Blog sobre navajología y filosofía hoplológica de la navaja.
lunes, 2 de diciembre de 2024
RAFAEL WÍZNER CUCHILLERO, PERSONAJE DE NOVELA
NOVELA SOBRE LA CUCHILLERÍA DE SANTA CRUZ MUDELA. EL SILENO DORMIDO
Nunca ha parecido que mi amigo me escuchara ni aun que me oyera. Desde muchachos he ido hablando yo y desatendiendo él. La navaja. Las ha recibido de mí alguna, y otras más, tampoco tantas, se ha comprado él por aquello de acompañarme en la afición desaforada. Alguna vez se vino a donde estuvieran, en el rastro, por las calles del barrio chino, a la tienda del cazador y pescador, al chamizo del feriante.
Dejó de asentir cuando nos separamos para emprender los trabajos de nuestras vidas lejos cada uno del otro aunque cada vez que nos hemos sentado, ha habido filos que se abrían.
-¿Tú sabes quién fue el padre de Diderot?
-Apenas sé quién es Diderot. El de los diccionarios, ¿no? -le respondía.
No pensaba nunca en que él, también Antonio como yo, pudiese conocer una raya más que el que las colecciona desde que recibió la especia sagrada allá en el siglo de la mula y el colador.
-Fue cuchillero. En Langres.
El jodido sabe francés y pronuncia bien los nombres.
-Langres, o sea, el langres es un modelo de navaja francesa que aún se usa para capar gansos y arañar las trufas -me inventé por no quedar nunca debajo.
En realidad, me hubiera gustado hacer algún viaje con él a donde languidecen las navajas, a Santa Cruz de Mudela, a Albacete, a Alcaraz cuando vivía Adolfo, au Petits Champs Élysées... Porque creo que siempre me escuchó. Se le quedaron los nombres y sus virtudes de los cuchilleros del pueblo manchego y es capaz de retener los linajes que a mí se me olvidan. Sí, siempre me escuchó.
De Rafael Wízner se quedó con todo aunque él no lo viera nunca. Pero de eso se hablará después. Creo que cuando la profesión en la que se ocupa mi amigo lo abandonó él no quiso perderse y empezó a escribir. Nunca dijo que fuera a tirarse el moco con un novela. "Cuando me jubile, entonces aprenderé a pintar. Y pasaré a limpio unas docenas de poemillas".
Ha debido desengañarse del todo en su oficio pues vino el otro día con el cuento de que le revisara yo una novela. ¡Una novela!
-Subráyame los aciertos, solo.
Me advirtió de que no podría ser leída por nadie.
-Tú tampoco la leerás. Es para lectores sin prisa que estén dispuestos a tropezar. Como un libro de fotografía sin imágenes.
-Resúmeme el argumento -le pedí.
-Una trampa. Los argumentos solo valen cuando no hay historia.
Quería que yo viera si cuando trasciende el asunto de la cuchillería es acertado o hay errores de bulto. Me señaló los pasajes en un borrador y yo no supe qué enmendarle. Se fue contrariado, como si yo no quisiese hacerle el favor.
-Me has engañado. Tú dices las cosas algo mejor que yo, con más memoria.
No lo convencí de que era verdad.
-He metido una descripción, la mejor del libro, en la que pinto una de tus navajas que te fabricó Rafael Wízner.
No consintió en leérmela y ni siquiera me orientó para buscarla.
-Cuando me compres el libro la buscas si es que acaso te das cuenta de lo estés leyendo. Sutil como un filo.
Ahora que me dispongo a leerla. Ahora vale por esta noche o el sábado o en Navidad. Pero sé que la tendré que leer. Se lo debo.
Han sido muchas horas aguantando historias y efusiones que se ha vengado como hubiera de esperarse, a navaja.
Me quedan muchas palabras. Él las colecciona fuera del diccionario.