Se pasaban los viajeros britanos (eran la mayoría pues huían de sus vecinos, de la tierra brumosa y aun de ellos mismos) al lado de acá, a San Sebastián, después de haber vivaqueado en los balnearios bretones y de haber inhalado el balsámico aire de los pinos de las Landas. Nuestros reyes se iban allí cuando la canícula de la Meseta radiaba fuego de sus berrocales. Para darse estofa todos lucían trajes, y ellas también, abombados y embarazantes. Se acercaban a las playas aquellas y salían de las casetas carnales y lustrosas como escaramujos, con el perfume en promesa. No se bebía chacolí ni se tragaban sardinas, que eran los del Ciego más finos, y la caza y la langosta se daban en los saraos de los palacetes de costa. Aquellos turistas se traían y se llevaban, y en esto de los nácares, lo mismo. Los cuchilleros recibían encargos para ofrecer primores como la que se presenta, con leyenda enlazada a la inglesa. Los galanteos traían promesas, ofrecimientos, empeños y también prendas que se daban, un souvenir para mostrar la seriedades del flirteo, que todos aparentaban creer. En esas, alguien se trajo a Madrid una navaja de nácar preciosa, pequeña y precisa, con San Sebastián, la de la concha, claro, incisa en su cacha, como souvenir. La otra, quizá se diera o se distrajera, que entonces, como ahora, no todos los que se solazaban con la brisa del Cantábrico eran cabales. Una magnífica navaja con el punzón GEORGE WOSTENHOLM.
WOSTENHOLM KNIFE WITH BEAUTIFUL MOTHER-OF-PEARL HANDLES
NAVAJA WOSTENHOLM CON LAS CACHAS EN NÁCAR
COUTEAU WOSTENHOLM AVEC LES CÔTES EN NACRE
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