jueves, 8 de febrero de 2024

MON PREMIER COUTEAU: COUTEAU POUR FEMME, COUTEAU POUR ENFANT.

 Mon premier couteau est le dernier

On pourrait se croire un homme, aimer une femme, être un ignorant ou tout à la fois. 

Cet homme, comme un saint Christophe, porte sur lui un enfant. Alors, comme un enfant, l’homme suffisant peut parler:


Je l’ai déjà dit quand j’ai montré une panoplie de couteaux pour enfant : celui-ci ne l’est pas. Il a appartenu à une femme de la noblesse (j’aime imaginer une fille qui jouait à être une dame de la société) ou à une bourgeoise mûre. La femme d’un girondin?

On pourrait imaginer la femme devant le miroir éclairé par de petites torches; elle se compose sur le visage d’une peinture mondaine.

Avant de regarder à nouveau par la serrure la scène intime, nous irons à l’ordre prosaïque des jours.


Et voilà qu’un jour, il y a presque un an j’ai vu sur internet un petit couteau (“BEAU COUTEAU, PEUT ÊTRE DU XIX SIÈCLE”),  et le même a été vu en direct à la grande ville. Gros Prix, petit objet. Je ne l’achetai pas. Les mois sont passés et, voilà, le couteau est à la maison (le vendeur restai satisfait de son éloquence personnelle).

Nous sommes retournés au palais de la ville provinciale. Regardons sur la console le petit couteau avant que la main blanche ne cache la nuit.

L’interet était pour le contrast entre le manche et la pointe pour enfants.

Voyons la nuit sûr les côtes. La nuit précédant l'illumination. Et le étoiles, toujours en multiciplicité, sont une armée spirituelle en luttant contre les ténèbres (on peut les voir aux voutes, aux coupoles).

L'étoile de Bethléem, sans aller plus loin, est l'objet d'un univers en expansion (peut-être seulement pour les enfants en attente de cadeaux).

La flèche est l'arme d'Apollon et de Diane, un rayon de soleil qui donne le pouvoir suprême (parmi ces enfants, construire le meilleur arc était la primauté de l’individu, et il n'y avait pas de discussion possible).

La faible longueur de la lame d'un couteau  représente analogiquement la primarité de l'esprit du propietaire; à l'inverse, l'épée représente la hauteur spirituelle (cependant, nous avons utilisé notre couteau pour enlever l'écorce des branches pour faire des épées –avec les quelles nous donnions des coups de canne aux méchants innobles).



























L’homme amoureux, l’ignare vient de parler.

Corne noire, et maillechort (?), lame carbone.


jueves, 12 de agosto de 2021

LA SOMBRA DE LOS GIGANTES: MANUEL RODRÍGUEZ REY, DE LA ALMEDINILLA DE CÓRDOBA.



Al extremo de la galería en aquellas casas de corredores se lo podría ver como yo ahora lo contemplara. Leyera en su mecedora de raftán Manuel Rodríguez Rey junto al alféizar abrillantado.  Pareciera que no oye sino réplicas cruzadas en su novela de  Marcial Lafuente Estefanía.



Se le vio atravesar tantas veces el patio con su sombra de tallo que se le desmadejaba. Excedía en su humanidad el señor Manolo. Se bajaba de la motocicleta descabalgando y subía la cuesta con la parsimonia estelar de un figurón de wéstern. Había recorrido con su compañero la provincia desde el puerto al llano, de La Castilla a la Ribera. 

 Subía las escaleras con las botas altas despojándose del casco que le ahormaba el cabello repeinado hacia atrás, como lucieran los que vestían saharianas en cinemascope. Cerré yo uno de Salgari tras la ventana para verlos entrar después de haberse ido en el agosto y regresar en invierno, con escarchas en el cuero del chaquetón. No pocas veces me lo he encontrado en las fotografías que afloran en los rastros, con gafas de pionero y el cansancio adornándole el triunfo de una travesía inaugurada.





Nos invitaba en la Murta el señor Manolo cada uno de enero por su onomástica. Era la primera lección del año. Luego habrían de venir innúmeras de las que el óvalo de Goya fue testigo múltiple adherido a su damajuana.


Se le vio recomponer una guitarra, cepillar una cuna, enderezar un Gordini, quitarle la gripe a una Sanglas... Fue maravilla ver cómo avivaba el fuego y lo mataba debajo de una paella. Las suyas excedían a todas las que se probaron. Sabía retener el valor de lo que se iba y juntó monedas, y lafaucheux en panoplias con sus perrillos. 

En su solar cordobés de la Alminilla puja el olivar sobre las retículas de los fundos romanos. Y de él se oían palabras terruñeras medidas, dichas con la dignidad de un andaluz reconcentrado. 

Se difuminaba el señor Manolo al final de la galería, sin palabras, como jinete pálido. Decía menos de lo que mostraba. Nos tomaba y conducía al cine a aprovechar la tarde. Bailar sobre la cubierta de un submarino ocasionaba flojera en el afán de cualquier hazaña. Y apuntaba luego al atrabiliario tío Ethan por encima de sus gafas. 

 

Más allá del  molino de aceite se cuelgan las viñas en los alcores. "Allí no se nombra almazara, Antonio". Cuántas veces no me invitara, que me tuvo ahijado en todas las celebraciones. Con lo mejor de su alacena me regalaba. De una clepsydra o tonel chico ponía  chispas de amontillado en vasillos chatos. Sin enfriarlo, con pausa. Y nos daba el tempero y nos aquietaba.





 




Navajas de camarero con publicidad de vinos de Montilla

Yo de él supe conducirme en una mesa donde a cada cual  se le acaba conociendo. Me ilustró cómo se atan los afectos estrictos entre los que son de la casa. Proverbial era en sus respuestas que reventaban la grisura de vida corta en un muchacho. 

 El Cazador, el catálogo de De Laurentiis y algún equívoco de terciopelo entre el Avenida y la Terraza Alameda. A todas nos  convidó, a su hijo y a mí, sin diferencias en esto. 

 



Yo debiera decirle con pocas palabras, ahora que lo tengo ahí, de espaldas, absorto en sus novelas lo que no se dijera. 

"Gracias por las convidadas sin cuento, por ahijarme, por darme lo mejor de su casa, por enseñarme con silencios. Debiera haberlo correspondido pero no fuera posible llegar a tanto según lo que usted me dio, ni supe". 

No fuera menester farfullarle demasiado, y no lo iba a hacer.

-Te he sentido por el claqué de las losas, Herre... ¿Cómo anda tu padre? 

-Soy alguien, señor Manolo, por usted que...

Me ataja y carraspea. -Creo que se ha referido a mí como un gachón blando-. Su claridad de godo viejo pervivirá, también, en los ojos  y en la perspicacia  de sus nietos que tañen cuerdas cuánticas. 





 
Couteaux sommelier


 





jueves, 25 de febrero de 2021

RAFAEL WÍZNER Y LA NAVAJA DE SPIDERMAN

NAVAJA MACHETE DE RAFAEL WÍZNER RUIZ









La tristeza de la fiesta que se termina se agitaba en las atormentadas hojas de los plátanos de la carretera. Como solía, habían caído unas gotas que refrescaban apenas el bochorno de los días de la feria septembrina. Corría un ventorrillo caprichoso que arremolinaba los cartones de los juguetes feriados, los vasos y el ajuar pobre caídos todos en el suelo sucio de los chiringuitos.
-Vamos a lo de Natalio y nos convidamos con un limón, ¿no te parece?
Y sí le pareció a José Vizcaíno, profesor de filosofía y diletante de ventaja en lo de remover sucesos y cernir delitos.
-¿Se conoce ya algo más de lo de la arquilla? Ya sabes, Rafael, que vengo de estar unos días allá en las sierras de los...
-... de los Fiambres -y abrió labios mientras apretaba dientes el cuchillero.
-¡Fi, Fi, la, la, bres! -y engurruñó la boca desorbitando ojos mientras aguardaba la risa bullente tras el capote tendido.

Habían robado una arqueta medieval de la casa abacial del cura párraco. Datada de antes del siglo XV, había sido esmaltada, y la zoomorfa decoración de grifos conservaba pedrería rica. Al parecer,  a algún curioso apañado le había parecido buena base para adosarle un mecanismo de secreto. Contaba con una llave gótica reproducida, que giraba, movía herrajes, pero no abría.
-Lo que se sabe ya se te lo dije esta mañana cuando me llamaste. El cura de la Concepción la iba a llevar a la capital pues el obispado había aceptado la petición del patronato de no sé qué museo para que la estudiasen. Hasta radiografías le iban a hacer, o la iban a poner en no sé qué pantalla para verle las tripas.
-¿Y qué hacía en el dormitorio del párroco? –preguntó cavilando Vizcaíno-. ¿No había sitio mejor?
-La han tenido siempre en la sacristía, y solo las beatas y el sacristán sabían de ella. Ahora ya se conoce, que ha salido en televisión.

En el quiosco de la plaza de los Reyes Católicos, Natalio limpiaba las cámaras con aire desmayado. Llevaba el mandilillo roñoso de las horas que había echado allí desde que el jueves pasado el alcalde leyera un pregón que daría vergüenza al párvulo más torpe.

-¿De menta? Queremos de limón…
Y es que el heladero ponía chambi de las cuajaderas menos solicitadas, según el cliente fuera de respeto o no.

Con el paladar seco y el ansia despierta, tomaron los pasos para el casino.
-¿Y qué dice el sacristán? Porque es el que está al tanto de las llaves y sabe la distribución de las distintas cámaras, pasillos, capillas, escaleras…
-Nada, José; ese está pergamino –rio Wízner-. Es de algunas quintas antes que yo. Pero si lo debes conocer. Es de los Luceros.
-Yo qué sé –bostezó Vizcaíno-.
-Llevas aquí más tiempo que los bancos del paseo y no te enteras… ¿Tu has visto las fotografías que tienen en la sala de arriba del casino, donde se jugaba a las cartas antes?
-Ni sé que hay allí una sala.
-Pues es una de las más curiosas; se ven a los hermanos Yélamos encima de la torre de la iglesia, agarrados a una cruz de hierro que, por cierto, de resultas de una tormenta se cayó.
-¿Qué? ¿Pero qué demontre hacían?
-En esa familia se ve que no conocen el miedo a lo alto, no saben de vértigos. Cuando había que colocar teja u obrar algo en cualquier iglesia pues los llamaban. Limpiaban las ventanas también esas de los santos.
-Vidrieras, Rafael.
-Sí… ya estamos con las precisiones.
Se enfadaba en simulación Wízner amoscando al profesor.
-Pues sí, hasta desde Sevilla los llamaban, a los hermanos, a los hijos, entre ellos al Lucero sacristán, y hasta algún nieto ya se subía sin alpargatas a esos riscos del río.

Condujo Wízner al profesor José Vízcaíno a la sala superior del casino y ante la foto enmudecieron hasta que aquel continuó con las razones.
-¿Ves? –y señalaba alternativamente a no menos de ocho fotografías enmarcadas a lo barato, todas de los Luceros- ¿ves?, no tendría más de veintipocos años, era un junco con los brazos de acero. Si te das cuenta, esas cuerdas son de pleita. ¡Y anda que tomaban precauciones! Boina, alpargates de esparto y soga borriquera.
- ¿Tú crees – señalaba Vizcaíno ojiplático parando mientes en las distintas generaciones de los treparriscos- tú crees que el sacristán habrá subido al campanario?
-No puede, está gordo como una nutria. Se casó con la hija de Donato, la del horno, y no le han faltado los bollos…
-¿Los hermanos?
-Se marcharon ya hará casi sesenta años a Barcelona y solo vienen …
-… a las fiestas. ¿A que sí?
-Pero son mayores, no están para bizarrías… Los traen los hijos, ya sesentones.

Tras tomarse sendos granizados, el profesor se despidió del cuchillero y se fue al cuartel a hablar con el cabo de la judicial. Como se le hizo tarde, no llamó a Wízner sino que fue a encontrarlo por la mañana a la fragua tras no dar con él en los dos bares donde se desayunaban.
-Ya está, pero no todo.
-¿Cómo lo hicieron? Pues por la casa del cura no pudo ser, que da a la plaza y con las fiestas…
-Había una cuerda por la parte de la torre que da a los corralejos.
-Penumbrosa y solitaria. ¿Quién echó la cuerda? ¿El sacristán desde dentro?
-Sí y no. Nadie la echó desde el interior. Alguien subió y llegó hasta la alcoba del cura que, por cierto, estaba en el real convidándose.
-Pudo dejarle las llaves a otro, José.
-El cura ha declarado que con lo de la arquilla, le retiró las llaves al ama y al sacristán. El mismo cura ha sido quien le ha dado cuerda al reloj y ha subido personalmente a la torre para girar la mano del engranaje. Además, ¿quién crees que se convidaba con el cura?
-El Lucero gordo.
-Claro. El caso es que subieron a pulso por la pared de ladrillo; no han puesto clavos ni han hecho hornacinas para poner pies. A pulso.
-Como un superhéroe de las películas.
-¡No me jeringues!, ¿que tú también las ves? Sí, como el mismo Spiderman. Una vez arriba, y con la arqueta en el morral, ató un cabo y se dejó caer. Por qué dejó la cuerda atada, no lo sé…
-¿Has visto la cuerda?, que tú cuando tienes la cuerda de la curiosidad no te tienes.
-De escalada, profesional.
Calló Wízner esperando, como sabía, que su compaña se reconcentrase y alcanzase reflexión. Ocurría siempre, con más o menos dilación.
-Lo del robo está claro, pero el cabo no hará nada por el momento.
Volvió a ensimismarse y a callar. En espamos mentales se resolvía el profesor aquellas  ocasiones.
-Aparecerá. No la tiene el Relamido, a lo  que creo.
Era el Relamido receptor de mercancía robada y de antigüedades distraídas, célebre por su porte de sportmen y su epicureísmo acendrado en los estudios pardos de la universidad de la vida.

Como Vizcaíno no arrancara el magín a gusto del cuchillero, este se puso a moldear un muelle de navaja a estaje. En esas ocasiones se ponía el profesor mercurial por lo que Wízner le daba soga y suelta.


Ya de vuelta, fue a la sombrilla de una higuera tropical del paseo cuando, mientras callaban profesor y cuchillero a la espera de decidir rumbo, le sonó el móvil dichoso  a Vízcaíno.
-¿Sí? Dime Toni –le llamaba el cabo de la judicial.
-¿No me dijiste que me tendrías al tanto de lo que pescaras?
-Poca pesca, pero sí barruntos. Creo que el arca aparecerá mañana si es que no me equivoco.
-Pero ¿me acerco a lo del anticuario y le aprieto o qué?
-No estaría mal asegurarse de que no ha salido del pueblo.
-¿Y de esos escaladores del pueblo de los que te han informado? Del sacristán no hemos  averiguado nada, nada nos ha dicho. Se hace el gagá, José.
Sobre la socarronería del sacristán hablaron, pero no podían echarle el robo encima. Repetía lo mismo cada vez con variaciones en los detalles, y luego se disculpaba  por su desmemoria para la cual se tomaba pastillas. Ya el cabo le dijo si estas pastillas eran para evitarla o para provocarla.

Quedó el profesor con el cabo a las doce del día siguiente y colgó el teléfono.
-Ha sido Spiderman.
-No me vengas con sornas. Sí, ... o Superman.
-Que sí. No me muevo de que han sido los Luceros.
-No los de las fotos…
-Claro que no. Uno de los nietos de los de la foto.
-El Lucero sacristán no tiene hijos, José.
- Sí los que vienen de Barcelona.
-Devuelve lo embuchado…¿qué?
-Uno de ellos, o todos de consuno. Han querido ampliar los trofeos. Una fotografía más, puesta en…
-No en el casino. Eso es como decir que han sido ellos.
-Bueno, aun así, sería un triunfo. Imagina el titular; los Luceros protagonistas de un robo, falso pero noticioso. O en las redes sociales, todos los asnos se asoman a ese ventano.
-¿Y no se lo dices al cabo? La arqueta puede estar en peligro, se puede estropear con un golpe… ¿Vas a dejar que estos titiriteros tengan su función?
-Donde esté, está segura. Mañana, o esta noche aparecerá, antes de que se vayan los forasteros del pueblo. No es eso lo que me tiene curioso. Por cierto, en el asiento del arca hecho por el titular de la parroquia pone que tiene la llave una marca en forma de tridente...
-O de cuernos de demonio, podría ser... Yo la he visto.
-Dobles, cuernos dobles, Rafael; que están superpuestos parcialmente como los de la marca segoviana de güisqui que tiene usted trasconejada en el botellero del aparador.
Miró de soslayo al cuchillero, y dibujó una falsísima sonrisa de jóker en su cara.
-¿Quién pudo, Rafael, ponerle un mecanismo de secreto al arca? Dicen que fue un vecino de aquí.
-Nada he oído.
Fruncía los labios el cuchillero dibujándosele una estupenda uve invertida.
-Una familia de herreros y de cerrajeros. Dicen que unos eran alemanes, de los que vinieron aquí a repoblar estos desiertos hace ya algún siglo. A este pueblo llegaron, pusieron forja, y emparentaron con herreros.  Mecanismo y llave se le añadieron a la arqueta poco antes de mil novecientos.
-¿Para qué lo harían, José? –preguntaba con la más engolada candidez el cuchillero.
- ¿Encargo?  
-No lo creo, ¿cerrar el arca sin que pueda abrirse si no se está en el secreto?
-¿Para probarse?
-¿Cómo los Luceros?
-No –engurruñó hocico el profesor-, como Spiderman.

Soltaron ambos una estupenda pedorreta de bullente risa y se acaloraron lo suficiente como para tener que refrescarse.