NAVAJAS DE FRANCISCO VALENCIA Y DE JJ. MARTÍNEZ CON CACHAS DE PISTO
(continuación)
-¡Pisto! -soltaron en exclamación unánime.
Tras soltar las tapas de las fiambreras, se dejó ver el contenido, que ambos mutuamente se enseñaron.
-Ahora son tortillas lo que todo el mundo se lleva de almuerzo, sola o con engañifa, pero tortilla -empezó Wízner la conversación calma una vez limpias las piedras de asiento para evitar las culeras.
-Es verdad, Rafael; todo el mundo come huevos, como si no supieran que sale del culo de la gallina.
-Que no son muy limpias, por cierto...
-Mira, mi madre no consentía en comerlos nunca, y tenía incluso un pocillo reservado para batirlos, que capaz era de oler donde los habían cascado.
-Eran cosa de señoritos.
- A nosotros nos los regalaba Doña Anita, la que nos arrendaba la tierra; y en ocasiones de festividad mayor, y porque mi madre le trabajaba en casa -entró en explicaciones Plinio.
-No le gustan mucho, al parecer...
-Maleza, un guardia que estuvo a mi servicio, tenía una chanza con las gallinas que contaba sin darle pie. Resulta que en una precisión por haberse atracado de habas fue al corral con el culo apretado y empujando puertas. Soltó, con perdón, la carga entre la que se distinguían a la perfección los granos enterizos de habas. Recién abatidos los calzones, un corro de gallinas desvergonzadas porfiaban por picar las sucias habas.
-Deje usted, deje...-afectaba melindres Wízner.
Pusieron en común las viandas y sobre matas de romero depositaron dos gruesos cantos de pan de miga prieta y muelle. La de Wízner tenía entre el pisto, magras de cerdo; la de Plinio, dos paletillas de conejo. De las dos comieron tajadas, pero se reservaron para atacar el pisto suculento de las fiambreras propias. Mataban los silencios con espantarse alguna moscarda de sí y de la comida, y pegaban hebra ofreciéndose la bota.
-De pisto yo hacía navajas, pero eso era hace no menos de cincuenta años...
-Veo ahora que la comida le lleva al recuerdo, a mí a las gallinas, a usted a sus constantes navajas.
-Ha sido lo mío, Manuel.
Y con la punta de una navaja de estaje pinchaban pellizcos de pan que sin ceremonias sumergían entre irregulares trozos de pimiento verde o amarillo, de calabacín en confite, de berenjena cárdena, de cristales de cebolla, y de tomate púrpura. En las fiambreras la luz quedaba retenida, entre reverberos azules de las latas.
Preciosas, me gustan mucho las navajas de PISTO
ResponderEliminarHola buenas tardes. Me llamo Héctor y de un tiempo a esta parte he echado en falta nuevas entradas en este blog que tanto me ha hecho disfrutar y del que he aprendido tanto . Espero que esto se deba a razones ajenas a su salud y que , a día de hoy ,goce Ud plenamente de ella . En cualquier caso le agradezco tanto trabajo , dedicación y buen gusto como el que ha demostrado estos años cultivando este petit jardín des couteaux . Ni que decir tiene que compartimos una afición , tantas veces incomprendida , que lejos de acercarnos a la violencia y el macarreo , nos fomenta pacíficas inquietudes artísticas y culturales . Gracias por todo y saludos .
ResponderEliminarDisculpe, Héctor, por llegar tan tarde a la inmerecida cortesía que usted me hace (y me ha hecho con la paciencia infinita de ver y leer lo que en esta ventana se muestra). Es por voluntades y afectos como los suyos por lo que ha florecido este jardincillo de amenidades (las que yo he gustado al recogerme en él). Es esta una afición, la suya y la mía, bien extraña en los estrechos círculos donde ruedo por lo que, con salvedad, no la he comunicado fuera de los dominios digitales. Digo esto para expresar mejor mi gratitud. No es posible por ahora recogerme de nuevo en él aunque en alguna ocasión logre escarparme a su refugio. Aunque le parezca en barbecho, este jardín arramblado tiene dueño: usted y algún otro quizá que lo ha visitado.
EliminarSaludos afectísimos.
Y a don Aurelio Moratel igualmente todo mi reconocimiento. Lo dicho también se ha pensado por usted.
ResponderEliminarSaludos y gracias por su pasión que también se percibe desde lejos.