jueves, 20 de abril de 2017

NAVAJA MACHETE DEL NÚMERO 2 DE RAFAEL WÍZNER EN MADERA DE PALMERA











(CONTINUACIÓN)
Como entrara jacarandoso Wízner de darse tras el cristal el baño de multitudes -que seis personas palmearan al cuchillero en oleadas, corro hecho, a esas horas y en esa acera donde hería el resol, era una multitud cumplida- como entrara jacarandoso Wízner, aun mostró más mosca Plinio.
-Va, Manuel, va. Y no se ponga morrudo.
-¡Qué morrudo, me tiene usted con una cansina estupenda!
-Que se pone colorao, Manuel; no vaya a darle alferecía -se contuvo apenas Wízner en la guasa y añadió-: morrudo y colorao...

Se miró esquinando ojo Plinio en el espejo del cristal sin alcanzar a medirse la rubicundez, por lo que calló a la expectativa.
-Todo lo empezó la mujer, ¿quién sino? Que si tenía que limpiar el patio del portalón, que si ella no podía remover el maceterío, que si era ya tiempo de enjalbegar... No paran las mientes. Y en eso, al remover las macetas.
-No me diga más...algo encontró -ya mostró interés Plinio y puso visaje de desenfado.
-Un escarabajo gordo como un ratón, y aun con más lustre. Un escarabajo raro.
-Un escarabajo de oro, sería -como viera que su compañero hacía algún dengue, abundó-: Nada, una cosa que leí en su momento que me recomendó el secretario del juzgado para entretener murrias cuando no había casos que investigar.
-Apareció entre las raíces de una palmera enmacetada que mi mujer sembró no hará menos de quince años. Al rular el tiesto allí estaba, como figurilla de belén pero pataleando la bestezuela. Mi mujer sacó por ello que las amarilleces de las palmas eran causa del escarabajo.

-Y lo era, ¿verdad?
-Como Cristo. Que fui mandado a lo de Purina, con el bicho liado con papeles. Allí me explicaron...
-¿Quién, Eulogio? No lo veo yo sabiendo de animalejos raros. ¡Si no distingue un camacho de un verderón!
-No, Manuel. Había allí un comercial que tuvo curiosidad y vio el deslío. Nada más le echó ojo, lo bautizó: picudo rojo o morrudo rojo. Ha venido de ahí de esos países de los moros...
-Que se está alargando demasiado, Rafael. Ahórreme lo de los moros y su nación -nunca tuvo paciencias demás Plinio, y ahora protestaba excitado por el interés.
-Pues resulta que la plaga ha venido por traer palmeras ya crecidas de esas Áfricas. Parece que en algunos pueblos han acabado con toda palma. Tanto daño tienen que nos dijo el muchacho que se ha prohibido la importación de plantas de esos países.
-Ate cabos, Rafael. ¿Y?
-Que tras el bardal del patio, está la casa del cuñado del...
-Del obispo de Sevilla. ¡Yo qué sé!
-Del alcalde. ¿Y este cuñado se dedica a...?
-A los viveros -esta vez saltó como resorte de reloj el policía municipal jubilado.
-Y le trabaja al Ayuntamiento. Se han puesto palmeras en el paseo, en la piscina, en la carretera nueva, en la rotonda...
-Hasta en el calvario, que las he visto. Y seguro que de donde vengan son más baratas que las de Elche.
-Equilicuatre, que dice usted, o como se diga -confirmó entusiasmado Wízner-. Se dieron cuenta de que las primeras que pusieron amarilleaban y dieron con el morrudo-picudo rojo. Así que a cambiarlas antes de que esta cuca se pasease por la calle Mayor.
-Y antes de que se barruntase que el cuñado y el alcalde habían trincado. Claro que las nuevas plantas las habrán sacado de las costillas de todos los santacruceños.

-Le faltó tiempo a Eulogio para darle al pico con el picudo. Ya me ha vendido no sé qué mezclote con azufre y polvo para los bichos de las papas...

-¿Y usted? ¿Qué ha pintado en esto además de encontrar un escarabajo malencarado? -quiso concretar Plinio.
-Vinieron los civiles a preguntar a casa; sabida la noticia era importante, me dijeron, encontrar el origen de este levantamiento de manta.
-Sigo sin entender, Rafael, ese fervor ciudadano por el hallazgo de la bestia. La conciencia civil nunca ha sido mucha aquí ni en mi pueblo, ni en toda La Mancha. Muchos años de losa y silencio.

-Que no, no ha penetrado usted en el meollo, Manuel: la envidia, la venganza, la revancha... La mitad del pueblo tiene un candidato y la otra mitad, el suyo propio. La familia más larga es la que acaba ganando. Le tenían gana a este alcalde jardinero.
-Y le han puesto el morro rojo...

Entretanto, unas bocas infantiles, intensamente carmesíes, hinflaban sus carrillos soplando desde fuera en el vidrio del ventanal, al tiempo  no menos de seis finos brazos lo aporreaban empuñando  pringosas manzanas de caramelo.














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