá donde cupiese, un golpe. Para que se ajuste lo que digo a lo que se pueda esperar. Sin chorreos.
Callé. ¿Qué demonios era un "granete"? Se lo referiría yo pero la herramienta la distraje y me se perdió. Tuve que espantarlo para que no incidiese en esas precisiones que yo desprecio porque no sé llevarlas o lucirlas. Pero él se ve que sí.
-¿Y tú cuándo has estado en Santa Cruz de Mudela?
Calló de momento pero luego se vino a mí y se detuvo justo antes de atropellarme, para no fallar la acometida. "Cuando bajo a Andalucía me desvío. Este año, no. Pero sí el otro. Eché el día. Una plaza de toros que tienen...". Me salvó la plaza. Pero no hizo caso de los cuatro brochazos que le di para quedar como sabedor de todo lo de este pueblo. Insistió luego en que los casones de un poblachón manchego él yo los tenía vistos en Andalucía la Alta. "No es distinta la luz, ni el vacío azul de los cielos, ni quema menos el sol. Hay hombres reconcentrados como yo soy y de los otros, cachondos y morondos. Igual. Lo mismo vuelan los vencejos y se cuecen en las tejas".
-Pero no es lo mismo una chorrera que una manta de tocino.
-Te darás cuenta. Verás en este pueblo fantástico otros.
-Santa Cruz.
-Y más.
-El tuyo.
-He querido que sea un modelo, diferente pero comparable a distintos lugares, manchegos o no. Si lo he hecho bien, habrá quien vea en él el suyo. Un pueblo manchego claro, despejado, abstracto y real.
-Santa Cruz de Mudela está en él.
-¿Por dónde puede sino ir tu Rafael Wízner?
ARGUMENTO
A José Vizcaíno, profesor en excedencia, los vecinos del pueblo manchego de Santa Muela de la Cruz lo tienen por huraño y pedantón. A librarse de esta consideración general no ayuda ni su dedicación constante a ordenar los papeles de su gabinete con los que se construye la memoria ni su lenguaje rancio y relamido. Solo recobra el pulso de la vida al aparecer unas monedas pegadas en la puerta de algunas casas en las que ve un mensaje cifrado. Cuando un convecino, Emilio el Benigno, es encontrado con unas extrañas heridas su amigo Antonio Herreros, jefe del Equipo de la policía judicial, le pide ayuda. Vizcaíno, sin embargo, por mucho que se le desengañe, no deja de considerar el mensaje enigmático de las monedas mientras ayuda con indolencia a que una pieza arqueológica extraordinaria sea recobrada. Para recuperar su memoria y reestablecer con sus pesquisas el orden pacífico del pueblo piensa en la necesidad de que una asistenta lo ayude en las tareas de la casa. Sus conocidos, amoscados, no creen en la honestidad de los propósitos del célibe solterón.
El autor alza un escenario realista aunque inventado, el pueblo de Santa Muela de la Cruz, donde el sol castiga inclemente a las personas que se atreven a deambular antes de guarecerse precipitadas en un bar o en una tienda. Asomarán para contender con el protagonista misántropo el juicioso Rafael Wízner, artesano de la navaja; el paciente y meticuloso cabo Herreros; la airada tendera Llanos y Remedios, la panadera melindrosa; el cultísimo y socarrón Luis, amo del casino; el farandulero Abogado y su mujer Carmen; el faccioso Ruiz Torres junto al omnímodo y fantasmal Heliodoro; la ebonizada y celeste Daniela con la criselefantina Lucrecia Grossu… y toda una caterva de personajes bullentes que conformarán un coro impagable en una obra que bandea los límites del género policial.
EL SILENO DORMIDO PARA EBOOK Y TAPA BLANDA
No hay comentarios:
Publicar un comentario