jueves, 5 de diciembre de 2024

TÍJOLA Y BAYARQUE EN UNA NOVELA

EL SILENO DORMIDO.



 

 


Mi amigo desde que hicimos la amistad  ha estado subido en el poyo de unas trébedes. Me oía a mí mientras pensaba, con un pie en Levante y otro en Andalucía. Sin batahola, a sorbos callados y mirada intensa. "Te escucho, Antonio; continúa".

Siempre lo he puesto en duda pero era verdad que se quedaba con el cuento y era mentira que estuviera conmigo. Lo mismo que ahora. En su novelita jura que  él no sale pero a mí, insiste, sí me ha puesto, de refilón, como excusa. Poco a poco lo voy entendiendo -a él, a su novela ya veremos-. Una novela negra a pleno sol. Un género que él secuestra y cercena en sus límites. "Como desnucar a un conejo. Vas al descubierto y coges uno joven. A la cacerola con aceite, de merienda. Al acabar, abres el libro después de limpiarte las manos y lees. Palabras gustosas. Así me entiendo".

Yo no. Pero sí. Él, el escritor, mi amigo, pisa pero va levitando. Transita, atraviesa y llega pero no se ha movido. Parece que está pero no se manifiesta. Vive pero sueña. ¿Con qué? "Un homenaje. A mi nación. Quien me dio los ojos y la boca. A quien me enseñó a nombrar lo que deseo. Ellos apuntan y yo paso el bolígrafo. Si me dicen que mire, yo me asomo. Y todo lo que veo por el ventano y las lomas es verdad estricta. Están a mi lado mientras escribo. Lo juro". 

De Almería es. Como yo tampoco soy de aquí, coincidimos. Yo lo comprendo ahora mejor que nunca después de haber hablado de lo que fuimos. Un espantapájaros fronterizo. De aquí y de allá. Donde va, nunca se acomoda. Y vuelve con insistencia a ahormar su patria por si a ella se acoge. Tíjola y Bayarque, o al revés.

Yo la he visto sin ir. La leeré por él. Lo que se cuente en la novela son sus calles, sus cuestas, la torre, el depósito de agua, las ermitas, los ruidos y los árboles en los que él pone una pintura flamenca de pájaros. Aunque más me lo figuro recortándolos de un bodegón de Zurbarán naturalizados sobre unos olmillos secos.  Si él nombra un callejón es porque lo atravesó en su pueblo de Almería, si vuelan en sus cuencas los vencejos son en sus pestañas mientras se encandilaba en el tranco de una calleja. 

"No he retratado a mis paisanos. Algún gesto, sí. Pero los he torcido para que haya arte. Los bayarquinos y tijoleños son mejores que yo. Yo soy de quien haya que apartarse". 

No sé entonces por qué saca a Santa Cruz de Mudela en La Mancha. "En Almería al niño se le daba una faca para que aprendiera a ser cabal y no un estuche malo. Yo tuve una en la mano que afilaba en una piedra de majar esparto antes de ir a las escuelas". 

"Entonces -le pregunto- ¿hay argumento o es todo una fotografía del día de mercado cuando ibas en vacaciones a pasar el agosto?". Tarda en contestarme y nombra a los novelistas denostados, en especial a Azorín, a Miró. Me he reído, la verdad. Él no se ha defendido de mi descreimiento cuando podría haberlo hecho pues no conozco a ninguno de los dos ni a otros que ha traído. Sabrá que lo suyo son ínfulas de profesor de secundaria al que no le llega el talento salvo para hacer listados de autores muertos. No le he comentado que he espigado algún párrafo, como quien mete el pie en el agua por si está en exceso fría. Los ha pulido. No me parece mala la intención. La intención de que saque en una novela su pequeña patria.



















lunes, 2 de diciembre de 2024

RAFAEL WÍZNER CUCHILLERO, PERSONAJE DE NOVELA

 EL SILENO DORMIDO y RAFAEL WÍZNER 


Cómo conoció mi compañero de navajas a Rafael Wízner es fácil de referir. Por mí. Nunca lo ha visto en persona. Yo se lo he traído muchas veces, menos en lo físico que en el carácter. El retrato lo habrá hecho él. He leído por encima al azar algún trozo, unos intercambios en los que participa. No lo he querido desengañar; Rafael es más listo que el personaje. No sé si el escritor habrá pintado su  habilidad y aplicación. 

¿Por qué lo habrá elegido? Me lo ha explicado. Viene a ser el Watson de Santa Muela, contrapunto del maniático José Vizcaíno, figura protagonista pero quizá no principal según lo juzga quien lo ha creado.

Yo le he dicho, para justificar la desgana de navajas que me abate desde hace un tiempo, que las navajas, las piezas que quisiera tener, las que imaginaba cuando no sabía que una hipótesis se puede despejar, ya las poseo. Son filosóficas ideas que se concretaron por Wízner.

Por estas ideaciones el escritor hizo de un cuchillero y un filósofo su Watson and Holmes. Dice que yo no había tenido de verdad una navaja hasta que vio las que Rafael me había fabricado con la serie de toreros. Mudo se quedó. "Esta vale mucho" se le escapaba cuando cogió la de Pulguita. Desde entonces he desistido de mostrárselas todas pues me ha quedado duda de si pensará que las muestro para provocarle recelo. No. Un coleccionista debe compartir lo que tiene porque más vale luz que su falta y los ojos que pone al verlas y la consideración que me tiene me han sustentado la afición antes de que esta se extinga.

No sé si Rafael tomara gusto en leerse y quedarse conforme con lo que se le cuelga. Me ha jurado que nada de él ha puesto en sucio y todos sus perfiles están sujetados en el contento que yo he tenido siempre de él y en lo pulidas que son sus piezas. Que así sea y si no, yo quemaré todos los libros de este sileno y de todos.

Le ha faltado a mi amistad listeza para poner al cuchillero como espada y tapar algo más al otro filósofo. Otro, que Rafael Wízner lo es tanto como el Pitágoras o el Arquímedes, con dos puntos  o tres de Gracián.



















NOVELA SOBRE LA CUCHILLERÍA DE SANTA CRUZ MUDELA. EL SILENO DORMIDO




 Nunca ha parecido que mi amigo me escuchara ni aun que me oyera. Desde muchachos he ido hablando yo y desatendiendo él. La navaja. Las ha recibido de mí alguna y otras más, tampoco tantas, se ha comprado él por aquello de acompañarme en la afición desaforada. Alguna vez se vino a donde estuvieran, en el rastro, por las calles del barrio chino, a la tienda del cazador y pescador, al chamizo del feriante. 

Dejó de asentir cuando nos separamos para emprender los trabajos de nuestras vidas lejos cada uno del otro aunque cada vez que nos hemos sentado, ha habido filos que se abrían.

-¿Tú sabes quién fue el padre de Diderot?

-Apenas sé quién es Diderot. El de los diccionarios, ¿no? -le respondía.

No pensaba nunca en que él, también Antonio como yo, pudiese conocer una raya más que el que las colecciona desde que recibió la especie sagrada allá en el siglo de la mula y el colador.

-Fue cuchillero. En Langres.

El jodido sabe francés y pronuncia bien los nombres.

-Langres, o sea, el langres es un modelo de navaja francesa que aún se usa para capar gansos y arañar las trufas -me inventé por no quedar nunca debajo.


En realidad, me hubiera gustado hacer algún viaje con él a donde languidecen las navajas, a Santa Cruz de Mudela, a Albacete, a Alcaraz cuando vivía Adolfo, aux Petits Champs  Élysées... Porque creo que siempre me escuchó. Se le quedaron los nombres y sus virtudes de los cuchilleros del pueblo manchego y es capaz de retener los linajes que a mí se me olvidan. Sí, siempre me escuchó.

De Rafael Wízner se quedó con todo aunque él no lo viera nunca. Pero de eso se hablará después. Creo que cuando la profesión en la que se ocupa mi amigo lo abandonó él no quiso perderse y empezó a escribir. Nunca dijo que fuera a tirarse el moco con un novela. "Cuando me jubile, entonces aprenderé a pintar. Y pasaré a limpio unas docenas de poemillas".

Ha debido desengañarse del todo en su oficio pues vino el otro día con el cuento de que le revisara yo una novela. ¡Una novela! 

-Subráyame los aciertos, solo.

Me advirtió de que no podría ser leída por nadie.

-Tú tampoco la leerás. Es para lectores sin prisa que estén dispuestos a tropezar. Como un libro de fotografía sin imágenes. 

-Resúmeme el argumento -le pedí.

-Una trampa. Los argumentos solo valen cuando no hay historia.

Quería que yo viera si cuando trasciende el asunto de la cuchillería es acertado o hay errores de bulto. Me señaló los pasajes en un borrador y yo no supe qué enmendarle. Se fue contrariado, como si yo no quisiese hacerle el favor.

-Me has engañado. Tú dices las cosas algo mejor que yo, con más memoria.

No lo convencí de que era verdad. 

-He metido una descripción, la mejor del libro, en la que pinto una de tus navajas que te fabricó Rafael Wízner.

No consintió en leérmela y ni siquiera me orientó para buscarla.

-Cuando me compres el libro la buscas si es que acaso te das cuenta de que lo estés leyendo. Sutil como un filo.

Ahora que me dispongo a leerla. Ahora vale por esta noche o el sábado o en Navidad. Pero sé que la tendré que leer. Se lo debo.

Han sido muchas horas aguantando historias y efusiones que se ha vengado como hubiera de esperarse, a navaja.

Me quedan muchas palabras. Él las colecciona fuera del diccionario.




-Que cojas el granete y metas allá donde cupiese, un golpe. Para que se ajuste lo que digo a lo que se pueda esperar. Sin chorreos.

Callé. ¿Qué demonios era un "granete"? Se lo referiría yo pero la herramienta la distraje y se me perdió. Tuve que espantarlo para que no incidiese en  esas precisiones que yo desprecio porque no sé llevarlas o lucirlas. Pero él se ve que sí.

-¿Y  tú cuándo has estado en Santa Cruz de Mudela? 

Calló de momento pero luego se vino a mí y se detuvo justo antes de atropellarme, para no fallar la acometida. "Cuando bajo a Andalucía me desvío. Este año, no. Pero sí el otro. Eché el día. Una plaza de toros que tienen...". Me salvó la plaza. Pero no hizo caso de los cuatro brochazos que le di para quedar como sabedor de todo lo de este pueblo. Insistió luego en que los casones de un poblachón manchego él los tenía vistos de Andalucía la Alta. "No es distinta la luz, ni el vacío azul de los cielos, ni quema menos el sol. Hay hombres reconcentrados como yo soy y de los otros, cachondos y morondos. Igual. Lo mismo vuelan los vencejos y se cuecen en las tejas". 

-Pero no es lo mismo una chorrera que una manta de tocino. 

-Te darás cuenta. Verás en este pueblo fantástico otros.

-Santa Cruz.

-Y más.

-El tuyo.

-He querido que sea un modelo, diferente pero comparable a  distintos lugares, manchegos o no. Si lo he hecho bien, habrá quien vea en él el suyo. Un pueblo manchego claro, despejado, abstracto y real.

-Santa Cruz de Mudela está en él.

-¿Por dónde puede sino  ir tu Rafael Wízner?



ARGUMENTO
A José Vizcaíno, profesor en excedencia, los vecinos del pueblo manchego de Santa Muela de la Cruz lo tienen por huraño y pedantón. A librarse de esta consideración general no ayuda ni su dedicación constante a ordenar los papeles de su gabinete con los que se construye la memoria ni su lenguaje rancio y relamido. Solo recobra el pulso de la vida al aparecer unas monedas pegadas en la puerta de algunas casas en las que ve un mensaje cifrado. Cuando un convecino, Emilio el Benigno, es encontrado con unas extrañas heridas su amigo Antonio Herreros, jefe del Equipo de la policía judicial, le pide ayuda. Vizcaíno, sin embargo, por mucho que se le desengañe, no deja de considerar el mensaje enigmático de las monedas mientras ayuda con indolencia a que una pieza arqueológica extraordinaria sea recobrada. Para recuperar su memoria y reestablecer con sus pesquisas el orden pacífico del pueblo piensa en la necesidad de que una asistenta lo ayude en las tareas de la casa. Sus conocidos, amoscados, no creen en la honestidad de los propósitos del célibe solterón.

El autor alza un escenario realista aunque inventado, el pueblo de Santa Muela de la Cruz, donde el sol castiga inclemente a las personas que se atreven a deambular antes de guarecerse precipitadas en un bar o en una tienda. Asomarán para contender con el protagonista misántropo el juicioso Rafael Wízner, artesano de la navaja; el paciente y meticuloso cabo Herreros; la airada tendera Llanos y Remedios, la panadera melindrosa; el cultísimo y socarrón Luis, amo del casino; el farandulero Abogado y su mujer Carmen; el faccioso Ruiz Torres junto al omnímodo y fantasmal Heliodoro; la ebonizada y celeste Daniela con la criselefantina Lucrecia Grossu… y toda una caterva de personajes bullentes que conformarán un coro impagable en una obra que bandea los límites del género policial.














EL SILENO DORMIDO PARA EBOOK Y TAPA BLANDA

jueves, 8 de febrero de 2024

MON PREMIER COUTEAU: COUTEAU POUR FEMME, COUTEAU POUR ENFANT.

 Mon premier couteau est le dernier

On pourrait se croire un homme, aimer une femme, être un ignorant ou tout à la fois. 

Cet homme, comme un saint Christophe, porte sur lui un enfant. Alors, comme un enfant, l’homme suffisant peut parler:


Je l’ai déjà dit quand j’ai montré une panoplie de couteaux pour enfant : celui-ci ne l’est pas. Il a appartenu à une femme de la noblesse (j’aime imaginer une fille qui jouait à être une dame de la société) ou à une bourgeoise mûre. La femme d’un girondin?

On pourrait imaginer la femme devant le miroir éclairé par de petites torches; elle se compose sur le visage d’une peinture mondaine.

Avant de regarder à nouveau par la serrure la scène intime, nous irons à l’ordre prosaïque des jours.


Et voilà qu’un jour, il y a presque un an j’ai vu sur internet un petit couteau (“BEAU COUTEAU, PEUT ÊTRE DU XIX SIÈCLE”),  et le même a été vu en direct à la grande ville. Gros Prix, petit objet. Je ne l’achetai pas. Les mois sont passés et, voilà, le couteau est à la maison (le vendeur restai satisfait de son éloquence personnelle).

Nous sommes retournés au palais de la ville provinciale. Regardons sur la console le petit couteau avant que la main blanche ne cache la nuit.

L’interet était pour le contrast entre le manche et la pointe pour enfants.

Voyons la nuit sûr les côtes. La nuit précédant l'illumination. Et le étoiles, toujours en multiciplicité, sont une armée spirituelle en luttant contre les ténèbres (on peut les voir aux voutes, aux coupoles).

L'étoile de Bethléem, sans aller plus loin, est l'objet d'un univers en expansion (peut-être seulement pour les enfants en attente de cadeaux).

La flèche est l'arme d'Apollon et de Diane, un rayon de soleil qui donne le pouvoir suprême (parmi ces enfants, construire le meilleur arc était la primauté de l’individu, et il n'y avait pas de discussion possible).

La faible longueur de la lame d'un couteau  représente analogiquement la primarité de l'esprit du propietaire; à l'inverse, l'épée représente la hauteur spirituelle (cependant, nous avons utilisé notre couteau pour enlever l'écorce des branches pour faire des épées –avec les quelles nous donnions des coups de canne aux méchants innobles).



























L’homme amoureux, l’ignare vient de parler.

Corne noire, et maillechort (?), lame carbone.


jueves, 12 de agosto de 2021

LA SOMBRA DE LOS GIGANTES: MANUEL RODRÍGUEZ REY, DE LA ALMEDINILLA DE CÓRDOBA.



Al extremo de la galería en aquellas casas de corredores se lo podría ver como yo ahora lo contemplara. Leyera en su mecedora de raftán Manuel Rodríguez Rey junto al alféizar abrillantado.  Pareciera que no oye sino réplicas cruzadas en su novela de  Marcial Lafuente Estefanía.



Se le vio atravesar tantas veces el patio con su sombra de tallo que se le desmadejaba. Excedía en su humanidad el señor Manolo. Se bajaba de la motocicleta descabalgando y subía la cuesta con la parsimonia estelar de un figurón de wéstern. Había recorrido con su compañero la provincia desde el puerto al llano, de La Castilla a la Ribera. 

 Subía las escaleras con las botas altas despojándose del casco que le ahormaba el cabello repeinado hacia atrás, como lucieran los que vestían saharianas en cinemascope. Cerré yo uno de Salgari tras la ventana para verlos entrar después de haberse ido en el agosto y regresar en invierno, con escarchas en el cuero del chaquetón. No pocas veces me lo he encontrado en las fotografías que afloran en los rastros, con gafas de pionero y el cansancio adornándole el triunfo de una travesía inaugurada.





Nos invitaba en la Murta el señor Manolo cada uno de enero por su onomástica. Era la primera lección del año. Luego habrían de venir innúmeras de las que el óvalo de Goya fue testigo múltiple adherido a su damajuana.


Se le vio recomponer una guitarra, cepillar una cuna, enderezar un Gordini, quitarle la gripe a una Sanglas... Fue maravilla ver cómo avivaba el fuego y lo mataba debajo de una paella. Las suyas excedían a todas las que se probaron. Sabía retener el valor de lo que se iba y juntó monedas, y lafaucheux en panoplias con sus perrillos. 

En su solar cordobés de la Alminilla puja el olivar sobre las retículas de los fundos romanos. Y de él se oían palabras terruñeras medidas, dichas con la dignidad de un andaluz reconcentrado. 

Se difuminaba el señor Manolo al final de la galería, sin palabras, como jinete pálido. Decía menos de lo que mostraba. Nos tomaba y conducía al cine a aprovechar la tarde. Bailar sobre la cubierta de un submarino ocasionaba flojera en el afán de cualquier hazaña. Y apuntaba luego al atrabiliario tío Ethan por encima de sus gafas. 

 

Más allá del  molino de aceite se cuelgan las viñas en los alcores. "Allí no se nombra almazara, Antonio". Cuántas veces no me invitara, que me tuvo ahijado en todas las celebraciones. Con lo mejor de su alacena me regalaba. De una clepsydra o tonel chico ponía  chispas de amontillado en vasillos chatos. Sin enfriarlo, con pausa. Y nos daba el tempero y nos aquietaba.





 




Navajas de camarero con publicidad de vinos de Montilla

Yo de él supe conducirme en una mesa donde a cada cual  se le acaba conociendo. Me ilustró cómo se atan los afectos estrictos entre los que son de la casa. Proverbial era en sus respuestas que reventaban la grisura de vida corta en un muchacho. 

 El Cazador, el catálogo de De Laurentiis y algún equívoco de terciopelo entre el Avenida y la Terraza Alameda. A todas nos  convidó, a su hijo y a mí, sin diferencias en esto. 

 



Yo debiera decirle con pocas palabras, ahora que lo tengo ahí, de espaldas, absorto en sus novelas lo que no se dijera. 

"Gracias por las convidadas sin cuento, por ahijarme, por darme lo mejor de su casa, por enseñarme con silencios. Debiera haberlo correspondido pero no fuera posible llegar a tanto según lo que usted me dio, ni supe". 

No fuera menester farfullarle demasiado, y no lo iba a hacer.

-Te he sentido por el claqué de las losas, Herre... ¿Cómo anda tu padre? 

-Soy alguien, señor Manolo, por usted que...

Me ataja y carraspea. -Creo que se ha referido a mí como un gachón blando-. Su claridad de godo viejo pervivirá, también, en los ojos  y en la perspicacia  de sus nietos que tañen cuerdas cuánticas. 





 
Couteaux sommelier