miércoles, 19 de abril de 2017

LA NAVAJA DE GERALD DURRELL- GERALD DURRELL'S KNIFE




NAVAJA DE PROPAGANDA DE LA CASA IHER PARA ALIANZA EDITORIAL







¿Conoces a Gerald Durrell? - a Hefesto-. Es muy divertido, y si te gustan los animales... - aconsejaba Pedro Casamayor, el del cabello crespo. Fueron aquellos veranos todos tórridos en la calle Académico Maravall o del cuartel, junto a las casas baratas o del sindicato.

Para matar los aburrimientos, cuando ya no se era niño y las inquietudes ardían en aquellos patios. La sed de espíritu que acució a los viajeros, aquellas que se tenían por ver a Burt Lancaster zahiriendo de amores en las Marquesas, no se contenían, se entretenían. La lectura. Tanto se ha hablado -menos de lo que se ha escrito- de ella que no se abundará en la psique del homo lector, en sus temores de hombre inactivo o melancólico. La lectura sí que ordenaba, si no el cuerpo, sí la persona que se había de acomodar en tiempos y lugares para aquel emprendimiento de blandura indecible. Cuándo leer, cuándo untarse de aceite y acudir a la palestra, cuándo coger el bolígrafo para empercudir con infraversos los papeles amarillos... En estas y en otras se domaba uno en una expectación  continua.

Se leía  bajo los chopos aéreos de hojas y ojos múltiples que temblaban al menor soplo. Los áfidos dejaban caer de ellos una llovizna  de savia constante. Se desplegaba la playera a su sombra. Desfiló Sinuhé, tras la recomendación de Óscar Benavent, de la familia de los obispos de Cuatretonda, entre sombras columnares. Y se refrescó la lengua con las brisas cortantes de la versta en la parcela de Mijail Sholojov, junto  al Don, y se escucharon en sus autores los esparcidos acentos del español, reticentes y amortiguados por espigadas grafías.

Fuera prestado el primero: Mi familia y otros animales. ¿A que tenía razón? -se cargaba Pedro de razones, y sonreía. Y no sabía cuánta. Mucho se había  andado por esos laeros de Almería, por huertas y torrenteras, por los márgenes de las mimbreras, por las alamedillas de Bayarque, por los maizales, por las chumberas, por las alcaparreras, por el pinar noble del cortijo del Tío Antoñón, por el abandonamiento de los campos de Játiva, por las moraledas, por los riscos, por los collados, por los marjales, por los mogotes y las mesas, por los recuestos y las ramblas. En todas partes se inquietó a las criaturas que medraran. Alcaudones, gorriones, chamarices, colorines, escribanos, camachuelos, torcaces, bravías, lagartijas, culebras de escalera, culebrillas de agua con collar, ratones, y hasta un musgaño. Y un tejón, y una comadreja, y zorros, y escarabajos gordezuelos como bolas del mundo, y la coleoptería toda, y gusarapos... Y no se nombrarán los del corral, de la  pocilga, la majada o la jaula, del gallinero, de las conejeras.

Y las que no se vieran, se soñaran. Pedro no lo sabía ni lo supo. Aun de aquella mínima chopera se sacaron hasta tres pollos de mochuelo... Antes de abrirlo, aquella portada en la que un bote de cristal era el reptiliario reducido de una rana de cuerda nos electrizó. Aparecieron fulgores de cicindela, visajes de cielos de verano atemperados por un mar fresco de cristal, bullicio de insectos voladores y frenéticos, olores de fruta y aceite, de rosas fragantes en enramadas, pesos de exuberantes ganchones de uva en emparrados. Todo se sublimaba con aquel libro prestado abierto.

Con unas pesetas, no muchas, se acudió a preguntar por aquellas obras de Durrell  a la librería Sicluna de Játiva. Se giraba el presentoir, con la incontenida emoción del hallazgo incierto. Se acapararon los títulos que se pudo, uno tras otro, midiendo esfuerzos. Aquellos veranos bochornosos tuvieron prolongación en otros que vinieron, y siempre uno de Durrell en Alianza Editorial para solazamiento y señalización de uno propio.







NAVAJA IHER 
Fue comprada en el puesto del rastro de la Mari, en Madrid.  Esta se escapó de  tiranía venal, se pagó lo que valía, y aún menos, que estas no están cotizadas. Interesó por la propaganda que luce, de Alianza Editorial. Cuesta imaginar que tan letrada empresa obsequiara con estos navajuelas y cortaplumas. ¡Una bárbara navaja mínima, pero navaja!









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